El fiscal General de los Estados
Unidos Eric Holder llegó a un acuerdo en agosto del 2014 dando carpetazo a uno
de los capítulos más vergonzantes de la historia económica de Estados Unidos con una multa récord
al gigante de Wall Street Bank of
America, el segundo banco en activos del país, por el fiasco de las
hipotecas basura (subprime),
detonante del colapso financiero de 2008 que desembocó en la peor crisis de la
economía occidental desde la crisis de 1929. El fiscal anunció un “histórico”
acuerdo con la entidad bancaria para el pago de 16.650 millones de dólares
(unos 12.600 millones de euros) por “mantener
a sus clientes en la oscuridad”, según el comunicado de la Securities
Exchange Commission (SEC), sobre los riesgos que entrañaban dichos productos
financieros. Pese a esta admisión de culpas, el acuerdo alcanzado no recoge
acción alguna contra los ejecutivos del banco. Se trata de la mayor sanción
impuesta por las autoridades estadounidenses a una entidad financiera porque
ningún otro banco contribuyó tanto al desastre para la economía mundial y para
millones de inversores como Bank of
America. El anterior récord, también por irregularidades con las hipotecas
basura, lo estableció JP Morgan Chase, con 13.000 millones de dólares (unos
9.800 millones de euros), en 2013. Anteriormente el Departamento de
Justicia cerró otro acuerdo, esta vez con Citigroup, por 7.000 millones (unos
5.300 millones de euros) por los mismos motivos.
El día 6
de noviembre del 2015 hubo una conferencia con analistas de una gran
multinacional de este país, dicha transcripción con los analistas esta subida a
internet en la página web bit.ly/1PyTIhi .
El 11/01/2016 el diario El Confidencial publicó la
siguiente noticia “Merrill Lynch desnuda a Telefónica: no podrá pagar el
dividendo prometido”, el enlace con la noticia es bit.ly/1RFKt3m
, según relata el periodista en dicha noticia, el analista del banco de
inversión Bank of America Merrill Lynch David Wright, que firma el
informe junto a Parin Shah, cree que; “Telefónica se enfrenta a un trepidante
2016 por las dudas sobre la evolución de los ingresos en España ante la guerra
del fútbol en televisión, la ralentización del crecimiento en Alemania y la
incertidumbre sobre Latinoamérica, especialmente Brasil. Una coyuntura que se
traducirá en un descenso del 5% del beneficio operativo por el impacto
de las divisas. Según sus cálculos, Telefónica no podrá abonar los 0,75 euros
en metálico en concepto de dividendo por acción a los que se comprometió con
los inversores en su última junta general de accionistas”, según dicho
diario.
Previamente en el año 2012 la compañía había fichado a un técnico cualificado del Bank of
America Merril Lynch según noticia que está en el siguiente
enlace, bit.ly/1Pw9TMt .
Ante esta situación a una persona profana en estos temas le podrían surgir las siguientes preguntas:
¿Debería la compañía desmentir e informar para contrarrestar dichas informaciones ante las dudas que puedan surgir entre sus stakeholders por la pérdida de confianza que puedan originar?
La ética en las finanzas es el
conjunto de principios, normas y valores que deberían guiar las acciones de los agentes
y las entidades financieras hacia objetivos relacionados con lo que es justo y correcto, además de eficiente y rentable. Pero en toda acción las personas se
mueven por diversas motivaciones (pirámide de Maslow) y buscan una variedad de resultados,
económicos (rentabilidad) o no económicos (adquisición de conocimientos y
capacidades, desarrollo de valores, etc.). Desde el punto de vista del
agente (directivo o analista), la valoración de la moralidad de
una acción debe tener en cuenta todas dimensiones que lleva implícita la misma, sin limitarse a proyectar unos
principios éticos abstractos sobre unas realidades cuyas múltiples dimensiones
se nos escaparían. Por tanto, la conducta técnica y moralmente
adecuada incluye la aplicación de principios éticos y de criterios económicos.
