Cuando George Washington era un niño, vivía en una granja
en Virginia. Su padre había plantado un huerto de árboles frutales. Allí había
limoneros, melocotoneros, perales, ciruelos y cerezos. Un día recibió un cerezo
particularmente hermoso. Lo plantó en un extremo del huerto y advirtió a todo
el mundo de la granja que tuviesen mucho cuidado para que nadie lo rompiera o
dañara. El cerezo creció bien y una primavera se cubrió de flores blancas. El
señor Washington estaba encantado al pensar que el arbolito pronto le daría cerezas.
Fue justo entonces cuando a George le regalaron un hacha nueva y reluciente. La
cogió y salió a cortar ramitas, a golpear los postes de las cercas y a talar
todo lo que le salía al paso. Finalmente llegó al extremo del huerto, y
pensando solamente en lo bien que cortaba su hacha, asestó un golpe al pequeño
cerezo. La corteza era blanda y se cortaba con tal facilidad que George acabó abatiendo
el árbol y luego se marchó a seguir jugando. Esa noche, cuando el señor
Washington se acercó al huerto para contemplar su cerezo, lo vio cortado.
¿Quién había osado hacer una cosa como ésa?, preguntó
a todo el mundo, pero nadie supo decirle nada. Entonces llegó George.
- George – le llamó furioso su padre-. ¿Sabes quién ha
cortado mi cerezo?
Ésa era una pregunta difícil de contestar. George vaciló
un momento, pero pronto recobró el valor.
- No debo mentir, padre – contestó - Lo hice yo con mi
hacha.
El señor Washington miró a George.
- Vete a casa, hijo – dijo el señor Washington severamente.
George se sentía muy infeliz y avergonzado. Sabía que
había actuado a la ligera y sin pensar, y que su padre tenía motivos para
sentirse disgustado.
Poco después, el señor Washington le dijo:
- Ven aquí, muchacho. Dime, ¿por qué has cortado el árbol?
- Estaba tan enfrascado jugando que lo hice sin pensar
- dijo George.
- Y ahora el árbol está muerto. Nunca nos dará cerezas.
Y lo que es peor, no has tenido cuidado.
- Lo siento padre.
- Mírame – dijo el señor Washington -. Siento haber perdido
mi cerezo, pero me alegro de que hayas tenido el suficiente valor para decirme
la verdad.
- Prefiero que seas valiente y digas la verdad antes
que tener un huerto lleno de cerezas.
Nunca olvides esto, hijo.
George Washington nunca lo olvidó. Al final de su vida
continuaba tan valiente y honesto como lo había sido cuando era niño.
Mentir, “actuar
intencionadamente para ocultar o tergiversar información o emociones con la
intención de engañar” (Ekman, 1985). Hace una temporada
leía una noticia en un medio digital en el cual una compañía había comunicado a
su plantilla a principios del mes de enero que procedería a comunicar en
cascada los resultados de su Encuesta de Clima así como los retos y objetivos
para este año en curso a través de los directivos de sus respectivas unidades
en las próximas semanas. Estamos a finales de marzo y los empleados de dicha
compañía siguen esperando sus noticias sin que todavía exista dicha
comunicación, ni intención de realizar la misma. Cuando una compañía tiene
entre sus méritos el tener una comunicación fraudulenta y basa su credibilidad
en la mentira y el engaño como forma de salvar las situaciones difíciles, es
lógico que las personas se alejen de los compromisos que fijan sus directivos.
Pero ¿Por qué mienten dichos directivos? y ¿Qué ganan con dichas
mentiras? Mentir es una decisión
personal y controlable, y al igual que otras conductas que tienen estas características
favorecería atribuciones causales de tipo interno que redundarían negativamente
sobre la confianza en el emisor .
La gran mayoría de
las personas busca en la mentira “evadirse” de la realidad, crear una
fantasía conocida como “escenario ideal” donde el individuo se encuentra
bien, en perfecto estado y haciendo lo que realmente le gusta, cuando la
realidad es otra. Pero lo que
transmite dicha persona a los demás es un “burdo
engaño”. Ese círculo vicioso aumenta cada vez más cuando dicho individuo no
se controla al decirlas y surgen efectos físicos y hasta psicológicos. El acto
de mentir en el individuo deriva de importantes factores como el estrés,
angustia, dolor y baja autoestima así como la incapacidad para afrontar
las situaciones a las que se enfrenta. El factor estrés y angustia, se
ve reflejado cuando una mentira tiene que ser sostenida durante largos periodos
de tiempo, eso trae alteración, estrés, vivir sintiéndose “acosado”, alerta a todo
lo que sucede alrededor de uno… esto se agrava cuando la persona
pierde la moral y como consecuencia aumenta su estado interno de
angustia. Aunque no se
sea consciente en muchas ocasiones, toda mentira tiene una consecuencia
negativa, un peaje, si es
descubierta la verdad, la imagen de mentiroso quedará grabada para siempre sobre la persona que realiza dicha acción y, si afecta a un tercero el
problema es mayor, ya que la imagen de una persona inocente habrá sido puesta
en entredicho por una calumnia. El daño que
provoca la mentira en el entorno laboral está muy relacionado con el objetivo de
la mentira y con el conocimiento social sobre la misma. Tales efectos se
reflejarán en la valoración de la confianza en quién miente, en el perjuicio
que sufran las relaciones personales y en la respuesta emocional que exprese
quien valora las mentiras de un compañero de trabajo o directivo.
