De la tierra había surgido un brote verde bajo la
atenta mirada de un joven, que suspirando parecía predecir su fatal destino. En
aquel jardín todo lo que florecía no
tardaba en perecer pese a los esfuerzos de su cuidador, por lo que a sus
espaldas al otro lado de la verja, en el terreno anexo, una frondosidad
pasmosa se alzaba orgullosa impidiendo ver la propia casa que rodeaba. “¿Cuál será el secreto?” Abandonando
sus vanos esfuerzos, el joven reposó sus herramientas en la tierra y se decidió
a preguntar. Cuando llegó a la puerta pudo adivinar la silueta de su vecino.
Jamás habían hablado, de modo que procuró resultar cortés en el saludo, siendo
respondido por una brillante sonrisa blanca, producto de una dentadura postiza,
y una mano de aspecto áspero que se levantaba de forma amable. El anciano se
incorporó desde su posición de cuclillas y preguntó por el motivo de la visita
mediante una sentencia indirecta: “Hace un día maravilloso ¿no le parece?” Se
limpió la tierra en su peto y saludó al chico, que no pudo ocultar la admiración que sentía por su jardín.
Le explicó que lo había intentado todo, pero que pese a ello el suyo no florecía. Se había
preocupado por el riego, había abonado y oxigenado todo el terreno, no había
plagas, y aunque las condiciones climatológicas eran las mismas que las del
vecino, no lograba nada. “¿Cuál es su secreto?”
El anciano salió de su jardín y observó el terreno
yermo de su vecino sin apagar su agradable sonrisa. Aquello estaba lleno de
montículos de tierra, agujeros y una pequeña
montaña de plantas secas. “Algo debo estar haciendo mal”, añadió el
joven mientras le pedía consejo. “Los jóvenes vivís en una pequeña burbuja.
Pensáis que todo lo que necesitáis es
pasión.” Agarró el hombro de su recién conocido vecino y le confesó que
a él le pasaba lo mismo cuando tenía su edad, aunque fue involuntariamente
interrumpido por el chico: “He tratado de aprender técnicas de cultivo y he
adquirido las herramientas necesarias, no
sé en qué estoy fallando. Espero que pueda ayudarme…” Sin soltarle del
hombro, el anciano giró su cuerpo dando la espalda a los jardines e invitando
al chico a acompañarle. “Estás mirando demasiado a tu terreno, mira afuera“. Delante de ellos había
un pequeño llano, que poco a poco se convertía en colina. “¿Qué ves?” El chico
hizo esfuerzos, pero tuvo que rendirse al no comprender el objetivo de aquello
diciendo “nada”. El anciano señaló a un árbol del horizonte y luego a otros matorrales de los alrededores. “Si te
soy sincero, no sé cómo se llaman, pero ahora mira mi jardín”. Allí se
encontraba el mismo árbol y las mismas plantas, pero mucho más frondosas, grandes
y fuertes. “No soy un experto, solo soy un viejo, pero yo diría que has elegido
mal las semillas. Escucha lo que
el mundo te dice y aliméntalo. Si estas plantas están ahí fuera, podrás
hacerlas más fuertes aquí dentro”. Golpeó con la mano la valla del jardín del
vecino y quedó en silencio.
“Debe pensar que soy estúpido” dijo el joven con una
sonrisa cargada de vergüenza, tras lo que volvió a escuchar la voz ronca de su
interlocutor: “No te puedes imaginar la cantidad de personas que nunca han
preguntado. No sabes cuántos han echado venenos y gasolina a mis plantas por mera envidia. Tú has preguntado,
por lo que a mis ojos te has comportado como un auténtico genio. ¿Estúpido?
Estúpido es creer que se sabe todo.” Aquel anciano, como es ley de vida, falleció
años después. Pudo ver el jardín de su vecino reverdecer, como si sus manos
ancianas hubiesen pasado el testigo.
Tras su muerte el jardín que había cuidado mantuvo cierta vida hasta que la
casa fue comprada por otras personas. En su tumba nunca faltaron flores
agradecidas de aquellos que se atrevieron a preguntarle. Entre ellas estaban
las de un joven que recibió con felicidad la visita de un nuevo vecino, que le
preguntó con timidez: “Tiene un jardín precioso ¿cuál es su secreto?”
