En
1968 algunos empresarios norteamericanos pensaron que si fusionaban Pennsylvania Railroad con New York Central Railroad y si añadían The New York y New Haven and Hartford
Railroad podían sacarlas de las pérdidas y ganar dinero. En la corta y
media distancia podían ganar a los aviones. Para hacer las cosas fáciles la
llamaron Penn Central. La zona
de operaciones que abarcaba Penn Central
era la más poblada de EEUU. Claro que seguían teniendo un serio competidor: las autopistas. Desde una ley
aprobada en 1956 por Eisenhower, las four-line
highway se construían a ritmo bárbaro. Otro enemigo era la
Comisión Interestatal de Comercio que regulaba las tarifas, y velaba por que no se asignara ni un centavo más
de lo permitido. En 1970, incapaz de asumir su enorme deuda, Penn Central anunció la mayor
suspensión de pagos de la historia hasta entonces conocida y conmovió la
mentalidad empresarial norteamericana. A raíz de esa quiebra, sucedieron varias cosas. En
primer lugar se creó Amtrak, una
empresa estatal de trenes que sale en todas las películas desde 1970. Y, en
segundo lugar, las casi inadvertidas agencias de “rating” disfrutaron del mayor empujón de su historia.
Las agencias de calificación financiera existían desde principios del siglo XX.
Se dedicaban a emitir informes sobre si ésta o aquélla empresa era creíble
desde el punto de vista financiero. Esas opiniones aparecían en unos libros de “rating” que podía comprar cualquier
mortal. ¿Quería usted adquirir acciones de una compañía? Entonces compraba esta
opinión independiente y
luego tomaba su decisión. No era un negocio fabuloso, pero sí muy
respetado.
Las casas de
rating como Moody's se
enorgullecían en los años 50 de no recibir “un centavo de las empresas”, de ser
incorruptibles y de practicar una tajante moral basada en la independencia,
según lo describía el vicepresidente de la compañía en el diario religioso Christian Science Monitor. Eso
se llama sindéresis (opiniones justas). Era bueno para el sistema financiero y
para los inversores. Esta quiebra trajo otro efecto perverso para las
compañías, los bancos pusieron en duda a todas las empresas y les cerraron el
grifo del crédito. Esto generó un efecto contrario al esperado ya que estas mismas
empresas incrementaron aún más sus impagos. Aterrorizadas por esta decisión,
las empresas norteamericanas fueron corriendo a buscar a alguien que les diera
un certificado de buena salud financiera. Y entonces descubrieron a las
agencias de “rating”. Todos
los empresarios hicieron cola y obtuvieron sus certificados de solvencia
financiera. Tanto se incrementó la demanda del “rating” que las agencias
se vieron obligadas a cobrar por primera vez a las empresas que se lo
solicitaban. Pero en 1975 ocurrió otro hecho que remató la importancia y
preponderancia de las mismas, el gobierno norteamericano a través de la Securities and Exchange Commission (SEC), llamada también el watchdog
(el sabueso o guardián) de la Bolsa americana, se percató de que las
calificaciones podían ser un gran detector de minas financieras. Para evitar
futuras quiebras por falta de fondos, obligó a los intermediarios financieros a
poner más dinero cuando su “rating”
fuera malo, y menos si su “rating”
era de alta calidad. El remate fue que sólo las agencias certificadas
podían dar esas notas. Para ello se creó la National Recognized
Statistical Rating Organization (la organización nacional de rating de
EEUU) que hoy contempla 10 firmas. Pero las más importantes son Fitch,
Moody's y Standard &Poor's.
Standard
& Poor’s (S&P), Moody’s y Fitch son conocidas en el mundo de los
negocios como las “big three” (tres grandes), y tienen en su honor el ser
las principales instituciones que califican los riesgos de impago de las principales compañías o administraciones
públicas del mundo. Se cumplen ahora ciento cincuenta y seis años desde que Henry Varnum Poor creó el germen de la
que sería la primera agencia de calificación de riesgos allá por 1860, Standard & Poor’s, facilitando
información actualizada sobre compañías ferroviarias. Le siguieron John Moody (Moody’s) en 1909, aportando
como innovación la utilización de letras para evaluar el riesgo de las
compañías, y John Knowles Fitch en
1913 con la creación de Fitch. Casi todas ellas comenzaron
analizando el estado de salud
financiera de las compañías de ferrocarriles, que se extendían
como el negocio de moda por todo EEUU. Por ejemplo, uno de los primeros
informes de Moody’s consistió en sus “Análisis de las Inversiones en
Ferrocarriles”. Luego, añadieron sus valoraciones sobre los
bonos municipales de EEUU y más tarde sobre todo el mercado de bonos de EEUU. Y
Poor ya elaboraba en el siglo XIX un anuario titulado “Historia de los Ferrocarriles y
Canales en EEUU”.
