En
1974, el economista estadounidense Richard
Easterlin público un artículo célebre, e incómodo, en el que
señalaba que, si bien la renta bruta por habitante había experimentado un
aumento extraordinario de un 60% entre 1945 y 1970, la proporción de quienes se
consideraban “muy
felices” no había variado en absoluto (40%)… El alza
notable de los ingresos y los extraordinarios cambios de los modos de vida
asociados al aumento del confort material no
habían tenido un impacto perceptible sobre el grado de satisfacción de los
individuos. “La
paradoja de Easterlin” es un fenómeno contradictorio ya que examinando
datos macroeconómicos de diferentes países, reveló lo siguiente: si consideramos
únicamente los datos de felicidad y nivel de renta de un país, el nivel de
renta sí se relaciona positivamente con el nivel de felicidad, pero, a
escala mundial, los países (considerando que en ellos están las necesidades
básicas cubiertas) con mayor renta no
son aquellos que informan de mayores niveles de felicidad. Los países cuyos
habitantes disponen de mayor nivel adquisitivo en este planeta no son
necesariamente los países con habitantes más felices, ni los países con menor
nivel adquisitivo son aquellos con habitantes más infelices.
Según la tesis de Easterlin, aquellas personas que
disponen de mayores ingresos son los más propensos a autodefinirse como
felices; no obstante, si comparamos la población de mayores ingresos de un
país, imaginemos que con una media de renta de 1500$, con la población de otro
país, con una media de renta de 1000$, la diferencia en felicidad percibida se
perdía, quebrando ese principio deductivo de que “cuanto
más dinero, más felices”. Según los postulados tradicionales, la población del país con una
media de 1500$ tendría que autocalificarse como más feliz que la población con una
media de 1000$. Esta diferencia de 500$ permite realizar más cosas a la persona
que disponga de dicha renta, sin embargo los niveles de felicidad anunciados
por sendas poblaciones serían muy similares. ¿Cómo podía suceder esto? “La
paradoja de Easterlin” venía a desafiar la teoría tradicional de que la
capacidad económica lógicamente mejora el bienestar de la persona y presentaba interesantes recomendaciones tales como:
llegado un punto de ingresos per cápita, ¿debe
la política de un país trabajar por mejorar el nivel de ingresos de sus
habitantes o trabajar más bien por su felicidad de otra manera? ¿Para qué se
tratan de mejorar las condiciones económicas en los países si las personas en
países con niveles de renta relativamente bajos se sienten igual de felices que
aquellas en países con niveles de renta relativamente altos?
Las
métricas demuestran que existe cierta correlación entre renta y nivel de
felicidad cuando comparamos diferentes niveles de renta dentro de un país pero
esta correlación parece perderse o desdibujarse cuando comparamos grupos de
diferentes países. La relación entre renta y felicidad se
rompe y deja de ser directa: vemos que hay países con renta relativamente alta
situados en la parte baja de la tabla, indicativa de menor nivel de felicidad,
y vemos que hay países con rentas relativamente bajas situados en las partes
medias y altas. Lo
que “la paradoja de Easterlin” intenta
explicar con esto es que las medidas de felicidad no se relacionan con la renta
en términos absolutos sino relativos, que la felicidad de un individuo esta correlaciona con la renta de ese
individuo en la medida en que este perciba su renta como “alta” al término de una comparación con aquellos que le rodean, en este caso
con la población de su alrededor o del resto del país.
Para la real Academia de la Lengua, la
ética es la parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus
valores. La ética de la empresa trata de aplicar principios éticos en
la toma de decisiones y en acciones concretas, y aporta herramientas que elevan
el nivel ético en la misma. Así pues, la ética son las normas y principios que se
utilizan para resolver los diversos problemas morales dentro del contexto empresarial.
Para ello se ocupa de las políticas de buen gobierno en los órganos de decisión
más importantes de la empresa, en los procedimientos y normas para integrar la
ética en la gestión diaria, en la transparencia, en la comunicación interna, en
la calidad de los productos, en la misión y visión de la organización, en los
códigos de valores o de conducta de cada uno de sus miembros, en el clima
ético, etc. La crisis pasada ha dejado un reguero de personas en
situación precaria y todavía en la actualidad existen amplias capas de la
sociedad afectadas por dicha crisis. Esta situación casa muy mal con las
remuneraciones astronómicas por parte de los altos directivos, una parte
importante de las cuales es variable http://bit.ly/2ggIgi6
Si nos remontamos a la historia, la Gran Depresión que se prolongó hasta los
años 30 ya puso sobre la mesa el mismo tipo de problemas que se debaten hoy en
día. Fue Adam Smith en su libro “La
riqueza de las naciones” (1776), donde contaba cuán fácil es que las
personas que están a cargo de dinero que no es suyo, no ejercer la misma
vigilancia sobre ese dinero que si fuera suyo, y cómo pueden ser negligentes y
derrochadores con mayor facilidad. Muchos años después, en el contexto de la
Gran Depresión, otro libro clásico “The Modern Corporation and Private Property”
de (Berle y Means,
1932) ponía de manifiesto las consecuencias de la separación entre la propiedad
y el control, e insistía en la idea de Smith
de que los profesionales que no son propietarios pueden no actuar en el mejor
interés de estos últimos. En la segunda mitad
del siglo XX el problema ha venido manteniendo dicha tónica, ya que los
directivos que no son propietarios de las compañías muchas veces han tomado
decisiones arriesgadas, en las que nunca tenían
nada que perder ya que dichos activos no eran suyos. Desde la perspectiva
actual, podríamos añadir que esto es en parte lo que ha pasado en la crisis que
hemos pasado: mientras todo “iba bien”, los directivos tomaban decisiones
arriesgadas (como, por ejemplo las “subprime”
en Estados Unidos, dando hipotecas a quienes probablemente no las podían
devolver, aumentando así los beneficios contables sobre los que, directa
o indirectamente, estaba basada su remuneración variable). Cuando
posteriormente se ha visto que los activos consistentes en estas hipotecas tenían
un valor cercano a cero, quienes lo han perdido todo no han sido
nunca los directivos que contribuyeron a conceder el crédito, sino los
titulares de las hipotecas, los accionistas de los bancos (los que ya lo eran o lo han
llegado a ser en el proceso), algunos de los acreedores de aquéllos (en el
caso español, los titulares de las acciones preferentes) o los contribuyentes
que se han visto obligados a rescatar a las entidades bancarias para evitar que
todo el mundo perdiera sus ahorros.
La brecha salarial en la actualidad no hace más que aumentar y está afectando
considerablemente a las condiciones de vida de los empleados en todo el mundo.
Las cifras amedrentan, según el informe de Oxfam
Intermón publicado hace poco tiempo, “bajan los salarios y crece la
desigualdad”. Los consejeros delegados del Ibex 35 ganan de media 96
veces más que sus empleados, lo que pone de manifiesto que la
desigualdad está alcanzando límites inmorales en la sociedad, debido, en parte,
a las tremendas diferencias que existen entre los salarios más altos y los más
bajos. Pero esa cifra es en realidad una media. Al analizar casos más
concretos, se puede observar que las diferencias entre el sueldo del primer
ejecutivo de una empresa y el gasto medio por empleado pueden llegar a superar
las 200 veces. Esto puede
ocurrir en firmas como Ferrovial o Día. E incluso las 400 veces en unas pocas
empresas, como Abengoa, Inditex, FCC o BBVA. Estas diferencias no solo
existen en la escala más alta de las empresas, los miembros de la alta
dirección de las cotizadas también reciben remuneraciones muy elevadas. En
2015, las 1.019 personas catalogadas
como altos directivos ganaron de media 576.000 euros, 13 veces más que la ganancia del trabajador promedio de estas empresas
y 25 veces más que el sueldo medio de España, que en 2014 se situó en por
debajo de los 23.000 euros. Los
directivos ganan en 15 días lo que un trabajador medio gana en todo un año. Para
entender mejor estas cifras se puede decir que una persona trabajadora con ese salario
medio de alrededor de 23.000 euros al año tendría que trabajar 25 años
para llegar a tener la remuneración de la alta dirección. O dicho de otra
forma, la alta dirección tarda solo 15 días en ganar lo que el trabajador medio
español gana en todo un año. El informe se puede descargar en el siguiente
enlace http://bit.ly/2fJkbDx
La ONG admite que es difícil establecer una medida
exacta, pero asegura que algunas referencias apuntan a que, como mucho, el
sueldo máximo debería ser 10 veces el salario medio del resto de
trabajadores. Intermón propone que
las medidas se adopten rápidamente para regular cuanto antes la
desigualdad salarial. Para lograr esta escala se podrían adoptar algunas medidas como por ejemplo; asegurar que las Administraciones no
promueven contrataciones con empresas que no respeten esta escala, establecer
los techos salariales, asegurar que cuando suba el salario más alto se eleven
todos en la misma proporción y limitar la proporción de complementos variables
que pueden ser percibidos, como las dietas, los bonos y otros, que no deberían
superar el 15% del salario base, excepto cuando esté directamente vinculado a
resultados o productividad del trabajador. También propone limitar las
deducciones en el Impuesto de
Sociedades de forma que algunos gastos de consejeros y directivos
no sean deducibles, fomentar medidas de buen gobierno corporativo global e
incrementar el tipo marginal máximo de IRPF, una medida que además
mejoraría los ingresos del Estado en un momento en el que Bruselas pide a
España 5.500 millones de ajuste para cuadrar las cuentas.
