viernes, 10 de junio de 2016

FACT-CHECKER, UNA FIGURA NECESARIA



El New York Times es un periódico legendario que reside en la imaginación de muchos periodistas, los becarios cuando llegaban a hacer prácticas en el mismo pasaban por el departamento del fact-checker. La misión de estos reside en la revisión y edición de cada uno de los artículos. De ese modo, todos aquellos que escriban para el Times deben de someter sus trabajos a una investigación sobre los datos que aparecen en ellos. Entonces, los fact-checkers entran en acción. Basándose en fuentes fiables, documentos oficiales, enciclopedias, agencias de información y otros medios, los fact-checkers deben de comprobar que cada fecha, lugar, nombre, ley o cualquier otro hecho que aparezca en el artículo es completamente veraz. Los fact-checkers son un filtro fundamental para conseguir que todos esos trabajos acaben depurados en las manos de los lectores con informaciones exactas. Detrás de cada investigación hay mucho tiempo de estudio y rastreo, conversaciones con contactos y testigos de los acontecimientos, e insistentes peticiones a personas que están en los centros de decisión con poder, o a quienes conocen a dichas personas para que hablen. En ocasiones escritores tan  reputados como Paul Krugman o Noam Chomsky, al poner negro sobre blanco pueden cometer errores. Datos como; una fecha, que a pesar de estar bien anotada en el borrador, está mal situada en el texto final, una ciudad mal escrita, una ley citada de forma inexacta, un nombre que no se corresponde con el cargo atribuido en el reportaje, una confusión entre dos acontecimientos ocurridos en la misma época, etc., son posibles errores que se pueden cometer. 
Gay Talese, el autor de The Kingdom and The Power (El reino y el poder), una de las mejores historias que se han escrito sobre el New York Times, decía que el periódico formaba parte de la educación del ciudadano, que muchas generaciones aprendieron a conocer el mundo que les rodeaba gracias a la habitual lectura del diario. Uno intuye, por supuesto, que todos aquellos que trabajan para proporcionar ese tipo de educación a los lectores tienen la capacidad necesaria para llevar a cabo semejante proyecto. Sin embargo, tampoco se puede confiar todo a la infalibilidad del periodista, por eso los fact-checkers se encargan de evitar que, por circunstancias de tiempo y espacio (en ocasiones la inmediatez de la noticia obliga a mandar rápidamente el trabajo), todo el material que se utilizó en la redacción del texto estaba en buenas condiciones. La aparición de internet revolucionó los métodos de verificación. Los periódicos se habían suscrito al sistema de LexisNexis, un archivo digital que posee una enorme cantidad de números de periódicos y revistas. Los editores dicen que no se puede confiar en él ciegamente, ya que si bien el laberinto de información que se mueve por el ciberespacio facilitó las cosas a los fact-checkers,  esto también introdujo la posibilidad de manipulación y multiplicación de los errores de forma exponencial. Es de resaltar que los datos se volvieron también más accesibles al público en general, pero también se convirtieron en objetos de manipulación por diversos intereses.  Una de las características más valorada de un buen fact-checker es la tenacidad: “Un revisor que se da por vencido después de encontrar una fuente aparentemente fiable no durará mucho; si uno comete errores, su carrera laboral será muy corta”.

Las medias verdades o mentiras no son buenas en general, pero en el mundo empresarial son  especialmente dañinas por el daño que ocasionan en él compromiso y la productividad de los empleados, socavan el trabajo en equipo y aumentan factores tales como el estrés o las enfermedades profesionales, arruinando en muchos casos a la propia compañía. Ejemplos existen muchos, como por ejemplo WorldCom o Enron en Estados Unidos. Una persona cuando no cuenta la verdad, lo primero que se degrada siempre es el valor de la palabra, ya que cae en la red de la mentira pasándose al lado oscuro de la realidad, y asumiendo un sambenito que le va a acompañar el resto de la vida. Las mentiras o medias verdades, son malas siempre, aunque muchos quiten valor a las “mentirijillas” o incluso hablen de “mentiras piadosas” (lo cual dicho sea de paso es una expresión contradictoria). No vale decir que no perjudican a nadie. Se puede decir que, como mínimo perjudican a uno mismo ya que su integridad queda por los suelos, fomentado un hábito tóxico. Con frecuencia perjudican también a los demás,  ya que con ello se instaura una cultura del engaño. En muchas ocasiones las mentiras son producto de notorias injusticias, lo cual agrava si cabe todavía más dicho hecho. 


