Érase
una vez un hombre que vivía como todos los demás. Un hombre normal. Tenía cualidades positivas y negativas. No era diferente.
Un
día, llamaron repentinamente a su puerta, cuando salió se encontró con sus
amigos. Eran varios y habían venido juntos. Sus amigos después de mantener una
larga y amistosa charla con él, le ataron los pies y las manos para que no
pudiera hacer nada malo (pero se olvidaron de decirle que así tampoco podría
hacer nada bueno). Y se fueron dejando un guardián a la puerta para que nadie
pudiera desatarle.
Al
principio se desesperó y trató de romper las ataduras. Cuando se convenció de
lo inútil de sus esfuerzos, intentó, poco a poco, acostumbrarse a su nueva
situación.
Poco
a poco consiguió valerse para seguir subsistiendo con las manos atadas.
Inicialmente le costaba hasta quitarse los zapatos. Hubo un día en que
consiguió liar y encenderse un cigarrillo, y empezó a olvidarse de que antes
tenía las manos libres.
Pasaron
muchos años, y el hombre comenzó a acostumbrarse a sus manos atadas. Mientras
tanto su guardián le comunicaba, día tras día, las cosas malas que se hacían en
el exterior los hombres con las manos libres (pero se le olvidaba decirle las
cosas buenas que también hacían los hombres con las manos libres).
Siguieron
pasando los años y el hombre llegó a acostumbrarse a sus manos atadas, y
cuando, el guardián le señalaba que gracias a aquella noche en que entraron a
atarle, él, el hombre de las manos atadas no podía hacer nada malo, (pero se le
olvidaba señalarle que tampoco podía hacer nada bueno).
El
hombre comenzó a creer que era mejor vivir con las manos atadas. Además,
¡Estaba tan acostumbrado a las ligaduras...!
Pasaron
muchos años, muchísimos años más..., un día sus amigos sorprendieron al
guardián, entraron en la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos
del hombre.
“¡Ya
eres libre!”, le dijeron.
Pero
habían llegado demasiado tarde, las manos del hombre estaban totalmente
atrofiadas y, aunque así, con las manos libres ya no podía hacer cosas malas,
tampoco podría ya hacer cosas buenas.
La palabra
obedecer proviene del latín ob audire que representa la idea de
escuchar lo que otro dice a partir de lo cual surge la idea de cumplir la orden
que alguien da una vez oida. Sin embargo, su etimología no aparece del todo clara
ya que hay varias versiones sobre el significado etimológico de esta palabra. Fue
el psicólogo de la Universidad de Yale Stanley Milgram el que en 1963 publicó
un artículo en la revista Journal
of Abnormal and Social Psychology bajo el título Behavioral Study of
Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia), en el cual
afirmaba que:
“Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme
importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta
en situaciones concretas.
Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor
infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo
pedían para un experimento científico http://bit.ly/2kntXfK
La férrea autoridad se impuso a los
fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros
y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos
(participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema
buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado
por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio”.
Los resultados del experimento de Milgram son
aplicables a lo que sucede en el mundo corporativo actualmente, sirven para
comprender la actitud de algunos trabajadores, mandos o directivos, cuando
realizan acciones diariamente que conducen a resultados económicos nefastos y perjudiciales
para todos los stakeholders que integran las compañías. Estos empleados no actúan bajo
coacción alguna, sino que sus acciones son por voluntad propia con una mezcla
de una cultura perversa generada mediante una combinación de competitividad
extrema y desmedida ambición a sus intereses, lo cual resulta más
efectiva que cualquier sistema de órdenes directas. Muchas de las decisiones
que afectan a multitud de personas se toman y ejecutan de manera cotidiana
desde posiciones concretas dentro de las compañías. Estas decisiones tienen
nombre y apellidos por lo que para potenciar una cultura de ética y valores
dentro de las compañías es necesario conocer dichos nombres y exigir las
responsabilidades a que den lugar las mismas cuando existen damnificados o
perjudicados por las mismas.
