La
NASA contrató en 1965 a la empresa Tycam Engineering Manufacturing, Inc., en
Houston, para desarrollar 34 bolígrafos espaciales con un coste de 4.382’50 dólares,
es decir, 128’89 dólares por bolígrafo. Muchos lo criticaron porque era un gasto
innecesario. La NASA se echó para atrás y los astronautas usaron medios más
baratos… lapiceros. Paul
C. Fisher de la empresa Fisher Pen Co. decidió diseñar un bolígrafo capaz de
funcionar en el espacio sin ningún tipo de financiación de la NASA. La compañía
informó que había gastado alrededor de 1 millón de dólares de sus fondos
propios para I+D y patentó su bolígrafo espacial AG-7.
Fisher
le ofreció el bolígrafo a la NASA en 1965, pero la NASA no aceptó la oferta. En
1967, tras muchas pruebas, la NASA aceptó que los astronautas del programa Apollo
utilizaran los bolígrafos espaciales AG-7. Aproximadamente 400 bolígrafos
Fisher fueron comprados por la NASA con un precio de 6 dólares la unidad para el
Proyecto Apollo. La Unión Soviética compró 100 bolígrafos Fisher y 1000
cartuchos de tinta en febrero de 1969 para su uso en los vuelos espaciales
Soyuz. En la actualidad tanto rusos como americanos usan estos bolígrafos en
sus misiones espaciales. Para
la empresa Fisher fue una gran publicidad que sus bolígrafos espaciales fueran
utilizados en la Luna por los astronautas y la empresa se dividió, siendo
Fisher Space Pen Co. la que los fabrica en la actualidad.
Si la tecnología ha dado un
enorme salto en su desarrollo con la digitalización, con avances fundamentales
en las comunicaciones, la informática o la nanotecnología por citar algunas, no
es menos cierto que la economía se ha vuelto más compleja y el ritmo de los
negocios se ha acelerado sin parar, dando como resultado un entorno volátil y
cambiante que está confundiendo a las personas a la hora de tomar decisiones. No
es extraño que haya cada vez más compañías que hacen un peregrinaje de consultora
en consultora en busca de ayuda o luz para resolver sus dificultades, y que
tantos directivos estén volviendo a retomar una formación o lean libros de
autoayuda, intentando encontrar el camino al éxito. Lamentablemente, tampoco faltan quienes estén dispuestos a aprovecharse
de ellos, aprovechando dicha confusión.
Tal vez, una razón del
aumento de la complicación haya que buscarlo en la exploración y búsqueda de
explicaciones científicas a lo que ocurría con la aparición de una nueva
disciplina o ciencia exacta: la física. A partir del pensamiento cartesiano que
proporciona la ciencia lleva al ser humano a que cualquier hecho deba ser probado y que
se rechace cualquier conocimiento que solo sea probable, instaurándose este
principio en las mentes de las personas. Sin embargo la aplicación de
estos planteamientos al estudio de asuntos relacionados con las personas es
totalmente inadecuado y, por tanto, los resultados se han vuelto cada vez menos
realistas y, al mismo tiempo, a veces tan complejos que nadie los comprende. Hace
unos años el diario The Washington Post advertía en un editorial: “La
ambición de los economistas les ha llevado a crear complejas soluciones
matemáticas para los problemas teóricos, que pese a su elegante formulación
tienen poca o ninguna importancia para los problemas sociales. “
Las grandes organizaciones
empresariales como, multinacionales, medianas empresas o PYMES no son “conjuntos
inflexibles”; son conexiones de personas con objetivos comunes, que a su vez se
relacionan con otras conexiones de personas o stakeholders para proveer
productos o servicios a sus clientes. La complejidad es un engendro que
arrastra a la gente de las organizaciones empresariales hacia el despeñadero de la la inoperancia pero sobre todo, a la desilusión y el descalabro empresarial.