Los ciudadanos estan cansados de esta larga crisis que les han mantenido en
la oscuridad durante los últimos siete años. Y es que cuando parece que vamos a
recuperarnos, llegan nuevos elementos que hacen que todo vuelva a ponerse feo
otra vez. Nos hemos acostumbrado a lo inevitable, para lo cual doblamos la
rodilla para recibir el castigo como algo irremediable que no se puede evitar.
Si hacemos caso a la teoría de J. B. Rotter y Murly sobre el locus de
control (es un rasgo central de
personalidad del individuo que se define por la creencia del sujeto en la
responsabilidad que tiene sobre su propio actuar. El locus de control puede ser
"interno" o "externo". En el primer caso,
supone un grado significativo de independencia personal y mayor capacidad de
logro, en el segundo caso supone lo
contrario), los individuos que lideran las compañías (directivos) podrían
estar pasando de tener un locus de
control interno a uno externo ya que no son capaces de dominar su
destino y el de las compañías que lideran, llevándoles hacia una
rendición causada por una situación prolongada en el tiempo con dicha crisis.
Sin duda un escenario funesto para todo aquel que intente salir de dicha situación
emprendiendo cualquier actividad. El
locus de control interno se puede traducir como "autocontrol",
es decir, como el pensamiento de que nuestros actos definen nuestros resultados
y que por tanto, podemos interferir en nuestro destino. Cuanto más ajeno nos
resulte el locus, menos control sentiremos que poseemos sobre una situación
determinada y, por tanto, menos nos
implicaremos con las soluciones. Ante una crisis tan larga y
profunda como la que vivimos, el locus de control directivo se ha parapetado
sobre argumentos tales como: "dependemos de Europa", "es por la
crisis", "a ver si lo arregla él gobierno", "necesitamos
subvenciones", "nadie nos representa", "es culpa del
gobierno", "los mercados nos tienen contra las cuerdas", “los
reguladores son responsables”, “las compañías están atadas por la legislación y
la inseguridad jurídica”, etc... Más allá de que algunas razones puedan ser
verdad, el peligro de este hecho es evidente, pues si los problemas no
tienen relación directa con dichos directivos, tampoco lo tendrán las
soluciones, de modo que existe un abandono a la suerte y a los designios
ajenos, convirtiendo a las compañías en figuras pasivas... en parte del problema.
Un ejemplo de lo
anterior tiene su plasmación en las sanciones que reciben las compañías por los
reguladores u órganos de la competencia. Las 10 mayores entidades bancarias del
mundo han pagado en los últimos seis años sanciones por valor de 262.000
millones de dólares (247.000 millones de euros), según la firma de investigación
CCP Research Foundation desde que se inició la crisis allá por el 2007. Las
principales causas de dichas sanciones fueron: la venta de valores “subprime”, la manipulación de índices
interbancarios y el blanqueo de capitales. El presidente norteamericano
Obama ha calificado a dichas entidades bancarias como "peces gordos", esos "sujetos
que no sienten remordimiento alguno por asumir riesgos salvajes" en un
mundo de "codicia" y "avaricia", como ha calificado Obama a
esos altos directivos de la banca que, alentados por "incentivos
perversos", han asumido "riesgos temerarios". La
cantidad equivale, por ejemplo, a la capitalización de un titán como General
Electric o al valor conjunto de dos grandes firmas como Facebook y Yahoo. Este
cálculo de CCP Research, una empresa independiente con sede en Reino Unido, es
el que genera más consenso en el distrito financiero, si bien no es la única
estimación. Otra más discreta, de Boston Consulting Group, lo reduce a 178.000
millones de euros. El año 2015 ha sido extraordinario para la CNMC (Comisión
Nacional del Mercado y la Competencia) en su lucha contra las prácticas
anticompetitivas con 14 decisiones adoptadas y un record histórico de multas
impuestas de 549 Millones de euros, de entre las que la mayor parte, unos 506
millones han correspondido a sanciones contra cárteles. Según la ley vigente,
de 2007, la multa máxima es del 10% del negocio del sancionado. http://bit.ly/1oXdKM3
Otro ejemplo reciente de mala gestión directiva con consecuencias catastróficas ha sido el de
Wolkswagen, su consejero delegado Mathias Müeller explicó que el escándalo tendrá un impacto “sustancial y doloroso” en las cuentas del grupo. En concreto, derivado