Es sabido que muchas veces existen mentiras “útiles”, que ayudan a quedar bien a la gente frente a compromisos adquiridos para no tener que dar muchas explicaciones a hechos relevantes. Pero que sean útiles no significa que sean éticamente aceptables. Hay ocasiones sin embargo, que es lícito decir una mentira como legítima defensa ante un injusto agresor cuando hay razones proporcionalmente graves, como por ejemplo cuando se persigue a alguien injustamente y su vida corre peligro. De aquí que convenga distinguir la mentira, que supone que el receptor espera o tiene derecho a aceptar como cierto lo que decimos, y la ocultación lícita de la verdad: hay secretos que deben ser guardados y muchas veces se logrará no hablando. Otros pueden requerir actuar en legítima defensa. En el mundo corporativo, no existe lugar para la legítima defensa, ya que la vida de las personas no corre peligro en un mundo civilizado, por lo tanto se impone practicar una ética que anteponga la verdad ante todo.
La verdad generará confianza, reforzará las relaciones interpersonales y creará una excelente cultura corporativa. ¿Qué gana una compañía ante esta situación? Pues muchas cosas…desde confiabilidad, valor de marca u otros intangibles, pero sobre todo gana algo muy importante, es el compromiso del empleado con él cliente.

Muchos periodistas se juegan la vida cada día en distintas regiones del mundo para presentarnos los hechos. Acuden a lugares hostiles con la intención de conocer la realidad aparentemente lejana, pero que está mucho más relacionada con las personas de lo que inicialmente se piensa. Los reporteros nos ayudan a entender dicha realidad, mostrándonos muchas veces la miseria humana, todo ello no para estropearnos la sobremesa de nuestra comida o cena, sino para decirnos muchas veces que: el miedo, la desesperación, el hambre, el anhelo de libertad, el odio, o la venganza están más cerca de lo que pensamos. Su esfuerzo nunca debería ser menospreciado. 
En las compañías la verdad o los errores en la comunicación no pueden ser corregidos por fact-checker debido a que dicha figura no existe. Pienso muchas veces que si dicha figura existiera resultaría muy  incomoda a algunos gestores de algunas compañías que viven instalados en una realidad virtual sobre kpis fundamentales que afectan a sus compañías. En la actualidad con la aparición de las redes sociales y el mundo interactivo, lo que existen en algunas de ellas es exceso de información o información confusa tratando de contrarrestar o desacreditar aquello que por otro lado nos dicen las métricas y datos que se obtienen de los diferentes procesos de medida. Muchas personas que forman parte de las compañías no tienen tiempo para observar y estudiar qué sucede en el día a día dentro de las mismas, ya que sus quehaceres diarios les impiden hacer un seguimiento de las métricas que se vienen sucediendo dentro de ellas, esto hace que muchas veces datos importantes pasen completamente desapercibidos para una gran mayoría.
Quien gestiona deficientemente y no rectifica aquello que está comprobado estadísticamente, emplea más tiempo y recursos en esconder que en resolver los problemas que de verdad preocupan e intranquilizan a las personas que integran las compañías.  Esa no es la solución a los problemas, los problemas hay que encararlos y hacerles frente. Cuando el directivo no lo hace, ya lo dice el refranero “el hombre recurre a la verdad sólo cuando anda escaso de mentiras”.



Ya lo dijo Mahatma Gandhi: “Aunque la verdad esté en minoría sigue siendo la verdad”.




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