En
los Juegos Olímpicos de 1936 celebrados en la Alemania nazi, su protagonista es
Jesse Owens, un atleta de origen afroamericano que fue capaz de ganar cuatro
medallas de oro.
Hitler
utilizó los Juegos Olímpicos para demostrar el poderío y cambio sufrido por Alemania en esos años, tenía gran interés en que fueran los atletas de origen germano
los que despuntaran en todos los deportes celebrados. Jesse Owens viajó a Berlín y
ganó el 3 de agosto los 100 metros lisos; el 4 de agosto, la prueba de salto de
longitud y el 5 de agosto, los 200 metros lisos. Finalmente, junto al equipo de
relevos, consigue su cuarta medalla de oro el 9 de agosto.
Hitler,
el primer día de los Juegos Olímpicos, solo estrechaba la mano a aquellos
deportistas ganadores que eran alemanes. El comité olímpico interviene y
explica a Hitler que debe estrechar la mano a todos los vencedores o a ninguno,
con lo que Hitler opta por desaparecer y no felicitar ni recibir a ninguno de
los medallistas.
Años
más tarde Jesse Owens cuenta en su biografía " The Jesse Owens Story": “Cuando
pasé, el Führer se levantó, me saludó con la mano y yo le devolví la señal.
Pienso que los reporteros tuvieron mal gusto al criticar al hombre del momento
en Alemania.” Más adelante cuando Owens retorna a su país estando de presidente Franklin D. Roosevelt él más elegido en la historia de los Estados Unidos con cuatro nombramientos, se encuentra con la realidad de la segregación racial
estadounidense y lo relata así: “Cuando volví a mi país natal, después de todas
las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús.
Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a
estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar
la mano al Presidente.”
La ejemplaridad no es
bandera de nadie. Desde tiempos inmemoriales ha funcionado como un principio
superior en la moralidad de las
personas, Cicerón en la época romana lo definía con la palabra “decorum”,
que significa: rectitud genérica que involucra todas las esferas de la
personalidad y hace al poseedor de la misma a inspirar confianza y sea
considerado de crédito. Es un plus de exigencia moral que involucra los ámbitos
de la vida propia de un individuo, tanto en lo público como lo privado. Lo saben
los padres, los docentes y mandatarios,
es cantar en refraneros y dichos populares, se recomienda predicar con el
ejemplo porque solo el ejemplo predica, mucho más que el sonido de las palabras.
Hasta hace poco tiempo era un
concepto ciertamente olvidado y
anticuado, pero el surgir de la crisis tan profunda que está padeciendo la
sociedad actual ha hecho que el mismo surja con una notable furia. En el fondo
de esta crisis existe una moraleja que parecía olvidada, es que durante la crisis hemos sido testigos de
comportamientos legales merecedores de duro reproche moral, el cumplimento
de la ley es una condición necesaria pero no suficiente para ser espejo de
comportamiento. Se han realizado acciones no sancionables en derecho que, sin
embargo, asqueaban al sentido más elemental de la decencia e integridad en
todos los ámbitos de la vida, tanto políticos, empresariales, económicos o
sociales antes de llegar a dicha depresión.
Desde el año 1992 con el informe Cadbury se ha intentado poner en practica dentro de las grandes compañías las mejores prácticas para el funcionamiento de las mismas. Esto no se ha conseguido despues de observar los grandes escándalos producidos en algunas de ellas, por ejemplo en el sector financiero.
Las compañías que buscan
la ejemplaridad necesitan poseer dos aspectos fundamentales: el primero es una
organización apropiada que estructure el sistema de gobierno corporativo y los
sistemas de cumplimiento de gestión y responsabilidad corporativa con sus principios
y estándares éticos en la estrategia , aparte de velar por que sean conocidos y
asumidos y puestos en práctica por toda
la organización. El segundo es un liderazgo público comprometido con sus
principios y valores por parte de sus directivos y mandos, que los difundan y sean abanderados de los mismos. La inmensa mayoría de las
grandes empresas tienen un sistema de gobierno corporativo y sistemas de
cumplimiento y control así como códigos éticos y de conducta. Pero, ¿qué hacen
con el segundo elemento, el liderazgo ejemplar?
Transcurridos casi cinco
años desde el inicio de la crisis económica, la ejemplaridad directiva sigue
siendo algo excepcional en las grandes corporaciones. Sin embargo, como
afirma Peter F. Drucker, "La única elección que se plantea a un directivo es
si su ejemplo conducirá a otros a obrar bien o a obrar mal. Así pues, su
obligación ética consiste en dar ejemplo de buena conducta y evitar convertirse
en ejemplo de mala conducta. Los directivos sientan ejemplo cualquiera que sea
la organización. Determinan el tono, crean el espíritu y definen los valores de la
organización para las personas que viven en ella".
Un ejemplo a seguir por ejemplo es Siegmund Warburg fundador del banco S.G.
Warburg & Co., fue uno de los banqueros de la City de Londres más respetado
y admirado de su generación, murió en 1982 con un patrimonio inferior a los
ingresos obtenidos en la actualidad por algunos banqueros en un solo año. Dijo
de él uno de sus socios: “La reputación de la que hoy disfruta
la firma que él fundó es algo más que un concepto empresarial: es su propia
persona interior en acción”.
Cuando
el liderazgo del directivo supedita su propia alma para obtener ventajas personales
abandonando valores duraderos o su misión, la confianza de sus empleados se rompe y nunca podrá
ser recuperada. Para lograr un triunfo permanente, la compañía que piensa en su
interés a largo plazo debe liderar poniendo en práctica sus valores desde arriba hacia abajo. El
liderazgo debería entenderse como el
conocimiento del directivo de llegar a los motivos más hondos de sus colaboradores, ayudando a sus subordinados a descubrir el valor y el sentido de lo que
están haciendo. Para ello la ejemplaridad es probablemente, el único camino, la
respuesta a la encuesta Ethics Resource Center establece que los empleados
tendrían una disposición mucho menos favorable (una enorme diferencia de 50
puntos porcentuales) a seguir comportamientos impropios si la alta dirección se
comportase éticamente.
Ya lo dijo Demócrates: “Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa.”