En el año 2017 la revista Harvard Business Review
publicó el ranking de los CEO´s más importante del mundo, en los tres primeros
puestos estaban las siguientes personas. En primer lugar el
presidente de Inditex, Pablo Isla, en
segundo lugar Martin Sorrell,
presidente ejecutivo de la británica WPP, y en tercer lugar cerro el podium
Jensen Huang, de la americana Nvidia.
Sir
Martin Sorrell, considerado
el
“Cesar” de la publicidad, fue el fundador de la agencia WPP,
la
mayor y más importante del mundo. Recordando al legendario entrenador del Liverpool,
Bill Shankly, Sorrell se despidió de sus empleados el
sábado 14 de abril de este año con motivo de una supuesta malversación de los
fondos de la compañía a cuenta del Consejo de Administración del imperio que
fundó a mediados de los ochenta. Dicha acción fue consecuencia de
una mala conducta personal debido a una investigación que inicio la multinacional
los primeros días del mes de abril. Roberto
Quarta, hasta ahora
presidente del Grupo WPP, ha
tomado las riendas temporalmente hasta encontrar un sucesor. Sorrell es un directivo muy particular, critica el Brexit y defiende las opas hostiles y los
sueldos elevados: ha ganado más de 200 millones de libras
en los últimos cinco años y sofocado varias revueltas de inversores
descontentos con sus emonumentos. Por eso se ha labrado tantos enemigos como
amigos dentro y fuera del imperio WPP. Sus rivales denuncian un
talante negociador agresivo pese a que su carácter no lo sea. Los que le acompañaron
cuentan que sabe cómo negociar y lo que quiere, y que no tiene miedo de
abandonar un trato si no funciona para él. Sorrell lideró la compañía durante unas tres décadas, transformando la
misma y convirtiéndola en un gigante presente en 112 países, con casi 200.000
empleados, En 2017, los ingresos de la multinacional cayeron un 0,3% respecto
al año anterior, alcanzando los 14.400 millones de libras.
Estos
días estamos asistiendo a un rosario de noticias que nos describen el mal uso
del poder en la sociedad dentro de diferentes esferas sociales, ya sea la
empresarial, política, etc. La sociedad actual, está constituida como la famosa
teoría de vasos comunicantes, por personas del ámbito público (políticos) que acceden al ámbito privado a representar en una compañía al conjunto de stakeholders
(accionistas, inversores, empleados, etc.). En algunos casos su
bagaje de mérito consiste en los conocimientos y relaciones que traen de su paso por la vida pública. Si a esta ausencia de conocimiento especifico sobre la
realidad de la compañía en la que aterrizan, añadimos que nadie
comprueba la “mochila” que trae cada uno y que generalmente acceden a puestos
de alta responsabilidad, tenemos un escenario donde la compañía que contrata a
dichas personas corre un riesgo elevado si dicho directivo tiene un revés
judicial por su tránsito en la vida pública. Las compañías y sus
marcas, se ven sometidas a una búsqueda incansable de una ventaja competitiva
que la haga dominadora del mercado donde compite, sin embargo esos planes se
pueden ver truncados si sufre la mala imagen como consecuencia de la
relacion que mantiene con alguno de sus altos directivos. La imagología (ciencia
que se encarga del estudio y desarrollo de la imagen) se vuelve especialmente
crítica en una sociedad híper conectada como la nuestra, y los directivos y
sus comportamientos son los espejos donde la sociedad escruta y mira también
para decidir sobre sus decisiones de compra y adquisición de productos y
servicios de una compañía. Hay que reseñar también que el
fenómeno de la imagen es como el de la confianza, una mala imagen no
se tapa con una buena imagen o noticia. La mala imagen o acción significa como
en la confianza, un largo peregrinaje hasta recuperar una parte de la misma…
Pero nunca la original que se entregó.
Pero sin
lugar a duda, el elemento central sobre el que giran dichas acciones y
comportamientos reprobables de las personas es uno: el poder. Según Max
Weber, “poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social,
aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad”.