La falta de ética, la codicia de los banqueros, la multiplicación de
los casos de fraude, la creación de incentivos perversos y las conductas
imprudentes fueron algunas de sus consecuencias de la crisis del 2008, la más grave desde la crisis del 1929. Esta falta de ética vino determinada por unas decisiones de personas que lideraban dichas compañías, organismos reguladores, auditores, etc., las cuales tuvieron un fuerte impacto sobre todos los individuos en la sociedad donde se cometieron, al tener que poner fondos públicos para reflotar y rescatar dichas entidades. Todas las personas por
naturaleza somos ambiciosas, unas obviamente más que otras, para eso la
sociedad se dota e implementa mecanismos de control como (leyes, regulaciones y jueces), no
para evitar la codicia (la ley no trata de cambiar directamente el
carácter de las personas, sino sus acciones o, al menos, las consecuencias de
sus acciones), esto es una medida que pretende evitar que la codicia
degenere en fraudes y corrupción en un grado que inquiete a la sociedad.
Pero toda la culpa de esta falta de ética no hay que echársela
a las personas que carecen de ella, sino que la sociedad en su conjunto también
ha contribuido a generar un escenario propicio para la falta de la misma, por
ejemplo en la crisis del 2008 se dieron las siguientes situaciones:
- La crisis viene precedida de (tipos de interés bajos, abundancia de liquidez, rápido crecimiento del precio de algunos activos como por ejemplo la vivienda,…) que han permitido que los beneficios obtenidos con esas conductas dolosas sean mucho mayores.
- La propia comunidad ha generado también situaciones de “codicia inducida”, cuando ha premiado a los que han tenido éxito en sus conductas faltas de ética, cuando ha enseñado a actuar de ese modo y cuando ha hecho más difícil comportarse de una manera más ética. Esto quiere decir que la codicia de que hablamos aquí tiene un componente social importante, ha sido motivada, impulsada y, en ocasiones, exacerbada por las actitudes y conductas sociales (las “estructuras de pecado” como dice la encíclica de Juan Pablo II Sollicitudo Rei Socialis (30 de diciembre de 1987) en la cual dice “entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las «estructuras» que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad”. Esto nos lleva a la siguiente reflexión, ¿cómo luchar contra la falta de ética cuando la propia sociedad manifiesta un apoyo al triunfo y superación del individuo obviando conductas que son poco gratificantes?
- Por último la falta de control y funcionamiento correcto de los mecanismos de lucha y control de los que se dota la sociedad como reguladores, agencias de valoración (rating), los bancos centrales, los organismos gubernamentales de supervisión, consejos de administración y los comités de auditoría dentro de las entidades financieras han obviado el cumplimiento correcto de sus funciones aumentando las consecuencias de su crisis financiera. Esto fallo del control por parte de las entidades de regulación y supervisoras que vigilaban las instituciones ha sido determinante en la generación de unas condiciones que hicieron posible una avaricia desmedida por el beneficio, y segundo, al no impedir las actuaciones demasiado arriesgadas (legales o no) y las conductas fraudulentas.
Esta situación generada como dije anteriormente viene
precedida de medidas técnicas que resultaron fallidas en su aplicación por
parte de individuos, pero son estos últimos los que tienen o se les presume un
componente ético o moral que son los que manejaron dicha crisis financiera. Los
cambios en la regulación y abolición de controles propiciaron que dicho
problema se magnificara. Un ejemplo de esto último en Estados Unidos fue la
abolición de la ley Glass-Steagall,
que separaba los bancos comerciales de los bancos de inversiones; el fomento de
las hipotecas subprime a
cargo de empresas semipúblicas como Fannie
Mae y Freedie Mac generando un fraude multimillonario sobre las mismas; la
resistencia a la regulación de algunos derivados financieros, etc. Estos
cambios probablemente no siempre estuvieron motivados por una conducta ética
correcta sino que la codicia humana propicio dichas decisiones alimentando los
problemas de dicha crisis financiera.
Algunas de los incentivos infames que se llevaron a
cabo durante dicha crisis fueron los siguientes;
- En Estados Unidos, la remuneración de los brokers de hipotecas (las personas que buscaban clientes por cuenta de los bancos) se establecía en función del volumen de hipotecas concedidas, no de su solvencia probable. Esto fomentaba una concesión arriesgada de ese tipo de créditos, e incluso el falseamiento de la información en las solicitudes.
- Los bancos que concedían las hipotecas las “titulizaban” prontamente, es decir, las sacaban de su balance primero, y las utilizaban como garantía de productos derivados que vendían después a otros inversores, lo que suprimía su incentivo a controlar rigurosamente las condiciones de sus clientes y el seguimiento de la devolución de los préstamos.
- Algunos deudores compraban su vivienda con la intención de incumplir con los pagos al poco tiempo, para pasar a comprar una nueva casa a un precio más alto, con una hipoteca mayor (una práctica frecuente, por ejemplo, en Estados Unidos).