El psicólogo John
Collard, del Instituto de Relaciones Humanas de la Universidad de Yale,
describe los siete tipos de temores más comunes en el ser humano (todos tenemos
alguno de ellos):
1. Temor al fracaso.
2. Temor al sexo.
3. Temor a la autodefensa.
4. Temor a confiar en los demás.
5. Temor a pensar.
6. Temor a hablar.
7. Temor a la soledad.
Según parece, el no ser simple, o no buscar
soluciones sencillas, es consecuencia del quinto de estos temores, el “Temor a
pensar”. Según el profesor Collard: “No sólo cuesta
trabajo pensar, sino que muchas personas temen hacerlo. Son dóciles y
obedientes y siguen fácilmente las sugerencias de los demás, porque les ahorra
el trabajo de pensar por sí mismas. Se vuelven dependientes de otros para el
trabajo mental y buscan un protector cuando tienen dificultades”.
Una de las razones
de nuestra complicación hay que buscarla en la obsesión que embarga al ser
humano tratando de cubrir todas las opciones ante el temor de que alguien nos
pueda poner en evidencia. El individuo piensa…“si se omite cualquier detalle nos
puede costar un serio disgusto cuando no el puesto que desempeñamos, hagamos
pues las cosas lo más complejas posibles, puesto que así habrá más dificultades
para que nos pongan en evidencia". Es lo que se puede definir simplemente como TEMOR AL FRACASO. La complejidad no
debe idolatrase, debe esquivarse aplicando el sentido común. El sentido
común son los conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad y
considerados como prudentes, lógicos o válidos. Se trata pues de la capacidad natural de juzgar los
acontecimientos y eventos de forma razonable.
Para pensar en términos
simples y sencillos, de sentido común, se deberían seguir los siguientes pasos.
1. Sacar el ego del problema:
El buen juicio se basa en la realidad. Cuanto más se filtran las cosas a través
del ego, más se alejan de la realidad.
2. Evitar
las ilusiones. Todos queremos que las
cosas salgan de cierta manera. Pero las cosas se desarrollan con bastante
frecuencia fuera de nuestro control. El buen sentido común, tiende a sintonizar
con el rumbo que siguen las cosas.
3. Practicar una escucha activa. El
sentido común, por definición, se basa en lo que piensan los demás. Es el
pensamiento que comparten muchos. La gente que no tiene sus oídos alerta,
pierde el contacto con el sentido común.
4. Ser prudente. Las cosas a veces, parecen
lo contrario de cómo son realmente. Esto es porque algunos intentan adaptarlas
a sus intereses personales.
Las ideas sencillas tienden a ser evidentes porque están
basadas en la objetividad, sin embargo las personas no se fían de esa
simplicidad porque piensan que detrás de esta sencillez se esconde algo que no
se percibe. Es un grave error, ya que lo obvio para uno muchas veces es obvio
para él resto. Por eso, seguir el instinto o intuición de lo simple ha dado un gran
resultado a los visionarios del emprendimiento, si no fijémonos en… Apple.
La buena comunicación entre los miembros de los
equipos es fundamental, los mensajes no pueden ser confusos, tienen que ser
claros y comprensibles, y cuanto más cortos, mejor. En comunicación, “lo
simple y breve, dos veces bueno”. Jack Welch, el conocido y legendario expresidente
de General Electric, lo describió muy bien cuando dijo en una entrevista en la Harvard Business Review:
”Los
directivos inseguros crean la complejidad. Los directivos asustados y nerviosos
utilizan libros de planificación muy gruesos y complicados, y diapositivas llenas
de todo lo que han aprendido desde su infancia. Los líderes de verdad no
necesitan confundir. La gente debe tener la confianza en sí misma para ser
clara, precisa y estar segura de que cada persona en su organización, desde la
más importante al menos, entiende cuál es el objetivo básico del negocio. Pero
no es fácil. Es increíble lo difícil que es ser simple para la gente; cuánto
miedo le da ser sencilla. Les preocupa el hecho de que si son simples, los
demás pueden pensar que son tontos. En realidad, claro está, es justo al revés.
