Darwin tenía una mente tan analítica que
incluso llegó a plantearse el amor como una cuestión científica. En 1838, dos
años después de haber regresado a Inglaterra tras su épico viaje a bordo del
Beagle por el Cono Sur, durante el cual realizó las observaciones que le
permitirían sentar las bases de la teoría de la evolución, Darwin se planteó
qué hacer con su vida: ¿buscaba una mujer y se casaba? ¿O mejor se consagraba a
la investigación científica? Entonces este naturalista tenía 28 años y para
tomar una elección cogió una hoja de papel que todavía se conserva, trazó dos
columnas y en la de la izquierda escribió la palabra "casarse" y
anotó todos los argumentos que se le ocurrieron a favor del matrimonio. En la
de la derecha, listó todas las ventajas de la soltería.
Las razones
que el padre de la evolución arguyó eran curiosas. Por ejemplo, para desestimar
casarse apuntó cosas como "quizás discutir", "menos tiempo para
conversar con hombres inteligentes", "tener que hablar con la familia
de ella", "no poder leer por las tardes" o "menos dinero
para libros". Y a favor, "hijos" o "compañía constante y
amistad en la vejez". Tras revisar la lista, acabó concluyendo que si bien
una boda supondría "cosas buenas para la salud de uno", era también
"una pérdida terrible de tiempo". Así es que decidió que lo mejor
sería... comprarse un perro.
Sin embargo,
lo que no podía imaginar Darwin era que poco le iba a durar aquel
convencimiento. Semanas después su cerebro le iba a jugar una mala pasada. Al
cruzarse, quizás por fortuna o por poca fortuna, con su prima hermana Emma
Wedgewood, Darwin se enamoró perdidamente, a pesar de haber decidido
concienzudamente que el matrimonio no iba con él. Emma se convirtió en el gran
amor de su vida y con ella tuvo nada menos que diez hijos. Al cabo de los años,
incluso escribió un libro en el que trató de explicar con ojos de científico
tal misterio, el secreto del amor.
Lo que
Darwin no imagino es que su cerebro tomaba decisiones por él sin que él pudiera
remediarlo. En el caso de Emma, había escogido ya mucho antes de que el
naturalista inglés pudiera ni tan siquiera plantearse si su prima Emma le
agradaba o no. La frialdad con la que Darwin colocó los argumentos en una
balanza fue más superficial que real. Y es que las decisiones, a diferencia de
lo que se solía pensar hasta hace poco, no se rigen exclusivamente por las
leyes de la razón y la lógica. La mayoría, son intuiciones que,
sorprendentemente, se toman desde la subjetividad. Buena parte de nuestras
decisiones por mucho que pensemos que son fruto de valoraciones concienzudas
son en realidad intuiciones irracionales. De hecho, todo acto consciente, por
paradójico que nos resulte, es, en verdad, inconsciente. Aunque raramente se
las asocia con nuestra inteligencia, las intuiciones son atajos del cerebro para
tomar decisiones rápidas. Se basan en capacidades evolucionadas a lo largo de
miles de años y están detrás de la mayoría de nuestras elecciones.
Si
analizamos a personas relevantes de la política, ciencia u organizaciones
empresariales, todas las que han trascendido su tiempo se ha debido a dos
razones: la primera, su decisiva contribución en su campo de conocimiento,
especialmente la evidencia empírica que les ha puesto en un sitio de
privilegio, por lo que sus acciones u obras representan; en segundo lugar,
su capacidad
de anticipación a los hechos porque, independientemente de su
análisis racional, podían
ver en su mente con claridad cuáles serían los escenarios futuros en los que
les tocaría actuar. A este mecanismo de discernimiento, que
proviene del inconsciente se le llama intuición.
La
cuestión que distingue a la gente intuitiva es que escuchan en vez de ignorar
esa voz interior, porque se guían por sus intuiciones y sentimientos. Pero lo que sí es cierto, que
esos líderes a los que siempre hemos llamado “efectivos”, para tomar sus
decisiones de manera acertada, saben cómo tener un balance entre la intuición y
el pensamiento crítico (racional). No tenemos que prescindir del método
científico (la lógica) para beneficiarnos del instinto. Es un buen desafío
intelectual definir qué es la intuición, dado el importante papel que juega en
nuestra existencia, durante todos y cada uno de los días que vivimos. Steve Jobs decía que es más poderosa
que la inteligencia. La mayoría de nosotros alguna vez ha
experimentado ese sentimiento que le dice de manera inconsciente qué es lo que
hay que hacer, pero sin encontrar una explicación del por qué o cómo. Sophy Burnham, autora
del bestseller “The art of intuition”,
lo define de manera simple pero efectiva: “Es el conocimiento respecto de algo sin saber por qué”.
La Inteligencia Intuitiva es una forma de comprender y hacer algo siendo
conscientes de la información que atesoramos y la forma de como la utilizamos para
impulsar el logro de nuestros objetivos y metas personales. En el mundo de los
negocios la Inteligencia Intuitiva tiene cuatro principios fundamentales que
pueden ayudar a dar forma a un enfoque empresarial centrado en la innovación
para impulsar el crecimiento sostenible y poder superar los retos específicos
del nuevo modelo económico.
Estos
cuatro principios son:
1.
Reflexionar de manera holística (global):
esto significa disponer de la capacidad de conceptualizar y concentrarse en el
valor de 360° y no exclusivamente en el beneficio.
2.
Disponer de pensamiento lateral (Edward
de Bono): nos referimos a disponer de la capacidad para comprender y
aceptar que la ruta más eficiente a uno de los objetivos puede ser no lineal y su
solución puede ser completamente ilógica.