directamente de las multas a las que se enfrenta en EEUU, que pueden ascender
hasta los 46.000
millones de dólares (41.000 millones de euros). El presidente
del comité de empresa de VW, Bernd Osterloh, dijo que “si está en peligro el
futuro de Volkswagen por el pago de una multa por una cantidad hasta ahora
excepcional, ello tendrá
consecuencias sociales dramáticas, no sólo para nuestras fábricas
estadounidenses, sino también en Europa”. Los recortes en el
empleo preocupan al comité, tanto que el presidente pidió a las autoridades
americanas en su intervención que “tengan en cuenta esta dimensión social y de
política de empleo” a la hora de fijar las sanciones. Tardarán “años en medir y asumir la totalidad de
las implicaciones financieras” de este fraude, aseguró
Müeller. El presidente del Estado de
Baja Sajonia y miembro del consejo de administración Stephan Weil ya advirtió
que esperan “que emerjan más malas noticias”. El Estado es el segundo mayor
accionista en Volskwagen, con el 20% del capital. Por otro lado la compañía
aseguradora Allianz demandará a la automovilística por la dramática pérdida de
valor de sus acciones como resultado del escándalo. Wolkswagen provisionó el
año 2015 unos 6.700 millones de euros
para hacer frente a los costes de las reparaciones de los 11 millones de
vehículos. Sin embargo, esto no cubre las posibles sanciones. Los analistas ya
estiman que la compañía provisione 15.500 millones de euros adicionales para
este conflicto durante este año.
Las empresas tienen muchas razones para rechazar la mala
gestión, ya que esta tiene altos costes directos (desde multas hasta penas de
prisión) e indirectos al reducir la transparencia (obligando a la falsedad
contable y fiscal); los riesgos que lleva consigo pueden ser grandes y, a
menudo, de difícil valoración, porque se escapan al control. Esto
deteriora la reputación de la empresa y su capacidad de supervivencia y su
rentabilidad futura, además de ser una estrategia equivocada. La
ventaja competitiva que puede adquirir una empresa por dichas malas prácticas
se puede ver truncada muy fácilmente al
ser descubiertas las mismas. Descuidar sus ventajas competitivas basadas
en las personas por su calidad, innovación o
servicio, para pasarse a otras mucho más endebles y cuyo mantenimiento
puede ser crecientemente costoso, suele ser síntoma de falta de calidad en la
dirección. Una conducta que puede ser económicamente rentable cuando se
practica por primera vez, pero deja de serlo cuando el juego es repetitivo y se
práctica habitualmente. Esta mala gestión genera problemas sociales
y morales, los empleados que se ven forzados a participar en ella ven lesionada
su dignidad y su integridad moral, la
confianza se resiente. Algunos estarán muy a gusto en esta situación,
(por ejemplo, intentando desviar en beneficio propio algunas de dichas malas
prácticas en la gestión), otros manifestarán su disconformidad con actitudes de
absentismo, bajo rendimiento, falta de iniciativa, etc., y si la mala gestión
se arraiga, es probable que los mejores abandonen la empresa.
"Estupideces" dirá alguno... pero uno solo
pide a veces que durante unos minutos al día las personas que dirigen y lideran
las compañías piensen en el colectivo de personas que integran las mismas y en
la forma de hacer realidad los deseos y metas que fijan, para lo cual es fundamental que
aprendan de los errores y asuman el hacer algo diferente para salir del marasmo
en el que se encuentran a veces las mismas. Esa es la diferencia entre lo que
es un líder o directivo emprendedor (persona que sueña) y lo que hace una
persona que se parapeta en su locus de control “externo”. El
rendirse no es la solución, eso es lo más sencillo, aprender de lo que se ha
hecho mal y que se podría haber hecho diferente, facilitará a dichos directivos
no sentirse como víctimas, asumiendo
responsabilidades, planteando soluciones y actuando con valor. En las
crisis, la oscuridad es larga pero si un día amanece, los que podrán ver el
espectáculo serán los que mantenían sus ojos abiertos. Puede que entonces uno se
sorprenda al ver que se ha vuelto más
fuerte que nunca mientras otros han olvidado cómo ponerse de pie, mirar hacia fuera como el jardinero del principio de este post no parece una mala idea.
Ya lo dijo Sigmund Freud: “Uno puede defenderse de los
ataques, contra el elogio está indefenso”.
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