La gente con la mente más clara y preparada es la más simple”.
Hay que fomentar un lenguaje sencillo y directo, y
prohibir el uso de palabras complicadas; no sólo en la escritura, sino también
en la conversación. Pero, más que eso, hay que fomentar lo sencillo como una
forma de escuchar mejor. La habilidad de escuchar pasa por tiempos difíciles hay
estudios que demuestran que la gente recuerda sólo el 20% de lo que ha oído en
los últimos días. Es decir, oyen; pero no escuchan. El diario The Wall Street Journal publicó un artículo
hace unos años que afirmaba que los seres humanos sé estaban convirtiendo en
charlatanes que no escuchan en absoluto, sólo estamos esperando nuestra
oportunidad para hablar. En el mismo artículo se explicaba que, por si no fuera
suficiente, la biología trabaja en contra del acto de escuchar con atención. La
mayoría de las personas habla a un ritmo de 120 a 150 palabras por
minuto; en cambio, el cerebro humano puede procesar fácilmente 500 palabras por
minuto, dejando, por tanto, tiempo para evadirnos mentalmente. No se debe permitir que
una palabra o concepto confuso quede sin cuestionar sea quien sea el que lo
pronuncie. Si no se hace el error está casi garantizado. Nunca hay que tener miedo de decir “no lo entiendo”, hay que luchar contra
la prepotencia intelectual. No se debe desconfiar de las primeras impresiones.
Las primeras impresiones son casi siempre las más acertadas. Hay que superar el
“temor
a hablar”. Algunas veces, las preguntas más ingenuas son las más
profundas.
Los avances en la tecnología
han vuelto más autistas a los directivos en las compañías debido a que dicha
tecnología está siendo empleada en sus informes y reportes perdiendo el contacto
con las personas que forman parte de la organización al no ser necesario ya la
interacción que se utilizaba antiguamente para saber que estaba sucediendo.
Esto hace que muchos directivos permanezcan en una burbuja con respecto a lo
que está sucediendo en su compañía en cuanto al sentir y pensar de las personas
que integran la misma. El filósofo español José Luis López Aranguren lo define magníficamente; “somos
informativamente obesos y con poca musculatura informativa”. Así pues,
estamos sobrecargados de información lo cual va en contra de la simplificación,
hay que identificar lo que es más importante y deshacerse de lo urgente y
marginal. Una de los mayores problemas que nos consume es el correo
electrónico, el valor de nuestra comunicación no está sólo en lo que emitimos
sino que también está en lo que omitimos ya que hacemos la vida más fácil a
nuestros interlocutores. A la larga, con la tecnología si no se
filtra la información, nos hará que la ventaja competitiva que aporta se
disuelva como un azucarillo por la complejidad y volumen de información que
recibimos. Saber lo que se necesita y
eliminar lo que no merece la pena es esencial para ser simples. Unos hábitos que nos
facilitarían dicha situación para ser sencillos en las compañías son los
siguientes;
- Hay una enorme diferencia entre datos e información.
- Existen multitud de fuentes de información, tanto en papel como electrónica.
- La mayoría de los mensajes no son tan urgentes como el remitente cree.
- Separar siempre los mensajes urgentes de los que no lo son.
- Responder siempre de forma breve y directa. No conviene incluir más ruido que señal.
Para terminar este post me pregunto lo
siguiente, sí todo el mundo comprende lo útil y poderoso que es lo sencillo,
¿Por qué nos complicamos tanto la vida?,
la respuesta está en el interior de cada una de las personas que lea este post…
Ya
lo dijo John Sculley: “Todo lo que
hemos aprendido en la era industrial se ha orientado a crear más y más
complicaciones. Pienso que ahora, cada vez más personas están aprendiendo que
es necesario simplificar, no complicar. La simplicidad es la máxima
sofisticación”.
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