Cuenta la leyenda sobre el rey Arturo, que la Tabla Redonda era una mesa mística alrededor de la cual el rey y sus caballeros se sentaban para discutir los asuntos cruciales de Camelot, un reino situado en una provincia ficticia de la Britania postromana. Alrededor de aquella mesa redonda no había ningún lugar preestablecido ni privilegiado, por lo que ningún caballero sobresalía, todos eran iguales y no había ningún “líder”. Fue Geoffrey de Monmouth quien estableció definitivamente la historia del nacimiento de Arturo. El monarca literario es hijo del rey Arturo Pendragon (en galés, “Uther hijo del Dragón”), quien deseaba a Igraine, esposa de Gorlois, duque de Tintagel, esto desató una guerra entre ambos hombres. Los caballeros de la tabla redonda eran El Rey Arturo Pendragón, Sir Lancelot del Lago, Sir Galahad, Sir Perceval de Gales, Sir Bors de Ganis, Sir Bedevere, Sir Tristan de Leonis, Sir Gawain, El Rey Pellionore, Sir Lamorak de Gales, Sir Gaheris, Sir Kay, el Senescal. Estos son una sub-orden de los Caballeros de Camelot, creada por el difunto rey de Camelot, Arturo Pendragon. La apelación a la nobleza de espíritu, la búsqueda constante de la libertad, el esfuerzo apoyado en la amistad, fidelidad y la palabra como mecanismos para asentar una cultura de pertenencia que enorgullece a los miembros. La historia del rey Arturo y las aventuras de sus caballeros han sido narradas tantas veces que, a primera vista, no parece que haya motivo para volver a contarlas una vez más, sin embargo, como con las grandes leyendas que sobreviven al tiempo, pasa lo mismo que con los mejores cuentos de hadas: “cada época debe volver a contarse dicha leyenda, ya que hay en ellas algo que descubrir, cada reelaboración de la leyenda se presenta a la siguiente generación con renovada viveza y frescura, y es ahí donde radica su inmortalidad”.
La sociedad española lleva confinada desde el 14 de marzo (2 meses), en los cuales la misma ha dado muestras de un civismo y coraje difíciles de elogiar y resaltar más de lo que se ha hecho hasta la fecha. Como en todos los conceptos, o como todo lo que ocurre en la vida, nunca hay categorías definitivas ni definiciones absolutas. Esto ocurre con el "sentimiento de orgullo", que puede ser bien o mal utilizado. En psicología se han definido dos tipos de orgullo, el positivo y el negativo. Al orgullo positivo se le llama autoestima y autoconfianza, y al negativo soberbia. El positivo es aquel que hemos tenido la oportunidad de percibir y ver en personas anónimas, que cumpliendo con su deber de forma encomiable en la atención a los enfermos en los hospitales han terminado contagiadas, unas 50.000. El orgullo positivo, es necesario para sentirnos seguros y llevar una vida equilibrada, que nos permita valorarnos en nuestra justa medida, situar nuestra existencia en un mundo mejor y por lo tanto sentir que lo que hacemos contribuye a un fin superior que beneficia a las personas que nos rodean. Sin embargo, el orgullo negativo es el que nos aleja y eleva del mundo real a uno artificial, es un gran generador de conflictos cuando lo que perciben las personas que lo sufren es una manipulación zafia con el único fin de encubrir las cuestiones por las que uno tiene que responder. En el fondo revela la gran decepción que supone lo que uno representa si se estudian los motivos de dicho orgullo.