3.
Disponer de escucha proactiva: sobre
todo “escuchar entre líneas”, es
decir, tener la capacidad de darse cuenta de lo inusual o lo irracional, al
mismo tiempo que se escucha con un oído con el otro sé analiza y evalúa.
4.
Cultivar el arte de la influencia:
esto significa disponer de capacidad de renunciar al control desde la
perspectiva tradicional y jerárquica, para inspirar a los miembros de los
equipos a que gocen de autonomía y propiedad en la toma de decisiones de las
metas compartidas.
En
término individual, podríamos distinguir tres tipos de inteligencia:
A. Instinto. Conducta innata e
inconsciente que se transmite genéticamente entre los seres vivos de la misma
especie y que les hace responder de una misma forma ante determinados
estímulos. El instinto
de llorar es más sofisticado de lo que se cree. Los bebés pueden alterar el
tono y el volumen de su llanto dependiendo de la urgencia con la que necesiten
de la atención de un cuidador, cuanto más agudo y fuerte un llanto, más urgente
es la atención. Ésta regla se extiende a todos los mamíferos. Los seres humanos
sabemos por instinto mamar cuando somos bebés, los niños y adultos somos
instintivamente miedosos a las serpientes, a menos que se nos haya enseñado
otra cosa.
B. Inteligencia Intuitiva. La inteligencia intuitiva es la
capacidad de aprender habilidades complejas y resolver problemas de manera
inconsciente, por ejemplo, un niño que aprende a hablar sin tener que aprender
las reglas de la gramática. Este tipo de inteligencia es especialmente intenso
en recoger los patrones en una situación aparentemente caótica. Cuando
la respuesta correcta a un problema complejo viene a la cabeza pero no se puede
averiguar cómo se le ocurrió, es probablemente el producto de su
intuición. Ojo, la Inteligencia Intuitiva es mejor para resolver ciertos
tipos de problemas complejos de nuestra conciencia.
C. Inteligencia sensorial. Según lo descrito por Carl Jung, la
inteligencia sensorial es nuestra capacidad de pensar lógicamente y de aprender
nuevos hechos en nuestro mundo. Cuando el ser humano crece, su capacidad
para aprender intuitivamente parece disminuir a medida que su capacidad de
pensar aumenta de forma metódica y lógica. Se puede afirmar que la
inteligencia sensorial es lo que normalmente consideramos como la inteligencia,
ya que es el pensamiento de conciencia, mientras que los otros dos tipos son
más enigmáticos. La inteligencia intuitiva se utiliza para identificar relaciones y
conceptos, mientras que la inteligencia sensorial para recordar detalles y el
pensamiento lineal.
Fue
Howard Gardner el psicólogo norteamericano
premio Príncipe de Asturias el autor que descifro los tipos de inteligencia
en los que se divide la “inteligencia”,
de su teoría se desprende que el ser humano dispone de un total 8 tipos de
inteligencia y todos tenemos un poco de las 8 combinadas en una sola. Sin
embargo, cada persona puede desarrollar de modo más fuerte una de ellas en
detrimento del resto. Los
8 tipos de inteligencia identificadas en el trabajo de Howard Gardner
son: la Inteligencia lingüística
(facilidad para escribir, leer, contar cuentos o hacer crucigramas), Inteligencia Lógica-matemática
(facilidad para la resolución de problemas aritméticos, juegos de estrategia y
experimentos),Inteligencia Corporal y Cinética
(facilidad para procesar el conocimiento a través de las sensaciones
corporales: deportistas, bailarines, manualidades, etc.), Inteligencia Visual y Espacial (facilidad para resolver rompecabezas, dibujar, jugar a retos constructivos,
etc.), Inteligencia Musical
(facilidad para identificar y comunicarse mediante sonidos), Inteligencia Interpersonal
o Inteligencia social (facilidad para comunicarse bien y ser líderes en sus grupos, para comprender
bien los sentimientos de los demás y proyectar con facilidad las relaciones
interpersonales), Inteligencia Intrapersonal (facilidad para conocerse a sí
mismo: sus reacciones, emociones y vida interior) y la Inteligencia
naturalista (facilidad de comunicación con la naturaleza, de entendimiento
del entorno natural y la observación científica de la naturaleza como la
biología, geología o astronomía). Existe una novena inteligencia que Gardner
tiene en estudio que es la Inteligencia
Existencial.
Existe un
libro de Malcolm Gladwell cuyo titiulo es “Blink”
(parpadeo) (2005), en el cual el autor llama la atención acerca del error de no
tomar en cuenta los juicios instantáneos, pues solemos ser descuidados con
respecto a nuestros poderes de cognición rápida. Eso nos lleva a meter la pata
una y otra vez. Tomar en serio nuestro poder de cognición rápida significa que
tenemos que reconocer las sutiles influencias que pueden alterar, minar o
influir en los productos de nuestro inconsciente. Y concluye: “vivimos
en un mundo que da por sentado que la calidad de una decisión está directamente
relacionada con el tiempo y el esfuerzo dedicados a adoptarla”. Malcolm nos revela que
aquellos que han perfeccionado el arte
de hilar fino, de extraer los pocos factores que realmente importan a partir de
una cantidad desmesurada de variables son los verdaderamente triunfadores a la
hora de detectar las variables importantes para tomar decisiones. Por medio de la
neurología y la psicología la Inteligencia Intuitiva
es una excelente herramienta para acabar con la mala fama que tiene la “intuición”
a la hora de tomar decisiones como comprobamos al principio del post, con
Darwin.
Ya lo dijo
Henri Poincaré:”Probamos por medio de la
lógica, pero descubrimos por medio de la intuición.”
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