En la evolución del
pensamiento sobre el desarrollo económico y la consiguiente aplicación de medidas acordes
con este, dieron lugar a que en 1989 el economista inglés John Williamson publicará
toda una doctrina económica que se conoce con el nombre de, "Consenso
de Washington". Este marca un punto de inflexión
determinante en la orientación de las políticas económicas y contribuye
significativamente a la creación y consolidación del patrón de globalización
neoliberal actualmente dominante. Si bien durante los años setenta
el pensamiento sobre el desarrollo logra superar la obsesión previa por el
crecimiento económico, las inversiones en infraestructuras y la
industrialización como objetivos en sí mismos, pasando a hacer más hincapié
en la lógica de la satisfacción de necesidades básicas y la lucha contra la
pobreza, las desigualdades o el desempleo, la década de los ochenta establece
un giro radical en estos planteamientos, retomando una visión reduccionista del
desarrollo como meta a alcanzar y del camino para acceder a este.
Si bien determinadas políticas económicas implantadas por dicho ideario hicieron
mucho daño a determinadas capas humildes más vulnerables de la sociedad, así
como por los escasos resultados de sus reformas a la hora de alcanzar uno de
sus pretendidos objetivos, estimular la actividad económica.
Todo
ello, en un contexto en el que otros países que no han seguido fielmente las
propuestas del "Consenso de Washington" han obtenido mejores resultados
económicos, como por ejemplo Corea del Sur o China, entre otros.
Las duras críticas lanzadas
desde diversos ámbitos, incluida la sociedad civil en los países afectados, propició que a mediados de la década de los años noventa, resurgiera lo que
se llamó el post-"Consenso de Washington". Desde esta perspectiva, se criticaba la
fe ciega en el ideario neoliberal y en sus recetas universales, acuñándose
conceptos como “fundamentalismo de mercado” para explicar esta tendencia que
tanto se ha extendido por todo el mundo en los últimos treinta años. A este
respecto, la influencia de personas como el economista Joseph
Stiglitz, que fuera jefe del BM entre 1997 y 2000 y premio Nobel de Economía en
2001, ha sido muy destacada. Sus críticas a la forma en que se gestionó
la transición de Rusia hacia el capitalismo neoliberal o la crisis financiera
del sudeste asiático en 1997 por parte del FMI, y en general al malestar
causado por el actual formato de globalización, han contribuido
significativamente a alimentar el cuerpo teórico del post-"Consenso
de Washington".
Sin embargo, la respuesta
a la misma por parte de gobiernos e instituciones financieras internacionales
ha puesto de manifiesto que la presencia de los principios del "Consenso
de Washington" y sus políticas neoliberales desgraciadamente sigue
siendo todavía muy amplia. Si bien la reacción inicial por parte de
muchos gobiernos, de la mano de la intervención pública y las operaciones de
rescate a la banca y otros sectores privados, evidenciaban lo inapropiadas que
habían sido las políticas previas de desregulación y liberalización de mercados
a ultranza, el resultado final de todo ello, sin embargo, dista de alejarnos de
dicho ideario y de la práctica neoliberal. Por todo ello, como
consecuencia de esto, la aplicación del principio de, “privatizar las ganancias y
socializar las pérdidas” ha hecho que la crisis financiera, y la
consiguiente recesión económica, se acabe convirtiendo en una crisis fiscal
para muchos de esos gobiernos, como hemos visto en el caso de diversos países
de la periferia europea. Paradójicamente, todo ello ha hecho resurgir con gran
fuerza el discurso y la práctica más neoliberal del "Consenso de Washington". La
apuesta de nuevo por fuertes ajustes presupuestarios por la vía del gasto y la
mayor desregulación de los mercados laborales internos, entre otras medidas, se
está traduciendo en un drástico deterioro de los sistemas de protección social,
con graves consecuencias sobre las condiciones de vida de los sectores sociales
más vulnerables, así como en amplio descontento y rechazo popular. El "Consenso
de Washington" ha sido foco de múltiples críticas, ya que muchos piensan
que tuvo otras consecuencias no tan positivas y que era un dictado “neoliberal”
de Estados Unidos. Estos resultados negativos fueron los siguientes:
- No se consiguió un crecimiento económico (algunos académicos llaman a la década de los noventa, “la década pérdida”
- Aumento de la desigualdad
- Ausencia de progresos sociales
- Deterioro de los derechos humanos
Estos días se sigue en la
prensa hablando del asunto de la enajenación de la división Latinoamericana por
parte de Telefónica, http://bit.ly/2tftnad En la noticia que hoy se publica se recoge el
siguiente párrafo: “Telefónica está
acometiendo en estas semanas un
complejo y acelerado proceso de desvinculación de los servicios que el
núcleo corporativo o unidades centralizadas prestaban a las ocho filiales
englobadas en Telefónica Hispam -Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, México,
Perú, Uruguay y Venezuela-. La unidad
que la compañía pretende segregar operativamente supone el 20% de los
ingresos totales del grupo". Hay que resaltar que se plantean enajenar (vender) 116,67
millones de accesos que tiene la compañía según datos publicados en el tercer
trimestre del año 2019. Esto representa el 33,737% de los accesos totales del
grupo, que al finalizar el tercer trimestre del año 2019 alcanzaban los
345,8206 millones. Dichos accesos proporcionaron al grupo Telefónica en los
nueve primeros meses del año 2019 un total de 7.665 millones de euros, el
21,27% de los ingresos totales del grupo, que alcanzaron los 36.023 millones de
euros.