El confinamiento ha
supuesto un grave problema para la economía y las compañías españolas, las
cuales han tenido que adaptar su modelo productivo a una situación nueva, donde
el contacto y cercanía física ha sido sacrificada con el fin de no agravar
dicha pandemia. En ese escenario, la sociedad y por ende los directivos de alguna compañía,
han descubierto algo que lleva muchos años en el mismo sitio, siendo reclamado
por los empleados y negado sistemáticamente, el teletrabajo. La
ironía del destino, ha querido que lo que llevaba muchos años siendo motivo de reclamación
sin avanzar nada significante, lo ha conseguido el COVID-19 en cosa de
días. Algunos de esos directivos, eran los que hasta el 14 marzo negaban el
pan y la sal a muchos empleados que tenían la misma situación personal (hijos
menores) a la que ahora se trata de poner en valor, “regalando” dicha forma de
trabajar, con el argumento de que es una forma de conciliar con los hijos
menores en edad escolar. No está mal que al final hayan aprendido la lección
de forma obligatoria, sin embargo este es un botón de muestra de lo que esconde
ese orgullo negativo. Este orgullo negativo o tóxico, es definido como un exceso de
estima hacia uno mismo y hacia los propios méritos, por los que la persona se
cree superior a los demás. Este tipo de orgullo incapacita para reconocer y
enmendar los propios errores y pone de manifiesto la falta de humildad. Se
manifiesta una humildad fingida, que cae la figura del paternalismo. Esta
conducta que se basa en la relación que construye la persona que interactúa con
otras, trata a los mismos, “como si fueran niños, que necesitan de
alguien que les enseñe qué decir y cómo actuar”, obviando
que los individuos con los que trata tienen la capacidad suficiente para tomar
sus propias decisiones. Las personas no necesitan ninguna figura
paternalista, sino que requieren el respeto por sus derechos como individuos y
que se cumpla por parte de quien representa a la compañía en la dirección, los
fines y metas por los que se le retribuye.
La humildad, es una cualidad contraria al orgullo, es lo que permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para interactuar con las personas de forma abierta, sin filtros y donde el cara a cara es natural y espontaneo. Cuando un directivo se parapeta en la vida virtual, apantallando su presencia con intermediarios que recogen las preguntas, o cuando comparece de forma pública y se le formula solamente aquellas preguntas que le son “agradables”, se está construyendo un relato ficticio donde lo que se busca es ganar el favor de la opinión pública, independientemente de si es verdad o mentira. Todos los días en la prensa tenemos la oportunidad de leer noticias que revelan que no siempre se cuenta todo lo que sucede. Un ejemplo de lo que digo se publicó ayer en la prensa, por ejemplo; “Telefónica, Orange y Vodafone certifican la escalada del 'bajo coste' en España”. En uno de los párrafos de la noticia se dice lo siguiente:
Esta situación descrita, es lo que el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman llamó “modernidad liquida”, con este concepto definió el estado fluido y volátil de la sociedad actual, sin valores demasiado sólidos, en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos. En el nuevo concepto social las relaciones son más “fluidas", las TIC desvinculan el espacio y tiempo como forma de medir distancia (poder extraterritorial, economía global, fin del compromiso entre gobierno y ciudadanía), el individuo se ha emancipado. En las relaciones humanas, los vínculos que unen a las personas son muy frágiles y es precisamente esta fragilidad el nexo fuerte, ya que este motivo hace que las mismas duren lo que dura el interés. En el mundo de la empresa, es si cabe un territorio donde más impera ese interés, si bien desde el punto de vista ético, puede que esto no sea del todo correcto en tanto que una persona nunca tiene carácter de medio sino que es fin en sí mismo. Sin embargo, en el mundo de los negocios, los intereses juegan un papel determinante y de una forma lógica.
Esta situación hace que la información se convierta en propaganda cuando se utiliza con el único fin de alejar a las personas de la realidad. Es difícil discernir a veces si uno se para a pensar, ¿Cómo es posible que las personas participen y permanezcan ciegas ante lo que ocurre? Sin embargo, la razón la dio Bauman, las relaciones se han convertido en desechables, existe miedo al compromiso y la honestidad. A falta de calidad en la relación, lo que cuenta hoy en día es la cantidad y eso es precisamente lo que busca aquel que construye con las redes sociales una visión ficticia, cantidad de seguidores que le alaben sus éxitos que no existen salvo en su imaginación.
Para terminar, decir que al contrario que con el rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda, donde imperaban los valores de lealtad, cortesía, valor, honor y piedad, hoy en algunas compañías lo que existe es una jungla, donde lo que se ejercita es una llamada permanente a valores y principios que inspiraron dicha obra… Pero que brillan por su ausencia desde donde se mencionan y pregonan.
Ya lo dijo Francisco de Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario