Decía Albert Camus, “que
la peste no está hecha a medida del hombre, por lo tanto, el hombre se dice que
la peste es irreal”. La obra del escritor está basada en la epidemia de
cólera que sufrió Orán en 1849, se publicó hace 73 años y la propagación del
coronavirus ha catapultado sus ventas, sobre todo en Francia y Alemania. El Covid-19
se ha convertido en una crisis global totalmente sorprendente con unas
consecuencias que muchos afirman supera a eventos que convulsionaron a la sociedad en
otro tiempo, como pueden ser el 11-S en el año 2001 o la caída de Lehman Brothers en
el año 2008. Bienvenidos a la era de la incertidumbre, la inseguridad y el
pánico social.
A
partir de los años 90, él término globalización se encarama como vocablo más
mencionado socialmente con el fin de explicar los cambios que están sucediendo
a la sociedad en dicha época. Suele atribuirse el mismo a el profesor de la
Escuela de Negocios de Harvard, Theodore Levitt, en su artículo “La globalización de los
mercados” en el año 1983, acuñó el término, este puede rastrearse
más atrás (Hamilton, 2009). Sin embargo, resulta claro que su
popularización puede situarse en los años noventa del siglo XX. La
globalización se puede definir como “un proceso social en el cual las restricciones
de la geografía en las disposiciones sociales y culturales retroceden y en el
cual la gente es crecientemente consciente de que están retrocediendo” (Waters,
1995: 3). El planeta, pues, está encogiendo y los límites
temporales y geográficos se desdibujan, lo cual permite una mayor integración
de todos los campos de la vida social, en especial de la economía, la política
y la cultura. La globalización no es equiparable a la
internacionalización. Esta última supone una relación más profunda entre
naciones, mientras que la globalización trasciende la nación y se sustenta en actores
de diverso tipo: organizaciones no gubernamentales, compañías
multinacionales, asociaciones regionales o individuos concretos. Esto
no significaba que la globalización excluyera al estado-nación, sujeto prioritario
de la internacionalización, pero sí que es un proceso que va más allá del
mismo. Pues bien, es
quizás esa relegación del estado como garante de las necesidades básicas y
esenciales de la población, como es por ejemplo la sanidad, la que ha puesto al
descubierto él COVID-19, las enormes carencias y agujeros que esconde
dicha globalización.
La
pandemia del Covid-19 es la segunda gran crisis de la globalización en
una década. La primera fue la crisis financiera mundial de 2008 con la caída
del banco Lehman Brothers, de la cual la economía mundial tardó
años en alcanzar una aparente recuperación. No aprendimos las lecciones de
dicha crisis y esta es quizás la razón por la cual el impacto de esta segunda
haya sido aún más severo. Si miles de millones de dólares en papel se
convirtieron en humo durante la crisis del año 2008, pocos lloraron por las
entidades financieras fuera de control que habían propiciado la misma, sin
embargo, a nivel social los impactos fueron devastadores en la economía real.
Decenas de millones de trabajadores perdieron sus empleos, con 25 millones solo
en China en la segunda mitad del año 2008. La magnitud de la crisis se obtiene
también comparando la misma con la ocurrida en el año 1929, cuando la bolsa de
valores de Nueva York colapsó, tomó cuatro años dejar a 12 millones de
estadounidenses sin trabajo. Sin embargo, solo han hecho falta unas pocas
semanas para lograr que 16 millones de estadounidenses queden desempleados. En
la crisis del año 2008 el tráfico aéreo se desplomó un 20% en un año. Las
cadenas de suministro globales, muchas de las mismas se encontraban en China,
fueron severamente interrumpidas. El diario The Economist lamentó
que, "la integración de la economía mundial está en retirada en casi
todos los frentes", y agregó que "algunos críticos del
capitalismo parecen contentos con eso, como por ejemplo Walden Bello, un
economista filipino autor de la palabra desglobalización", en su
libro, “Desglobalización: Ideas para una nueva economía mundial". En
el mismo se defiende la vuelta al mercado interno con él fin de que
recupere el centro de gravedad en lugar del mercado global. Y para
lograr esto, no solo propuso el uso de aranceles y cuotas para evitar que la
industria local y la agricultura sean invadidas por los productos de las
corporaciones transnacionales, sino también poner en práctica una política
comercial activista para desarrollar la capacidad de apoyar la economía
nacional de forma sostenible. Dicha defensa se cimentaba sobre él
cuestionamiento de un concepto fundamental de las relaciones sociales bajo el
capitalismo, la cual la definía de la siguiente forma, “la
desglobalización, es en esencia, una perspectiva ética. Prioriza los valores
por encima de los intereses, la cooperación por encima de la competencia y la
comunidad por encima de la “eficiencia". Esta perspectiva se
traduce en "economía efectiva, que fortalece la solidaridad social
al subordinar las operaciones del mercado a los valores de equidad, justicia y
comunidad ... Para usar el lenguaje del pensador húngaro Karl Polanyi, la
desglobalización se trata de" reembarcarse "en la economía y el
mercado en la sociedad, en lugar de tener una sociedad impulsada por la
economía y el mercado".