España es un país que registra 13,5 millones de personas en riesgo
de pobreza o exclusión social. La pérdida media del poder adquisitivo de los
salarios españoles fue del 5,3% entre 2009 y 2014, porcentaje que muestra hasta
qué punto los salarios se han convertido con la crisis en factor de desigualdad. Sobre pobreza, los
últimos datos de Eurostat son elocuentes: entre 2008 y 2014 el porcentaje de
personas en riesgo de pobreza o exclusión social subió, en España, 5,7 puntos,
hasta situarse en el 29,2% de la población (13,5 millones de personas). La
pobreza severa alcanzó, en 2014, al 6,85% de la población (3,2 millones). Con
esas cifras, España se sitúa en el grupo de países europeos con mayores niveles
de pobreza. El otro gran indicador de la desigualdad, es el cociente entre los
ingresos medios del 20% de la población que recibe los salarios más altos y los del
20% que obtiene los más bajos, este nos
convierte en los campeones europeos del crecimiento de la desigualdad.
En España, el cociente 20/20 era igual en 2007 a 5,5. En 2014, era igual a 6,8.
El indicador había aumentado, nada menos que en un 24%, también a la mayor
velocidad que conocen les estadísticas europeas. Esto nos vuelve a situar como
segundo país más desigual de Europa, sólo superados por Rumanía cuyo cociente
20/20 era 7,2 en 2014, tras descender de 7,8.
Fue el economista y
filósofo indio Premio Nobel Amartya Sen el
que introdujo en la teoría económica la idea de la expansión de las aptitudes humanas
como norma de progreso, definiendo las aptitudes como aquello que
los individuos pueden o no pueden hacer: “si pueden o no vivir una
larga vida, escapar a la morbosidad evitable, estar bien alimentados, leer, escribir y comunicarse, tomar parte en actividades literarias y científicas, y
así sucesivamente”. Pero el autor señala que es inadecuado centrarse en la expansión de los
bienes y servicios, porque “la conversión de los productos en aptitudes varía
enormemente en función de factores como la edad, el sexo, la salud, las relaciones sociales, la
clase a la que se pertenece, la educación, la ideología y una variedad de otros
factores interrelacionados”.
Obviamente
todo esto que acabo de relatar, para nada ayuda a una compañía en su empeño por
comprometer y alinear al personal de una compañía. El ejemplo que se proyecta
sobre las personas que integran las plantillas es todo menos ilusionante y
comprometedor. Para terminar el post y volviendo a Richard Easterlin,
este se atrevió en su artículo a adelantar una explicación para la felicidad, y
para expresar la principal idea de la misma recurrió a una sentencia de Karl
Marx, “una casa puede ser grande o pequeña; en tanto las casas de
alrededor sean igual de pequeñas, dicha casa cumplirá para sus habitantes todos
los requisitos de una morada. Pero si se levanta un palacio tras la pequeña
casa, de pronto la pequeña casa se encoge hasta la categoría de cabaña.”
Ya
lo dijo Voltaire: “Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por
dinero”.
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