Entre
las tres copan el 96% del mercado, con una cifra de negocio que roza los 4.600
millones de dólares. La que concentra
más poder en el mercado es Moody's Corporation, con un 40% de cuota de la
calificación crediticia. La agencia americana cotiza en la Bolsa de Nueva York
y sus diez primeros
accionistas concentran el 53,5% del capital. Entre ellos, destacan dos
de especial relevancia en el mundo inversor: Berkshire Hathaway y
The Capital Group. Berkshire Hathaway,
con el 12,5% de la agencia, es un conglomerado económico presidido por uno de
los mayores inversores del mundo, además de ser su mayor accionista, el
multimillonario Warren
Buffet. Este mismo grupo está integrado además por otro magnate americano y
destacado miembro del consejo de administración: Bill Gates,
cofundador y ex presidente de Microsoft. El otro accionista de referencia es la
familia Rockefeller a través de la sociedad The Capital Group,
el cual tiene un 12,38% de Moody's. En sus
manos, está el destino del capital y del devenir de muchas economías, países y
compañías del mundo. Su poder y capacidad fue puesta de manifiesto en el año
2011 cuando la agencia de calificación Standard & Poor´s rebajó el “rating”
de la deuda estadounidense, pasando de una triple AAA a AA+ con
perspectiva negativa. Es la primera vez
en 70 años que Estados Unidos pierde la máxima calificación.
Notas de las agencias de calificación http://bit.ly/1r0aNMH
A diferencia
de Moody's, Standard & Poor´s no cotiza. Pero sí su propietario: el
grupo editorial McGraw Hill, que está en el parqué de la Bolsa de Nueva
York. Hecho que nos lleva a encontrar algunas coincidencias curiosas
como es el hecho de compartir accionistas comunes, estos son: The Capital Group (12,31%), State Street
(4.34%), Vanguard Group (3,84%), BlackRock (3,84%) y T. Rowe Price (3,32%).
Aunque McGraw Hill fundamentalmente se dedica a los servicios financieros y al
análisis de bonos y stocks, también tiene negocios en el mundo educativo y
editorial, así como en medios de comunicación. Su presidente es Harold «Terry»
Mc Graw Hill III, secretario general, además, de la Bussiness Roundtable, un lobby patronal conservador que ha
presionado con éxito para evitar, entre otras cuestiones, una mayor regulación
de las agencias.
La agencia Fitch
tiene sedes en Nueva York y en la City de Londres, su accionariado es menos
complejo que en las otras dos compañías. El 60% es de la francesa Fimalac
(Financière Marc de Lacharrière), cuya sede se ubica en París, y The Hearst
Corporation (editora de numerosos diarios y revistas, entre otros
productos, como Cosmopolitan, Elle o Marie Claire), que tiene el 40% de la
compañía.
Las
competidoras de las “big three” apenas tienen 20 años de
historia, e incluso muchas de ellas se han reconvertido o mutado en agencias de
rating en la última década o en los últimos años. "La
confianza en estas agencias está tan firmemente arraigada que los futuros
emisores a menudo obtienen un rating antes de intentar captar dinero en los
mercados de capitales", escribió el corresponsal del
departamento de política y estrategia de Black Sea Trade and Development Bank,
Panayotis Gavras, en la revista Finance & Development, del Fondo Monetario
Internacional (FMI) en el año 2012. Su influencia también se debe a que su
labor facilita el trabajo de selección a los inversores, que encuentran en las calificaciones
un filtro para elegir los títulos para sus carteras. La existencia
de estas agencias, conlleva que las mismas para su funcionamiento deban
de tener dos virtudes fundamentales para garantizar su credibilidad: independencia y
rigor, las dos están ligadas de forma indisoluble. Son estas dos
características fundamentales para que la información que se maneja y los
dictámenes correspondientes sean
transparentes e inspiren confianza, seguridad y fiabilidad en el mercado.
Lamentablemente este es el eslabón más débil y el lugar en el que la corrupción
y el fraude también florecen a veces. Un ejemplo lo obtenemos con el caso de Lehman Brothers.