Más allá de que las personas
se sometan sumisamente a obedecer a la autoridad o que opte por combatirla con
violencia, existe un punto intermedio cada vez más adoptado por un mayor número de
ciudadanos: la “desobediencia civil”. Su definición clásica,
popularizada en 1849 por el filósofo Henry David Thoreau, alude al “acto
de no acatar una norma de la que se tiene obligación de cumplimiento”.
Esto es precisamente lo que hicieron precisamente los tres últimos grandes líderes del
siglo XX: Mahatma Gandhi (a favor de la independencia de India de Gran
Bretaña), Martin Luther King (en pro de los derechos civiles para los
afroamericanos en Estados Unidos) y Nelson Mandela, quien dedicó su vida
para abolir la segregación racial (apartheid)
en Sudáfrica. La desobediencia civil consiste, por un lado, en tomar las
riendas de nuestra vida emocional. Para lograrlo, es esencial que las personas
se emancipen de las expectativas que el entorno social tiene puesto sobre él.
Para ello la persona tiene que tomar las riendas de su vida, dejando de
depender de las instituciones con las que se relaciona, llámese, empresa,
gobierno, etc. Con ello conseguirá ser el verdadero autor de lo que le sucede
en su vida, y por tanto, será la persona principal a la que tendrá
que rendir cuentas cada vez que se mire en el espejo.
Para las compañías, la
obediencia debida cuando se instaura el ordeno y mando es muy perjudicial. Actualmente
estamos en una época en la cual los intangibles como la pasión, iniciativa,
creatividad, innovación, Clima Laboral, etc., son los que permiten la
continuidad y permanencia de las compañías en los mercados donde compiten. Sin
embargo estos no afloran en ambientes de obediencia “perruna”, sino que los
mismos necesitan entornos de libertad, disenso y confrontación, con el
fin de contrastar ideas, escenarios y acciones que muchas veces son
contrapuestos. En la sociedad en general, y en la empresa en
particular, existe una verdadera epidemia que todo lo erosiona: la
mediocridad. Actualmente parece que el camino elegido por algunos
directivos en las compañías no es el correcto a tenor de los resultados que
presentan trimestre tras trimestre. Un error que ha generado dicha
situación es la no implantación de sistemas de "meritocracia"
contrastados en las compañías, donde se premie el esfuerzo y al mejor.
Frente a esta acción se ha optado por una "ineptocracia" que va desde el
nepotismo (premio a “los fieles y obedientes”) hasta el régimen de
miedo, el cual arraiga sus cimientos en hacer lo “políticamente correcto”.
Una
consecuencia enormemente perjudicial para las compañías de esta obediencia debida es: el bajo desempeño. Según un informe publicado en el año
2016 cuyo título es Pulse of the Profession: The High Cost
of Low Performance” (El pulso de la profesión 2016: el
alto coste del bajo rendimiento) del Project Management Institute
(PMI), revela que las empresas malgastan a nivel mundial una
media de 122 millones de dólares por cada 1.000 millones gastados en los
proyectos como resultado de malas prácticas de gestión. Esto
supone un incremento del 12% con respecto al año anterior.
Para
terminar este post, quiero recordar que actualmente para las compañías no es posible ser
competitivas y sobrevivir en el entorno actual con empleados con las manos
atadas. Los directivos si quieren hacer progresar a las compañías
tienen que entrar y fomentar un entorno laboral donde la libertad sea la guía
que acompañe a las personas que luchan por la meta fijada. En esa libertad está
incluido, el pensar de forma diferente, el confrontar con los mandos y directivos,
el discrepar, el emprender caminos diferentes, etc. Si no lo hacen, se
pueden encontrar con la situación de que cuando vayan a dar dicha libertad porque
la compañía se encuentre al borde del precipicio… las personas como la del
comienzo de este post, ya no sepan vivir en ese entorno tan necesario.
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