La desglobalización
no fue la única forma alternativa de organizar la vida económica que surgió
durante la crisis del 2008, hubo otras más. Pero, contrariamente a los temores
de The Economist, nada cambio después de la recesión del año 2008,
las sociedades regresaron a los negocios como se había hecho siempre. Aunque el
mundo entró en lo que los economistas ortodoxos llamaron una fase de "estancamiento
secular" o bajo crecimiento con un alto desempleo continuo, la producción
orientada a la exportación a través de las cadenas de suministros mundiales y
el comercio mundial reanudaron su marcha hacia adelante. En China,
la mayor parte del paquete de estímulo del gobierno chino, 585.000 millones de
dólares, se destinó a gasto social. Sin embargo, en medio de la crisis dicho estímulo
fue secuestrado por el lobby de exportación dominante, que canalizó los fondos
a las empresas y gobiernos locales de las costas este y sureste del país que se
habían convertido en el centro de una división global del trabajo "centrada
en China" en las industrias manufactureras. Las emisiones de CO2 que se
habían desacelerado en profundidad durante la crisis, reanudaron su tendencia
al alza. El tráfico aéreo se recuperó y los viajes aéreos crecieron aún más
espectacularmente. Después de disminuir un 1,2% en 2009, los viajes aéreos
crecieron anualmente en un promedio de 6,5% entre 2010 y 2019. Se creía que la conectividad
a través del transporte, particularmente el transporte aéreo, era clave para
una globalización exitosa. Así lo expresó el director general de la Asociación
Internacional de Transporte Aéreo: “La disminución de la demanda de
conectividad aérea pone en riesgo empleos de alta calidad y una actividad
económica que depende de la movilidad global ... Los gobiernos deben comprender
que la globalización ha hecho que nuestro mundo sea más próspero social y
económicamente. Inhibir la globalización con el proteccionismo verá
oportunidades perdidas”. Además del deseo de acelerar el flujo de
productos básicos a través de las cadenas de suministro mundiales, la demanda
de conectividad aérea fue impulsada por el turismo chino. En 2018, los chinos
realizaron 149 millones de viajes al extranjero, una cifra que superó a la de
otros países, incluido Estados Unidos. No solo las aerolíneas, sino que gran
parte del sector de servicios de muchos países se volvió dependiente de la
afluencia masiva de turistas chinos, que gastaron más de 130.000 millones de
dólares en el extranjero en el año 2018. Fue Tailandia el país más visitado por
turistas chinos, de los cuales más de 11 millones llegaron en 2019, el turismo
representó la friolera del 11% del PIB.
Y llegamos a diciembre del
año 2019, donde se detectan los primeros casos del Covid-19 en la localidad de
Wuhan, perteneciente a la provincia china de Hubei donde viven 59 millones de personas.
A lo largo de la historia la humanidad ha sufrido pandemias de
forma cíclica. En la localidad costera de Weymouth puede leerse un
cartel que dice: “La peste negra (black death, en inglés) entró en
Inglaterra por este puerto en 1348. Mató entre el 30% y el 50% de la población
del país”. Desde China, o bien Crimea, recorrió y sembró de muerte toda
Europa. El COVID-19 presenta una serie de características que lo hacen
especial, son las siguientes: es un virus nuevo y eso genera
incertidumbre. hay demasiada información accesible, lo cual genera miedo y es
un virus de alto riesgo y con gran capacidad de contagio. La única acción
de momento que mitiga los efectos de dicha enfermedad por lo que se esta viendo
es el confinamiento, sin embargo, dicha acción en China ha arrastrado unas
consecuencias con enorme impacto, como son la parada de las cadenas de
suministro lo cual ha generado un gran impacto económico en las Bolsas. Esto ha
disparado el temor entre la población lo cual ha generado que el consumo se haya
parado, si sumamos las dos variables, producción y consumo obtendremos la situación
actual, depresión económica. Esta es la tercera pandemia
de gripe desde el año 2000, según datos de la Organización Mundial de la Salud
(OMS), la tasa de mortalidad fue del 10% en el caso del SARS en el año 2003, de
los más de 8.000 casos detectados, hubo 774 muertes. En el caso del MERS,
en 2012, la mortalidad fue incluso mayor, de entre el 20 y el 40%. Estos tres virus, SARS, MERS y
H5N1 se transmitían con menos facilidad que el Covid-19, sin embargo, todos tienen una tasa de mortalidad inferior a otras enfermedades
como, por ejemplo, el ébola es de un 50% y de la rabia de un 95%. Por otro lado,
desde el año 2000 China se ha convertido en la gran fabrica del mundo, allí se produce
gran parte de la ropa que llevamos, los dispositivos tecnológicos que usamos,
del material médico que utilizamos en nuestra sanidad o los medicamentos más comunes
que tomamos, etc., sí se detiene China se para el mundo. En el año 2003 la
economía china suponía el 4% del PIB global, en la actualidad es el 16%, aun así,
el presidente chino Xi Jinping reconoció ante el Comité Central
de su partido que la pandemia actual es el reto más difícil al que se ha enfrentado
el país desde su fundación en el año 1949. Ni que decir tiene que nada se sabe
de la pandemia en dicho país, el hermetismo es una de las acusaciones que ya
recorren medio mundo contra el gobierno, y quizás un ejemplo y símbolo
de dicha situación sea Li Wenliang https://bit.ly/3blnJ7r
, un joven doctor que dio la alarma en un chat. Finalmente, el doctor, treintañero,
murió y dejó escrito: “Una sociedad sana no debería tener una sola voz”,
según recuerda el diario Financial Times. Para el diario The
Economist, “el virus ha expuesto, las fortalezas y debilidades del
autoritarismo chino. Sin embargo, no solo va a ser un examen para los chinos, va a suponer una prueba para todos los sistemas políticos
afectados, tanto en países ricos como en vías de desarrollado”. Las
pandemias tienen la virtud de dejar al descubierto las verdades que subyacen en
las sociedades que las padecen. Los chinos han pagado un alto precio por su
secretismo y su exceso de burocracia. En Europa ha habido de todo, desde países
que quizás respondieron tarde a la pandemia como por ejemplo España hasta países
donde sus gobernantes ignoraron la misma como Gran Bretaña. En otros como por ejemplo
Estados Unidos se está viendo que en los últimos tres años de mandato del presidente
Trump, se ha cargado gran parte de la infraestructura sanitaria del país.
Ha recortado el presupuesto sanitario y de investigación, ahora están menos preparados para combatir la pandemia.
El coronavirus puede ser su tumba electoral y los demócratas lo saben. El país,
aunque es de los más avanzados del mundo en investigación tiene un sistema público
sanitario manifiestamente mejorable.
Una de las cuestiones que traerá
aparejada la pandemia del COVID-19 serán cambios profundos que
transformarán la cadena de suministros. En los últimos 30 años, a medida que
las economías han ido integrándose, las compañías han distribuido su producción
por todo el mundo y han reducido al máximo sus stocks. El concepto de “just
in time”, (justo a tiempo) creado por el ingeniero de
Toyota Taiichi Ohno en la década de los cincuenta se ha convertido en la piedra
filosofal de toda compañía. La regla es fabricar lo justo para cubrir la
demanda existente, sin generar excedentes, y nunca tener almacenado producto,
porque eso supone ocupar espacio y cuesta dinero. Sin embargo, esta
regla que ha funcionado tan bien estos últimos años se ha convertido en un gravísimo
hándicap para todos los países. Así hemos visto como los suministros
para residencias de ancianos, hospitales, personal sanitario, fuerzas de seguridad,
población civil y demás colectivos no llegaban. Costando vidas ante la indefensión
de dichos colectivos frente al coronavirus. Esta carencia de equipos de protección individual
ha desatado la rapiña entre gobiernos de todo el mundo, incluso entre aliados. El
2 de abril, el Gobierno francés denunció que un equipo de estadounidenses había