En el ámbito corporativo han
sido célebres las mentiras de “grandes empresas” por
ejemplo, (Enron, Arthur Andersen, Afinsa-Forum Filatélico) o de “grandes hombres
de negocios” por ejemplo (Kenneth Lay, Jeffrey Skilling, Bernard Maddoff) que han
dilapidado, además del dinero, la confianza que los accionistas habían
depositado en ellos. Perder la confianza de alguien significa no contar con “una
predisposición favorable o con expectativas positivas hacia mensajes,
acciones o decisiones posteriores”. Para
reconocidos investigadores del estudio de la confianza en el ámbito
organizacional, la mentira es una de las formas más comunes de dañar esta
confianza. Credibilidad, honestidad, sinceridad e integridad son sinónimos que
hacen referencia a un antecedente o componente central de la confianza.
La confianza es
un factor determinante en la configuración y desarrollo de las relaciones
dentro y fuera de las organizaciones y en su calidad (Tan y Lim 2009). La
confianza modula el establecimiento y mantenimiento de relaciones próximas,
cooperativas y productivas. A su vez, la
mentira en el contexto de trabajo que afecta negativamente a otros, ya sea
psicológica o económicamente, genera más daño en las relaciones interpersonales
que las mentiras que no causan estas pérdidas, y tal daño tendrá más probabilidad
de ocurrir cuando también se vea dañada la confianza. Si ésta disminuye, en
este caso como consecuencia de la mentira, podrían producirse más situaciones
de conflicto, porque, entre otras razones, decrecen las posibilidades de llevar
a cabo una comunicación franca y abierta. Cuando la mentira busca el beneficio propio y para conseguirlo perjudica a
otras personas, se agravará más el deterioro en las relaciones interpersonales que
cuando la mentira beneficie a otras personas, o a quien la dice sin perjudicar
a otros.
Las
mentiras de los compañeros de trabajo provocan experiencias emocionales
negativas cuya intensidad dependerá del objetivo de las mismas. Las reacciones emocionales
negativas serán más intensas cuando las mentiras tengan como objetivo conseguir
un beneficio propio haciendo daño a otras personas que cuando beneficien a
otras personas o a quién miente sin perjudicar a otros. Una cultura organizacional que incluya la honestidad entre sus valores éticos
es deseable, como proponen algunos autores (Grover, 1993; Fleming y Zyglidopoulos,
2008), pero requiere tiempo además de una clara convicción al respecto.
Entretanto algo más se podría hacer para controlar los efectos de la mentira en
el contexto laboral, por ejemplo, analizar sus objetivos y su presencia.
En muchas ocasiones la mentira es la única respuesta que puede darse ante las
exigencias de una situación, como por ejemplo; demandas de productividad sobredimensionadas,
amenazas sobre el empleo, políticas de recursos humanos incongruentes…, pueden
llevar a los trabajadores a utilizar la mentira para adaptarse a la situación.
Un directivo presionado por los resultados puede llegar a presentar el proyecto
de un colaborador como si fuera suyo. Si esto ocurre se habría dado una
respuesta a la situación pero la actuación deshonesta del mando puede generar
la pérdida de confianza de sus colaboradores, que quizá reevalúen su implicación
futura en el trabajo. Procesos abiertos de comunicación que
permitan exponer las dificultades y limitaciones para conseguir objetivos, la
redefinición de estos o una mejor valoración del trabajo en equipo podrían ser
estrategias para evitar la mentira y sus nocivas consecuencias. Los
datos apuntan que existe permisividad cultural y social hacia la mentira. Para
algunos (Fleming y Zyglidopoulos, 2008) esto es un indicador del grado de corrupción
que puede alcanzar una organización. En contextos laborales muy permisivos con
la mentira se crea un clima ético que puede llegar a incorporar la mentira como
uno de los valores y señas de identidad de la organización. Alentar la mentira
como una estrategia de trabajo puede reportar beneficios a corto plazo pero
también puede generar malestar emocional y un auto concepto negativo en los
propios trabajadores si perciben que se valora más su habilidad para mentir que
sus otras competencias profesionales. Un profesional con baja
autoestima no resulta competitivo, y por extensión, la organización a la que
pertenece tampoco.
Así pues,
ahora que viene estos días de descanso es un buen momento para que los directivos
piensen (no solo en lo mío), sí es interesante mentir o por el contrario comunicar
la verdad y afrontar los hechos por duros que sean, ya que dicha acción traerá más y
mejores beneficios en el futuro para la compañía y las personas que la integran…
que vivir en el “escenario ideal” imaginado.
Ya lo dijo Alexander Pope: “El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte
más para sostener la certeza de esta primera”.
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