Sin embargo, la crisis financiera del verano en el 2007 ha supuesto un punto de
inflexión para su credibilidad. La mirada se volvió hacia ellas cuando el banco
Lehman Brothers, el cuarto más poderoso del momento en Wall
Street, quebró en septiembre de 2008. En el momento de su colapso, la entidad
poseía las siguientes calificaciones por parte de las tres grandes agencias: A
por parte de S&P; A2 por parte de Moody's; y A+ por parte de Fitch.
En todos los casos eran unas notas altas -equivalentes a un notable-,
impropias de una entidad que iba a quebrar horas después. Otro ejemplo sucedió durante
la crisis financiera que empezó a gestarse en EEUU a partir de 2005 con las
hipotecas basura, cuando miles de familias dejaron de pagar las mismas debido
al alza de los tipos de interés, los sofisticados productos financieros que
integraban estas hipotecas basura tenían calificaciones máximas: AAA.
Las agencias
de calificación prestan una clara función en los mercados financieros, si los
analistas de estas agencias no estudiaran las compañías o los estados,
autonomías y haciendas locales, difícilmente se podría tomar una decisión
fundamentada sobre la capacidad de devolución de la deuda pública o privada
emitida, y lo que es más importante, se perdería una información vital para la
formación de los precios en los mercados primarios y secundarios de deuda y de
acciones, tanto ordinarias como preferentes. Sin embargo, las
agencias no dejan de ser empresas privadas, que cobran por
sus servicios a las entidades que desean un “rating” (calificación),
si bien tener el mismo no es obligatorio, la que no disponga del mismo, tendría
casi imposible emitir bonos o acciones. Si no se tiene la calificación de una
de las tres grandes agencias (hay otras entidades que hacen esta función), no
sería posible colocar una emisión. Es por ello que el negocio de la
calificación crediticia es uno de esos pocos que tienen la venta asegurada, y
que por pura cuestión de imagen, sus clientes “miman” a su proveedor,
tratando de evitar que les baje el “rating”
o simplemente que diga que “hay perspectiva negativa”. Es esta
situación la que retrata el conflicto de interés implícito que existe, ya que
las agencias viven de lo que les pagan sus clientes y éstos les pagan por tener
una “buena”
calificación, por lo que si hubiera duda entre bajar o no bajar, parecería
razonable suponer que la agencia mantenga la calificación, al fin y al cabo, es
su cliente y “el cliente siempre tiene razón”.
Son estas agencias las
encargadas de realizar la calificación del “rating” de una compañía o de un
país al valorar sus emisiones de deuda
según su capacidad de pago en diferentes plazos de tiempo, su solvencia
financiera y la vulnerabilidad que tiene la entidad o país ante posibles
riesgos externos que afecten a sus futuros flujos de ingresos o al valor de sus
activos. Las rebajas de “ráting”
a las compañías generan una dinámica negativa que complica más la capacidad
financiera de las mismas. El recorte de la calificación refleja un
empeoramiento en la situación financiera del emisor, el cual sufrirá un aumento
de los costes financieros, lo cual redundará en un empeoramiento aún mayor en
su situación financiera al tener que dedicar mayores recursos vía tipos de interés
más altos para pagar el principal de su deuda. Estas agencias fijan el
riesgo que deberán asumir los inversores si compran un bono, acción u otro tipo de emisión de una compañía, e influyen así en el coste
financiero de la misma. A menor calificación de las agencias los inversores exigirán unos
tipos de interés sobre la deuda más elevados con tal de cubrir sus riesgos.