sustraído ilegalmente palés cargados con equipos de protección contra él
coronavirus destinados a Francia en el aeropuerto de Shanghai. Al día
siguiente, el Gobierno alemán acusó al de Estados Unidos de
"piratería" al sustraer, con la connivencia de las autoridades
aduaneras de Tailandia, 200.000 máscaras producidas por 3M en ese país. Pocos días
antes, el estado de Massachusetts había presentado los mismos cargos contra el
Gobierno de Donald Trump, al que había atribuido la sustracción de 3 millones
de máscaras protectoras. Según el diario The Washington Post, la Casa Blanca
está dando a los estados en los que gobiernan sus aliados incluso más equipos
de los que han pedido, mientras que deja a los que controla la oposición -entre
ellos, Nueva York, donde han muerto ya más de 10.000 personas por el Covid-19-
sin abastecimientos, todo un ejemplo de patriotismo barato del presidente narcisista que está actualmente en la Casa Blanca. La
regla con la que se puede explicar dicho comportamiento es “sálvese quien
pueda”. En Europa tampoco se salvan de dicho comportamiento, Alemania
y Francia, dichos países han decidido que el mercado único se acaba al llegar
al comercio de máscaras y equipos de protección y rastreo del coronavirus y han
prohibido su exportación. Evidentemente todos estos problemas se
hubiesen evitado si dicha deslocalización no se hubiese efectuado,
pero los bajos salarios y mayores márgenes comerciales propiciaron un modelo económico
de globalización que ha sucumbido ante la llegada de una pandemia como el
COVID-19. Actualmente, con
una economía aletargada intencionadamente por los diferentes gobiernos mientras
se controla dicha pandemia, el sistema de fabricación está siendo puesto en
tela de juicio. No hay producción, tampoco, medios de transporte, porque las
flotas están paradas, un ejemplo lo tenemos en el sector petrolífero, los
barcos están haciendo la función de depósitos de combustible ante la
acumulación de inventarios. Reordenar dicha cadena de suministro mundial va a
ser un reto, ya que, si Europa y Estados Unidos retornan la producción
externalizada a casa con el fin de garantizar cierto stock de producto ante otro
problema como el actual, probablemente se haga con robots y no con
personas. Un ejemplo de dicha dificultad la observamos por ejemplo
con él teléfono iPhone. En la producción de este dispositivo participan
43 países en los cinco continentes. Los hay que hacen el diseño, fabrican
piezas, las ensamblan... Tampoco hay que olvidar los países en los que se
extraen las materias primas del teléfono inteligente de Apple. De los 82
elementos estables y no radioactivos de la tabla periódica, 62 están en el
iPhone, entre ellos algunos del exotismo del indio (imprescindible para que la
pantalla sea táctil), praseodominio (para la cubierta del dispositivo), o el
galio (para el microprocesador). Esos elementos no están ahí por capricho. Según
un estudio de la Universidad de Yale realizado en 2013, 12 de las 62 materias
primas que se emplean en la manufactura del iPhone no tienen sustituto. Cuando
un ciudadano habla por su teléfono está disfrutando de una joint-venture de la globalización,
sin embargo, el coronavirus ha puesto de relieve la vulnerabilidad de dicho
modelo productivo.
En pocas palabras, después de
varias interrupciones de la globalización durante estas últimas décadas por sucesos
o hechos que convulsionaron la sociedad, el proceso de globalización aguanto,
creando redes y vínculos políticos, culturales y sociales que a veces incluso
se expandieron en tiempos de extrema dislocación. Ese patrón continuó durante
los ataques del 11 de septiembre y la gran recesión del 2008. En 2004, de
hecho, el turismo internacional había alcanzado niveles récord, la conectividad
a Internet continuó aumentando, la OTAN y la Unión Europea se expandieron, y
hubo fuertes aumentos en el comercio internacional y la inversión. A diferencia
de la Gran Depresión de 1929, la crisis económica del año 2008 no provocó la
caída de los niveles de comercio e inversión mundiales. En todo caso,
la recesión del año 2008 obligó a los responsables políticos a darse cuenta de
que la interdependencia exigía una mayor coordinación global.
Esto debería haber motivado que la globalización hubiese sido
gestionada correctamente, sin embargo, el unilateralismo de la primera
economía mundial (Estados Unidos) ha boicoteado el multilateralismo en todos
los foros mundiales, ONU, OTAN, Organización Mundial de Comercio (OMC), etc. Lo
hemos visto en la Organización Mundial de la Salud, donde el presidente
norteamericano acuso a dicha organización y trató de eludir su responsabilidad en
el suceso del COVID-19.
Parece pues, que de
esta crisis saldrán iniciativas con el fin de paliar los efectos de la misma en
los países más afectados, sin embargo, lo que ya nadie cuestiona es que el coronavirus
será el catalizador de un cambio existencial para la humanidad que modificará
la naturaleza de la globalización y la estructura del capitalismo.
Ya
lo dijo Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda
en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
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