- Las instituciones financieras incurrieron a menudo en problemas del llamado “riesgo moral”, llevando a cabo operaciones demasiado arriesgadas gracias a la garantía explícita o implícita del gobierno o de las agencias reguladoras sobre los depósitos y otros pasivos.
- Los bancos de inversión, que habían sido compañías de responsabilidad ilimitada (private partnerships), pasaron a ser sociedades anónimas (public corporations), con la consiguiente reducción de su responsabilidad por las pérdidas, lo que alentaba estrategias más arriesgadas.
- El crecimiento de la remuneración de los directivos, basado a menudo en opciones sobre acciones (stock options), les llevó a buscar la rentabilidad a corto plazo, también a veces con operaciones arriesgadas o incluso con manipulaciones contables y fraudes.
Una consecuencia
del aumento de dicha codicia atribuye a la crisis las elevadas remuneraciones
de los directivos y analistas financieros. Esto no es la causa de la crisis
pero si su efecto, en los años de la misma se dispararon las operaciones
financieras e inmobiliarias generando una burbuja de los activos. Allí donde va
el dinero, suben los precios, generando rentas que los distintos agentes
implicados tratan de capturar y los directivos tienen una ventaja comparativa a
la hora de conocer cuáles son esas rentas, dónde se generan y cómo capturarlas.
Y, del mismo modo, los analistas y otros expertos han participado de esa
captura de rentas, porque su contribución técnica era necesaria para la
creación de las mismas. Estas remuneraciones directivas exorbitantes
(incluidos los bonus o compensaciones por despido) han generado nuevos
incentivos perversos, fomentando en los directivos y analistas conductas
dirigidas a maximizar su propia remuneración, no los beneficios de las
compañías, manipulando, en algunos casos, los resultados. En todo caso, el
diseño y la implementación de esos sistemas de remuneración ha sido también una
conducta imprudente y una muestra de mal gobierno, precisamente porque no han
sabido predecir aquellos incentivos perversos.
Durante la crisis del 2008 la lista de valores conculcados por las personas que dirigían dichas compañías
son diversos, entre ellos se incluyen el autocontrol,
la capacidad para frenar el deseo de éxito, riqueza o de reconocimiento social,
cuando se convierten en obstáculos para el correcto desempeño profesional. Hay
otros casos de individuos pusilánimes
y colaboradores con dicha crisis, ya que
en la del 2008 se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo conducía a una
grave crisis con consecuencias nefastas para su empresa, accionistas, clientes
y toda la sociedad, pero no fueron capaces de tomar las decisiones difíciles
que eran aconsejables para no poner en peligro su carrera o su bonus. O quizás pensando que, si la
crisis ocurría, alguien cargaría con los costes del rescate de las
instituciones en peligro. Esta situación también dieron lugar a comportamientos
de orgullo, prepotencia y arrogancia, sobre todo en
algunos financieros, pero también en economistas, en reguladores y autoridades:
el convencimiento de que sus conocimientos eran superiores, que no tenían por
qué someterse a la decisión o supervisión de otras personas, o que estaban por
encima de la ley y de las normas morales.
Y todo ello desembocó en situaciones de injusticia. Muchas de estas
pertenecen al ámbito de la justicia
conmutativa (es
la igualdad o equilibrio en el intercambio de bienes entre actores), incluyendo problemas de ocultación
de información, publicidad engañosa, multiplicación innecesaria de operaciones
para generar comisiones mayores, recomendaciones manipuladas sobre valores,
etc. Y otras pertenecen a la justicia
distributiva, sobre el reparto de los costes y beneficios en la sociedad.
Se incluyen aquí, por ejemplo, los problemas éticos generados por el “riesgo moral”: las instituciones
financieras se aprovecharon de la limitación de sus riesgos, gracias a la
provisión legal de la responsabilidad limitada o a la existencia de garantías
que limitaban sus pérdidas, incurriendo en niveles de riesgo superiores a los
que aceptarían si ellos cargasen con todas sus pérdidas potenciales. Y esto se
relaciona, a su vez, con otros problemas, como la remuneración de los
directivos (especialmente con las generosas compensaciones por despido,
independientemente de los daños provocados a la entidad durante su gestión).