Un ejemplo que se ha
producido estos días al respecto del temor que levantan dichas agencias ha
sucedido con el adelanto del impuesto de sociedades que ha aprobado el
Ministerio de Hacienda. Las grandes compañías del IBEX 35 se encuentran en una
situación enormemente delicada en la actualidad, el adelanto del impuesto de
sociedades, unos 6.000 millones de
euros, en menos de tres meses puede dañar su tesorería. Esta medida tendrá consecuencias adversas para las grandes
empresas, según la CEOE, son
varias las compañías que han protestado ante
dicha patronal. Temen
los problemas de liquidez que generaría en sus balances la medida, ya que provocaría que deban endeudarse
para poder pagar el adelanto de impuestos al fisco e,
incluso, la bajada de su calificación por parte de agencias de “rating”. Las agencias de calificación ya están
recabando información para evaluar dicho impacto, ya que pagar un importe de
este calibre en un periodo de tiempo tan corto y sin planificación, drena la
liquidez de una empresa. http://bit.ly/2cZWVh7
Si
la espada de Damocles para los Estados durante la crisis del 2008 fue la prima de
riesgo, en el caso de las compañías el termómetro del miedo de los inversores es la
deuda financiera neta. El endeudamiento que hace posible realizar
inversiones, resulta perjudicial si la rentabilidad que se obtiene de
éstas es inferior al coste de la deuda. El BCE comenzó a comprar deuda
corporativa de empresas no bancarias con grado de inversión el pasado 8 de
junio, es decir, que no fueran consideradas bonos basura por las principales
agencias de calificación crediticia y de momento lleva destinados
unos 10.400 millones. Entre las empresas agraciadas está Repsol, Telefónica e Iberdrola. Aquella compañía que pierda el “raiting” y sus bonos
pasen a ser especulativos o basura, perderá el favor del Banco Central
Europeo en la compra de su deuda, con el enorme perjuicio que
supondrá para la misma por el encarecimiento de su financiación.
Según
el diario The Wall Street Journal,
el programa de compra de deuda del BCE, que asciende en la actualidad a 80.000 millones de euros mensuales, ha
supuesto un balón de oxígeno para empresas y gobiernos, que ahora pueden
acceder a créditos a tipos de interés históricamente bajos. http://bit.ly/2dstoN8
http://bit.ly/2dJ1Y8J
En
conjunto, las empresas más grandes de la bolsa española deben casi 210.000
millones de euros, según se desprende del análisis de sus informes de
resultados entre enero y septiembre del año 2015. Es decir, un 8,6% más que en
el mismo periodo de 2014, cuando alcanzaban los 193.000 millones de euros http://bit.ly/2drLfnX . Esos 209.760 millones reflejan el
concepto denominado deuda neta. Bajo éste se esconde la suma de lo que
deben a las entidades financieras restando lo que tienen en caja (su liquidez)
y los activos que pueden hacerse líquidos fácilmente. Básicamente, lo que deben
menos el dinero que tienen a su alcance. Algunas compañía del IBEX se
encuentran a dos escalónes del bono basura o deuda especulativa.
En la era de la escasez de
crédito bancario, muchas compañías españolas con bajos "rating" de calificación se han lanzado al mercado de
deuda. Entre 2012 y lo que va de 2016 las compañías nacionales han realizado más de 80 colocaciones de bonos high yield
o especulativos –con una
calificación de rating inferior a BBB–, según la nomenclatura de S&P y
Fitch, e inferior a Baa3, según la de Moody’s–, de acuerdo a los datos de Dealogic. El saldo
vivo de estas emisiones supera
los 22.000 millones y los tipos de interés están en niveles
nunca vistos en casi todas las emisiones. Isolux Corsán, que debutó en el
mercado de bonos en marzo de 2014, lidera las rentabilidades por los problemas
de Abengoa, pese a que su situación no tiene nada que ver, y la paralización de
su salida a Bolsa, dudas que se han trasladado al precio de su deuda. La rentabilidad que ofrecen sus bonos ronda el 48%. También está en niveles desconocidos la deuda que
vence en 2022 de OHL, que paga un 12%. Los bonos que expiran en 2017 de Parques
Reunidos dan casi un 15%. Los de la constructora Aldesa ofrecen alrededor de un
17%; los Port Aventura, más de un 7%; y los de NH, que salió en octubre de 2013
pagan un 5,13%. http://bit.ly/1OqP97I
Así
pues, la pérdida de los “rating” por las compañías no es algo
baladí para el devenir futuro de las compañías, perder los mismos es motivo de
enormes dificultades y sacrificios para los diferentes stakeholders que
integran la misma, desde inversores que obtienen menos dividendos, hasta empleados que ven
más dificultada su labor por menos inversión en formación, innovación…etc.
Las
buenas calificaciones en unos momentos como el actual para las compañías no es
una opción, como le ocurrió al principio de este post a Penn Central, no mantenerlas tiene
consecuencias sabidas como he tratado de ilustrar en el post…
Ya
lo dijo Eduerdo Punset: “La crisis ha hecho que España pierda
ese gran reconocimiento. Ahora estamos a la altura de países caracterizados por
su falta de solvencia”
No hay comentarios:
Publicar un comentario