Japón
es el único país donde la revolución industrial no estuvo protagonizada por la
burguesía, en la Era
Meijí fue la nobleza la que ostento dicho liderazgo industrial. Todo lo
contrario de lo que sucedió en Europa, donde la presencia de una nueva clase de
comerciantes y hombres libres impulsó los procesos de transformación del
mercado y el cambio de las estructuras sociales. La cultura japonesa ha estado
moldeada por el sintoísmo, la religión más extendida en el país. Se trata de
una religión con muy pocos elementos dogmáticos, pero con rituales sociales muy
definidos, como el culto al emperador, la memoria de los antepasados y el
respeto a los mayores. El japonés es un pueblo que se consideraba amenazado
desde el exterior y vivía en una actitud defensiva. Es por esto mismo que
abandonó la insistencia en el estudio y la benevolencia, propias del sabio, y
acentuó más la importancia de la entereza y la lealtad, necesarias para
el guerrero. La virtud del samurái no sólo debía mostrarse en la guerra, sino,
en todo momento, mediante el cumplimiento del ceremonial propio de su rango.
Los samuráis tenían un código detallado que garantizaba el respeto y la lealtad
al grupo al que pertenecía y que debían cumplir con estricta fidelidad.
El samurái que, por alguna traición o felonía, era expulsado del daimio al que
pertenecía, no tenía sitio en la sociedad japonesa, quedaba marcado de por vida
y ya nadie le acogía.
El bushido (en japonés, “la vía del
guerrero”), es un código ético
que muchos samuráis seguían como seña de identidad de su compromiso como
guerreros. Más que un conjunto de reglas o deberes, el bushido “era
una forma de vida” en la que el guerrero demostraba su compromiso con
el honor, la lealtad o la justicia, llegando a entregarse a la muerte si éstos
se veían en peligro. En el origen del bushido se encuentra en corrientes religiosas y
filosóficas como el Budismo, el Confucionismo o el Zen,
de cuya combinación surgieron los siete mandamientos que guían el código del
samurái. Uno de los principales textos dedicados a la “vía del guerrero”,
en donde se encuentran estas virtudes descritas, es “El libro de los cinco anillos”
(Go rin no sho) de Miyamoto Musashi (1582-1645), un
samurái, pintor y calígrafo considerado como uno de los más célebres
guerreros de su disciplina y el principal autor que plasmó el bushido en papel junto a Yamamoto
Tsenetomo, autor de Hagakure
“El camino del samurái”. A
continuación se describen los siete principios o virtudes del bushido
que todo buen samurái debía seguir, los cuales tienen una vigencia completa en
nuestro día.
1. Gi (justicia)
Sé honrado en
tus tratos con todo el mundo. Cree en la justicia, pero no en la que emana de
los demás, sino en la tuya propia. Para un auténtico samurái no existen
las tonalidades de gris en lo que se refiere a honradez y justicia. Sólo
existe lo correcto y lo incorrecto.
2. Rei (respeto, cortesía)
Los samuráis no
tienen motivos para ser crueles. No necesitan demostrar su fuerza. Un samurái
es cortés incluso con sus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no
somos mejores que los animales. Un samurái recibe respeto no sólo por su
fiereza en la batalla, sino también por su manera de tratar a los demás. La
auténtica fuerza interior del samurái se vuelve evidente en tiempos de apuros.
3. Yu (coraje)
Álzate sobre
las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón
no es vivir. Un samurái debe tener valor heroico. Es absolutamente
arriesgado. Es peligroso. Es vivir la vida de forma plena, completa,
maravillosa. El coraje heroico no es ciego. Es inteligente y
fuerte. Reemplaza el miedo por el respeto y la precaución.
4. Meiyo (honor)
El auténtico
samurái solo tiene un juez de su propio honor, y es él mismo. Las decisiones
que tomas y cómo las llevas a cabo son un reflejo de quien eres en realidad. No
puedes ocultarte de ti mismo.