El juicio que se debe hacer sobre las estructuras y
actuaciones de las instituciones financieras no se puede separar su dimensión
moral de la económica, un buen banco desempeña su función con calidad técnica y
ética, y no cabe
la excelencia técnica sin la ética, y viceversa, aunque los criterios con que
se valoren una y otra sean diferentes. Hoy en día la RSC
(Responsabilidad Social Corporativa) es un valor fundamental de cara a la
sociedad donde operan las compañías, prescindir o mancillar el mismo ha dejado
de ser una opción. Esto es debido a que las compañías trabajan
dentro de un sistema más amplio, lo que implica que hay que tener en cuenta que
sus acciones impactan en otras entidades, mercados y la sociedad en general.
Esto les obliga a contribuir al funcionamiento ordenado de los mercados, que
son los mecanismos que coordinan las acciones de todos. Esos deberes incluyen
el respeto al marco normativo y la conservación de las instituciones que
promueven las conductas adecuadas y de los mecanismos de difusión de
información, incentivos y competencia en el mercado.
En esta crisis, relacionada con las conductas de
complacencia y pánico de directivos, reguladores, auditores, etc., se dieron también en la sociedad conductas
gregarias o de manada:
comprar, por ejemplo, cuando todos compran y vender cuando todos venden. Esta
puede ser una manera racional de actuar, que minimiza las pérdidas cuando caen
los mercados, pero que acentúa esa caída, la extiende a otros mercados y puede
desembocar en pánico. Esto debería hacer reflexionar a aquellas personas que
tienen información privilegiada y toman las decisiones que influyen en la
sociedad, ¿deben olvidar al colectivo de personas que integra la sociedad
cuando todos están tomando decisiones temerarias?
La crisis del 2008 ha puesto de manifiesto, que por
sí solo, el mercado no está en condiciones de salvaguardar el bien general
cuando se producen “fallos de mercado”, (la confianza es un
bien público, y su pérdida produce un daño a todos), los
acontecimientos en otros lugares (como la caída de precios de un activo
provocada por las ventas en otro mercado), la existencia de mercados
incompletos o los sesgos de conducta (como el exceso de optimismo). Entonces el
estado tiene que intervenir con la ley y la regulación, que es el
candidato tradicional a asumir ese papel de promoción del bien común,
especialmente mediante la consideración de todas las variables relevantes en el
corto y en el largo plazo: es decir, planteándose una amplia gama de
efectos posibles de las acciones de los distintos agentes y de las regulaciones
en vigor. Pero lo que hemos presenciado en los últimos años ha sido un conjunto
de fallos también de los reguladores y de los supervisores, por causas
conocidas y también porque poseían una concepción atrofiada de lo que es el
bien común, sólo les importaban aspectos como, resultados económicos
(crecimiento, eficiencia) en el corto plazo y los intereses de las
corporaciones que generaron dicha crisis.
Los individuos reclamamos saber lo que está sucediendo
en nuestro presente para poder saber cómo acometer nuestro futuro, no es mucho
lo que se pide a quienes disponen de dicha información. No hacerlo lo único que
genera es desconfianza y descredito hacia el sistema y sus miembros como,
reguladores, supervisores, empresas, etc. Así pues todavía se está a tiempo de
corregir algo que es muy sencillo, lo único que hace falta es voluntad. Como
vimos en la descripción de la crisis de 2008, la ley no pudo crear
confianza por su falta de eficacia. Cuando las leyes fallan el individuo deja
de confiar en el sistema, volvemos a algo muy primitivo, las relaciones
personales, donde la estrella de dichas relaciones es, LA CONFIANZA.
La confianza entre dos personas tiene dos componentes, ambos necesarios: uno funcional (también llamado
técnico, o basado en las competencias) y otro
personal (o ético, o basado en la benevolencia). La confianza funcional
tiene que ver con las capacidades y conocimientos técnicos de aquel en quien se
confía: por ejemplo, los directivos y empleados de un banco deben ser
técnicamente capaces de gestionar su negocio, de modo que el dinero del
depositante esté seguro y que pueda retirarlo cuando lo desee. La confianza
personal hace referencia a lo que mueve a esas personas a actuar: si, llegado
el momento, estarán dispuestas a poner los intereses legítimos del depositante
por encima de los intereses de la institución o del propio decisor, es decir,
si harán honor a su compromiso con el depositante, a pesar de que tengan
intereses para comportarse de otro modo.
Así pues aprendamos del pasado para no cometer errores
en el futuro.Ya lo dijo Milan Kundera en su
libro “la insoportable levedad del ser”: "...Sólo la casualidad puede aparecer
ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo
que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos
de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza...".
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