Las fábulas son un magnífico recurso para
ilustrar y aprender sobre el comportamiento humano de forma indirecta (lo
curioso es que suelen estar protagonizadas por animales). Se han ido
transmitiendo a lo largo de los siglos con gran éxito. Existe una muy famosa
que es la de La Fontaine, “La zorra y las uvas”. Esta nos dice lo siguiente:
“Había una vez una zorra hambrienta que se
paseaba por el campo buscando algo de comer cuando justamente encontró una
parra repleta de uvas. Éstas se veían bien maduras, muy rojas, apetitosas y con
abundante carne para calmar tanto hambre como sed. Así es que la zorra se puso
a saltar y saltar intentando alcanzar las uvas pero no había manera de llegar a
morder la preciada fruta. La parra estaba tan alta que la zorra cesó en su
empeño. Mientras se iba sin las uvas se decía para sí misma: “De todas formas
no merecía la pena el esfuerzo, esas uvas estaban verdes, incomestibles,
¡puag!, sólo eran buenas para los miserables”.
El autoengaño es una serie de
procedimientos sesgados que afectan la adquisición y el análisis de la
información en todos los aspectos posibles. Se trata de una deformación
sistemática de la verdad en cada etapa del proceso psicológico del individuo.
Los seres humanos nos engañamos a nosotros mismos frecuentemente, se engañan
autoridades, directivos, inversores, periodistas, políticos… etc. El autoengaño
es una práctica común y peligrosa porque nos reconforta con la construcción de
escenarios ficticios que hace que eludamos los problemas cuando surgen, esto
hace que sufraguemos peajes muy altos por vivir en la mentira.
A veces
cuando el ser humano se autoengaña lo hace por desprecio hacia las opiniones de
los demás que no coinciden con el diagnostico emitido, así el autoengaño se convierte en un
mecanismo de defensa de aquel que no sabe cómo abordar la realidad cuando le
supera y no puede impedir lo inevitable, que no es otra cosa que la existencia de un
escenario, opinión o situación que la persona no sabe cómo abordar. Esto sirve para ocultar y enmascarar esa
dura realidad que el individuo no quiere que otros contemplen.
En las organizaciones empresariales se
persigue y castiga al diferente en sus expresiones, al que no se alinea con lo
establecido, ya que cuestiona una de las características principales de las compañías,
la uniformidad. El miedo es y será una de las herramientas
que más ha funcionado dentro de las organizaciones empresariales, esto ha
producido un gap o perdida importantísima ya que ha habido y habrá muchas veces
personas que pudiendo aportar y contribuir a las metas de la compañía no lo
hagan. Si en las compañías hoy en día la enfermedad que provoca más muertes es
la obsolescencia directiva, la incapacidad de cambiar, uno de los
peores virus que la provoca se llama la autocomplacencia o autoengaño.
En las
organizaciones el hecho de luchar por la supervivencia todos los días ha hecho
que el corto plazo sea en lo que se concentran la mayoría de los
esfuerzos, para lo cual se exige seguir
unos patrones de comportamiento establecidos que a la larga suponen la muerte
por parálisis del directivo y la compañía. Peter Senge en su libro The Dance of Change (El baile del Cambio),
lo expone de forma contundente, para Senge el miedo y ansiedad matan todas
aquellas conductas que conducen a un liderazgo de transformación, como por
ejemplo; la creatividad, la innovación,
el talento, la iniciativa, etc.
El autoengaño
es también una forma de inteligencia, cuando realizamos dicha acción lo hacemos
como mecanismo de defensa que nos tranquiliza y nos permite creer que no sucede
nada, con ello reducimos la incertidumbre a la vez que nos brinda una ilusoria sensación de control.
Pero al mismo tiempo genera disfunciones como; la incapacidad para
reconocer errores, objetivos poco realistas, necesidad de parecer perfecto,...etc.
La gente que observa estos
comportamientos, lo nota y sufre sus consecuencias, un ejemplo típico de dicha
situación es, cuando se dice: “a ese se le ha subido el cargo a la cabeza”
o “no hay quien le diga nada”. Hay un desorden narcisista de la
personalidad en cuya causa existe ese síndrome de autoengaño. Por eso en el
mundo empresarial es necesario la renovación en los puestos de responsabilidad,
ya que el acomodo genera pleitesía y servilismo y esto no es bueno para
observar y tomar decisiones que afectan a las compañías en un mundo tan cambiante. Las personas
subordinadas evitan muchas veces dar esas opiniones que permiten corregir
aquellas situaciones que se producen y no se contemplan, debido al miedo a las
reacciones de aquel que se autoengaña.
Estos directivos
autoengañados en la empresa parecen poner más empeño en aparentar que en
ser, esto conduce a que se acaben creyendo sus manifestaciones,
magnificando sus logros y capacidades de tanto repetirlos, esto los aleja de la
realidad. Sin duda, existen otros muchos directivos plenamente confiables y
conscientes de sus capacidades, muy profesionales y responsables, a los que
llamaremos “rigurosos”; pero en verdad los que exageran con desmesura sus
logros pasados y futuros que luego no llegan, son los los más proclives al
autoengaño.
Los líderes o
directivos que toman decisiones deben de escuchar y observar atentamente lo que
se comunica, indiferentemente de la persona que lo haga, sea director o el
último empleado, ya que por suerte para ellos, ni lo saben todo y pueden crecer en base a lo que aprendan de otras personas. El
directivo que no realiza esta escucha obedece al perfil de individuo que está
por encima del bien y del mal, que se niega a informarse y preguntar, ese
generalmente es el que comete más errores. Estos se caracterizan precisamente por estos rasgos de torpeza emocional, hacen del autoengaño una herramienta, tienen una equivocada noción
de sí mismos, y su gestión está contaminada por la necesidad de poder. En
estos casos cuando sucede este hecho no hay que buscar exculpaciones a su
comportamiento, si ocupan un cargo hay que juzgar su gestión con criterios
estrictos de eficiencia y consecución de objetivos. En las compañías no existe
ninguna obligación de presentarse a un cargo dentro de las mismas, pero quien
lo hace, tiene que actuar con la mayor transparencia en pos del beneficio de
sus grupos de interés (stakeholders). Por el
contrario, el buen directivo está atento a los cambios de la realidad,
evalúa continuamente sus conocimientos y se detiene a reflexionar si las metas
que establece son realistas.
La moraleja de la fábula del comienzo de
dicho post es que, mientras el uso del autoengaño de manera ocasional es algo
común y funcional porque nos protege del malestar a corto plazo, excedernos en
su práctica, nos hace débiles o poco preparados ante las dificultades de
la vida, ya que no nos permite desarrollar recursos psicológicos y emocionales
para asumir una actitud responsable y superar adversidades.
Ya lo dijo Daniel
Goleman: “La facilidad con que una sociedad desprecia, y hasta sepulta, las
visiones discrepantes depende evidentemente del conjunto de lagunas compartidas
por sus ciudadanos. No nos damos cuenta de lo que nos desagrada ver y tampoco
nos damos cuenta de que no nos damos cuenta.”
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