5. Jin (benevolencia)
Mediante el
entrenamiento intenso el samurái se convierte en rápido y fuerte. No es como el
resto de los hombres. Desarrolla un poder que debe ser usado en bien de
todos. Tiene compasión. Ayuda a sus compañeros en cualquier oportunidad.
Si la oportunidad no surge, se sale de su camino para encontrarla.
6. Makoto (honestidad)
Cuando un
samurái dice que hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra
lo detendrá en la realización de lo que ha dicho que hará. No ha de “dar
su palabra.” No ha de “prometer.” El simple hecho de hablar ha puesto en
movimiento el acto de hacer. Hablar y hacer son la misma acción.
7. Chuugi (lealtad)
Para el
samurái, haber hecho o dicho “algo”, significa que ese “algo” le pertenece. Es
responsable de ello y de todas las consecuencias que le sigan. Un samurái
es intensamente leal a aquellos bajo su cuidado. Para aquellos de los que es
responsable, permanece fieramente fiel.
Cualquier compañía genera bienes o servicios para
el mercado con el fin de atender necesidades de los clientes. Para realizar
esta misión la compañía emplea recursos como: materias primas, recursos
financieros, trabajadores, etc., los cuales se organizan bajo la dirección de
un directivo para posteriormente vender los mismos. Lo que finalmente resulta
de dicha ecuación de costes e ingresos son unos beneficios que se queda el
propietario de dicha compañía. En el modelo tradicional, la competencia en el
mercado generalmente se encarga de fijar los precios de venta (y los que hay
que pagar a los recursos productivos). La competencia del mercado lleva a los
directivos a organizar la producción, de modo que se maximice el beneficio de
forma que la empresa cumpla su función social: proporcionar bienes y
servicios de manera eficiente. Pero este modelo ideal de cómo funciona
una compañía generalmente tiene disfuncionalidades lo cual hace que no se cumpla,
ya que existen procesos e intangibles dentro del modelo productivo que no
siempre se consiguen, como por ejemplo: hay costes de transacción, hay que
incentivar a los propietarios de recursos para que entren en una dinámica de
cooperación que la empresa necesita; hay que invertir en capital humano, hay
que procurar que los recursos desarrollen sus competencias o sus capacidades
efectivas, etc. Y así van saliendo las distintas teorías de la empresa
como: los costes de transacción o negocio, los contratos, activos específicos,
derechos de propiedad, competencias o capacidades, conocimientos… Es un poco
como la historia del elefante que he descrito en el post EMPLEADOS
CON FALTA DE ALINEAMIENTO...PÉRDIDAS CUANTIOSAS , en el cual el
grupo de ciegos cuenta su trozo de realidad en base a lo que perciben, con un trasfondo
común, crear valor para ser más eficiente. Sin embargo la
epistemología humanística que integra la ética, la responsabilidad social, el
bien común, el capitalismo responsable, la sostenibilidad, etc., aportan
fundamentalmente dos cuestiones importantes en el modelo productivo
tradicional. La primera es un gap o beneficio que no está cuantificado ni
evaluado en el modelo tradicional del capitalismo. Y la segunda es que aporta
un concepto más amplio de valor creado en la empresa a propósito de lo que
hace la empresa. Un ejemplo de lo anterior sucede con el conocimiento, un
activo que no se mide económicamente. Las empresas las integran un grupo de
personas, (propietarios, directivos, empleados, etc.), y dentro de las mismas
en dichos grupos de personas “suceden hechos”, los cuales algunos no
vienen reflejados en los contratos, ni se miden en dinero, ni tienen solo
implicaciones monetarias.
El poder se podría definir como la capacidad que
tienen algunas personas o grupos para imponer su voluntad sobre otras personas.