Resulta enormemente
llamativo el silencio de los dos accionistas dominicales, (BBVA y La Caixa), los
cuales ante la difícil situación que atraviesa la teleco, permanecen en silencio pese a las enormes minusvalías que tienen en la misma.
Este carve-out
que se pretende realizar, (separación
de un negocio, división o venta de activos, ingresos, costes relacionados,
personas, activos, procesos, contratos, etc.), tiene unas consecuencias por las
magnitudes del mismo que sitúan a la compañía en otra división con respecto a
sus pares europeas, France Telecom, Vodafone y Deutsche Telekom. Según se recoge
en la noticia http://bit.ly/2RILVZS, “con
esta operación, más la venta parcial de Telefónica Tech (filial especializada en servicios digitales
para empresas), de la que se encarga
Morgan Stanley, y la puesta en valor (venta) de Telefónica Infra (50.000
torres de telefonía móvil) http://bit.ly/36MkToT, coordinada por Goldman Sachs, la multinacional quiere obtener los
ingresos suficientes para rebajar drásticamente su deuda y poder afrontar con
la caja llena las futuras inversiones en Brasil y en las concesiones de la
tecnología 5G”. Tras dichas operaciones, se enajena o vende una parte
sustancial de su patrimonio. Si estos hechos se llevan a efecto, la misma sería rehén
de unas infraestructuras y negocio en los que no tendría la propiedad de los
elementos que le facilitan el “core” y por ende su negocio, teniendo que pagar una renta
por el alquiler de dichas infraestructuras, con lo que el beneficio de dicho
negocio quedaría notablemente impactado por dichos pagos durante años.
El lunes de esta semana la
acción de Telefónica volvió a rondar los mínimos en bolsa de los
últimos diez años con 6,04 euros por título, el mismo suelo alcanzado
el pasado 15 de enero. El pasado 23 de agosto del 2019 llegó a sus
mínimos con 5,94 euros. Sin embargo, la emisión de bonos llevada a cabo por la teleco
se cerró con un interés del 2,5%. Un interés bajo refleja la confianza
en la rentabilidad del producto y, en definitiva, en la buena marcha de la
operadora en el medio y largo plazo. La compañía cerró una emisión de
deuda por importe de 1.000 millones de euros y a un plazo de 10 años. La alta
demanda de inversores institucionales permitió aumentar el importe emitido de
750 millones de euros a 1.000 millones de euros y fijar el cupón en 0,664%, reduciéndose
en más de 20 puntos básicos sobre las indicaciones iniciales de precio.
Estas
dos situaciones han generado una paradoja de difícil explicación para
inversores y analistas. El bono se cerró con un 2,5% de interés
-poco más de un 1% después de impuestos-, y la deuda al 0,66%. En los dos
casos, los más bajos de la historia de Telefónica. Sin embargo, estos mismos
inversores no compran las acciones de la compañía que están dando un 6,55% de
rentabilidad. La cifra mágica de los 6 euros por título, está
obligando según recoge la prensa a que el equipo directivo de la teleco se
emplee a fondo en la recompra de autocartera con el fin de que de dicho nivel
no se perfore. La compañía ha triplicado su autocartera en ocho meses, al pasar del
0,8 % del capital que tenía en mayo pasado al 2,4 % actual, lo que
no ha impedido que sus títulos se estén cotizando estos días cerca de su mínimo
histórico. http://bit.ly/38XtgiW Hace
unos días se publicó por parte de Credit Suisse un informe sobre las
telecos europeas, en el mismo se remarca que con respecto a Telefónica, "existe
una idea generalizada de que no alcanzará su objetivo de OIBDA orgánico del 2%
para 2019".
Para
terminar este post, decir que la situación actual que sucede en las compañías
privatizadas en manos del sector privado sufren el mal llamado, “Consenso
de Washington”. El arrinconamiento del papel de estado en el sector de
las telecomunicaciones ha propiciado que el operador incumbente
(Telefónica), gestionado por directivos bajo el manto del sector
privado, haya entrado en una situación donde la venta y enajenación de
activos sea la única solución que aportan dichos directivos para sortear la
dificultad por la que atraviesa la compañía. La privatización de
los servicios de públicos como, (el agua, la luz y las telecomunicaciones) han
propiciado que el estado sea un mero regulador, situación que en países de
primer nivel en Europa no se produce, como en Francia y Alemania, donde el
estado tiene una participación en sus telecos de bandera, los franceses del 23%
y los alemanes de cerca del 30% entre el estado y el banco público Kfw.
La famosa “Teoría del derrame”, (término
fue acuñado por primera vez por el humorista Will Rogers, en la década de los
30), que pregona dicha doctrina,
no
ha servido nada más que para enriquecer a unos directivos, aun cuando los resultados
empresariales sean manifiestamente mejorables. El caso del Banco de
Santander es ilustrativo, desde que la actual CEO está al frente el banco, la
acción ha perdido el 50% aproximadamente de su valor bursátil, sin embargo la
ultima remuneración que ha percibido su CEO alcanza los 11,1 millones de euros.
En los próximos días, se verá si determinados actores de la sociedad española, como
son los dominicales y el gobierno entrante, permiten dicha enajenación con la salida de
Latinoamérica. El caso de Jordi Sevilla en REE (Red
Eléctrica Española) en estos últimos días, parece mostrar que dichos poderes no
son ciegos ni sordos a lo que sucede dentro de la sociedad… Próximamente
conoceremos el desenlace.
Ya
lo dijo Joseph E. Stiglitz: “La
crisis ha puesto al descubierto no solo errores en el modelo económico
dominante sino también en nuestra sociedad. Demasiada gente se ha aprovechado
de los demás”.