El poder se puede encontrar con infinitas formas en las sociedades, es por eso
que Weber
desarrollo el concepto de dominación, una forma de poder más precisa y
especializada. El poder es una fuerza que se ejerce contra algo para algún fin,
mientras que la dominación es el control que se tiene de una cosa para un fin,
sin ejercer ninguna fuerza. La dominación crea disciplina, obediencia
por parte de las personas sin resistencia ni críticas. Fue Michel Foucault, el
que dijo que, “el poder es una relación asimétrica que está constituida por dos
entes: la autoridad y la obediencia”. El poder incita, suscita y produce un
intangible que obliga a aquellas personas que lo sufren, bien sea de forma justificada
o injustificada. Por lo tanto, el poder
es la capacidad de controlar, modificar o influir en el comportamiento de otra
persona. En la formación del poder existen dos elementos, los
cuáles son originales e interdependientes, son los dominados y los dominantes,
que
más que poseer el poder lo ejercen, ya que éste no se puede adquirir, compartir
ni perder, debido a que no es un elemento físico. Estos factores
son consustanciales a lo largo de la historia y están presenten en la actualidad,
dominados y dominantes se manifiestan en todos los ámbitos de la sociedad, la política,
la empresa, la familia, etc., son la base de toda relación y de toda
acción, y permiten “guiar la posibilidad de conducta y poner en orden sus efectos
posibles”. A pesar de que dominados y dominantes son la raíz de
todo vínculo, tanto los primeros como los segundos pueden ejecutar algún tipo de
resistencia al poder, ya sea para no ser “conducidos” o para no “liderar”,
resistencia que está presente en todos los actos del poder y que no lo daña,
sino que constituye una parte más de éste, al igual como lo hace la libertad, subordinación
e insurgencia.
En su obra cumbre sobre moral, Inmmanuel Kant
reconoció cuatro “condiciones
subjetivas” presentes en todos los seres humanos sin las cuales no
podríamos considerarnos siquiera “afectados por los conceptos del deber”.
Son las siguientes; “el sentimiento moral, la conciencia moral, la
benevolencia y el respeto” . Para Kant, la
conciencia moral no se puede adquirir, “sino que todo
hombre, como ser moral, la tiene originalmente en sí” (Kant 1989: 155).
Esta conciencia moral no es sino la razón práctica misma, “que muestra al
hombre su deber en cada caso concreto”, y constituye “un hecho inevitable”
. Puesto que es inconcebible un “deber de
reconocer deberes”, Kant afirma que el único deber
respecto de la propia conciencia moral es el de cultivarla, “agudizar la
atención a la voz del juez interior y emplear todos los medios para prestarle
oído”.
El
valor más importante de la ética en la vida pública es la justicia, la
cual está ligada con el principio de igualdad y respeto hacia los demás, en el
que las personas se reconocen y se saben iguales ante la ley. En tal
sentido, la corrupción supone un acto de injusticia dado que quiebra ese
principio de igualdad y establece privilegios de unas personas sobre otras sin razones
objetivas que justifiquen y amparen dichos comportamientos. La
corrupción nunca es un acto casual o que está fuera del dominio de su autor.
Tampoco la corrupción es un fenómeno de la naturaleza ni tiene que ver con una
suerte de característica inherente de determinadas sociedades o culturas
propensas históricamente a su realización. La corrupción es un acto
intencionado, nadie puede predecir un seísmo, o una catástrofe natural
ni sus consecuencias reales, por lo cual las fatalidades no nos
cuestionan éticamente. Sin embargo las injusticias sí, en tanto son acciones
humanas porque forman parte de nuestra responsabilidad como personas.
En 1887 el historiador británico Lord Acton escribió una frase que
pasó a la historia: “El poder corrompe
y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En 2011 un grupo de investigadores estadounidenses,
liderado por Nathanael Fast,
profesor de la Escuela Marshall de Negocios de la Universidad de California del Sur,
llegó
a la conclusión de que el poder hace a las personas menos justas, y empuja a
cometer actos inmorales, sólo cuando
cae en manos de gente que estaba acostumbrada con anterioridad a puestos sin
ninguna responsabilidad. Sin embargo, un estudio efectuado más recientemente por la Universidad de Toronto dio un paso
más para comprender y entender cómo el poder influye en el
comportamiento de las personas. En opinión de los investigadores, liderados por
la profesora de management Katherine
A. DeCelles, el poder sólo corrompe a la gente que, de
antemano, tiene una moral laxa. Por el contrario, enfatiza los buenos valores de la gente que previamente tiene fuertes
convicciones morales.
Para terminar este post, decir que me pregunto, ¿Que le puede faltar a un directivo como Martin Sorell, segundo mejor
CEO del mundo, para tener que salir por
la puerta de atrás en su compañía?...Dinero, poder, influencia, no lo sé.
Lo que parece bastante coherente y
con sentido es que no puede haber tregua ni cuartel con todo aquello que degrada
y separa al individuo de los principios y la ética que debe regir cualquier ámbito
o esfera de la sociedad… Porque cuando eso ocurre las consecuencias se
extienden a todo lo que rodea a la persona que se ve inmersa en dicha situación,
ya sean individuos o instituciones.
Ya lo dijo Oscar Wilde: “Aunque vivamos en las cloacas, alguien tiene que mirar a las estrellas”.
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