El modo en el que se exhibe el poder en la realidad humana es a través de la
violencia (en un sentido muy amplio), que puede ser desde la coacción
física, coacción social o simplemente puede consistir en la manipulación de los
dominados (violencia simbólica). Todas las personas y en todas las
sociedades se tiene una relación dual con el poder, por un lado se
reconoce que, sin ninguna forma de poder (y, por tanto, de violencia, en un
amplio sentido del término), la sociedad no podría funcionar y, por tanto, la
vida misma sería imposible. Sin embargo por otro lado el ser
humano es consciente de que el poder y la violencia afectan negativamente a la
dignidad del individuo. Por medio del poder, las
personas dejan de ser -en mayor o menor grado- fines en sí mismas, para pasar a
convertirse en instrumentos al servicio de otros fines. Cualquier
persona alguna vez ha sido separada de su yo al tener que hacer alguna cosa que
iba contra sus principios, esto sucede cuando alguien nos fuerza a
hacer lo que no queremos o nos impide hacer lo que queremos. Existe
también otra situación curiosa y muy repetitiva con respecto al poder, es la de
una persona que está siendo manipulada y que, por tanto, se convierte en un
instrumento al servicio de otros intereses, en perjuicio de su dignidad,
consciente o inconscientemente de ello. Esta situación ocurre
generalmente cuando la persona afectada acata y se somete obedientemente a una
tercera persona que piensa más en sus intereses particulares que en el conjunto
de individuos que se pueden ver afectados por dicha decisión. Esto
ocurre por ejemplo en compañías cuando se tienen que tomar determinadas
decisiones importantes que afectan al devenir de la misma y se postergan,
quizás pensando más en lo que le afecta a uno que en el proyecto que
representa.
La era actual ha sido portadora de tres elementos
indisolublemente ligados entre sí: el individuo, la razón y la
libertad. En la actualidad, la razón es la capacidad de la mente
humana para establecer relaciones entre ideas o conceptos y obtener
conclusiones. La razón moderna tiene sus cimientos en un individuo que nace en
libertad y que busca y lucha por su libertad, mientras interactúa en libertad
en el mundo en que vive, es un individuo que nace igual a sus
semejantes y construye relaciones de igualdad con sus pares. Es por
esto mismo, que la era actual en la que vivimos requiere más que nunca
de la voluntariedad, ya que características habidas hasta esta era
como eran la tradición, la religión o costumbres han pasado a un segundo lugar.
Factores como el deber, la lealtad u obediencia tienen en principios dos
dimensiones y significados de la norma moral: por un lado está la postura de la
heteronomía moral (las normas morales proceden de otros), esto es debido
a que el individuo vive en una sociedad la cual dicta y condiciona con sus
normas morales. Y por otro lado esta su autonomía moral, la cual
afirma que el individuo es capaz de crear sus propios códigos morales, de ser
consecuente con sus propias ideas, dichos y creencias, y que por lo tanto posee
una conciencia crítica que le impulsa a obrar responsablemente.
Esto da como resultado que el deber, obediencia y lealtad pertenece en
primer lugar a la conciencia moral del individuo, y después en la esfera
colectiva o de la sociedad. De manera que se debe entender la conciencia moral,
como la propia conciencia psicológica del individuo, que
reflexiona y examina los actos a la luz de ciertos valores o criterios propios,
para decidir lo que debe hacer. Así, la conciencia es un
hecho de la experiencia interior, propia del ser humano como ser moral, que le
permite juzgar si las acciones, decisiones y realidades son buenas o
malas. La conciencia moral se compone de dos elementos interconectados:
- Un elemento psicológico, que es el conocimiento reflejo del propio yo y de los propios actos, y que permite percibir y comprender lo que decimos y hacemos.
- Un elemento de juicio, que es la capacidad evaluativa que posee el individuo, para reconocer la naturaleza ética de un acto, aprobándolo o rechazándolo.
En la actualidad y sobre todo en el futuro, se
necesita de ser personas leales. Se necesitan individuos que sepan ser leales
consigo mismos y con sus compañeros de trabajo, con las organizaciones e instituciones
en las que trabajen, o sea, individuos que hagan de la lealtad un valor
esencial en sus vidas. La lealtad es un valor que cotiza muy alto en
las sociedades corporativas, esta característica es exigida, valorada,
solicitada y esperada por los diferentes stakeholders de una compañía, ya que
la misma está asociada a otras virtudes y valores, tales como la sinceridad,
la fidelidad y la honradez. Cuando la lealtad se fundamenta en la libertad y autonomía de la
persona, cuando se relaciona con el deseo claro y nítido de la transparencia
corporativa en cuanto a una comunicación real de la verdad, entonces y solo entonces, la lealtad se
transforma en una fuerza y una
autoridad moral que enriquece el sentido del deber y fortalece la voluntad de las
personas que integran dicha compañía. Ninguna identidad corporativa ni institucional sería posible ni duradera
en el tiempo, si los individuos que integran la organización (empresa o
institución) no se identificaran voluntariamente con ella y con las personas
que la integran, no solo por los valores y principios que encarna, sino
también por las personas que la representan. Desde un punto de vista social y
moral, las instituciones permanecen, y las personas pasan, sin embargo
esa transitoriedad de las personas es la que garantiza la permanencia de las
instituciones. La naturaleza de las instituciones son las
personas, el grupo humano que las integra. La lealtad que debe regir las
relaciones de sus miembros dentro de una compañía, no debe de ser óbice para
olvidar que los directivos, mandos o empleados son personas, unos con mayor
responsabilidad institucional que otros dentro de la organización, pero en el
fondo son personas… La lealtad con la institución
u organización, se materializa y personifica transitoriamente en quienes en la actualidad dirigen la compañía, pero la lealtad personal de cada empleado no se reduce solo
a dichos mandos y directivos, sino que son dichos directivos los que
aquí y ahora representan y
personifican la institución a la que pertenecemos y cuyos valores compartimos. Cuando dicha ética de la verdad y
transparencia está implantada dentro de una compañía, la lealtad se convierte
en un valor superior en el que el principio fundamental es el siguiente: yo soy leal contigo y con la
institución, en la medida en que ambos reconocemos la verdad, y en la medida en
que la verdad preside los actos de las personas. La lealtad
no puede fundarse en el engaño, en el ocultamiento de la verdad, en la
distorsión de los hechos, en la mentira. Donde hay mentira, no hay
verdad, y donde no hay verdad la lealtad se convierte en complicidad. Una
persona es leal con la institución que representa cuando pone en
evidencia el engaño, cuando denuncia las faltas a la verdad, porque cada
vez que se miente es el honor, la imagen y el prestigio de la institución los
que están en juego, porque el honor, la imagen y el prestigio siempre se
fundamentan y se construyen sobre el cimiento de la verdad, y porque ninguna
institución o compañía existe ni puede perdurar para servir a la mentira, sino
para realizar, entre otros, un bien superior: la verdad.
De ésta forma, la norma moral que
respalda a la obediencia o lealtad hacia un tercero, solo se puede encontrar de forma sana si la acción es realizada por el simple
respeto al deber y no sólo en cumplimiento de la obligación hacia un tercero. Para ello dicha obligación moral tiene que emanar de normas o parámetros éticos
aceptados y reconocidos por la sociedad, empresa o grupo de personas al que
pertenece, y
por otro lado los fundamentos de la obligación moral tienen que ser socialmente conocidos y
aceptados de forma que actúen sobre el conjunto de dichos individuos. Las palabras y los actos de un
hombre son como su estela, se pueden seguir vayan a donde vayan,
lo importante de este hecho no es tanto el seguimiento que se puede hacer de
los mismos, sino que dicho rastro no lleve a lugares donde el hombre
pierda todo su honor, lealtad y honestidad.
Ya lo dijo John Locke: “La razón por la que los
hombres entran en sociedad es la preservación de su propiedad”.
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