Una doctora granadina
asegura que uno de los principales problemas que tienen los sanitarios con el COVID-19 es la
carencia del equipo de protección individual, y si los médicos no están
protegidos, no pueden proteger a los pacientes, de manera que la
doctora aprovecha la difusión de las redes sociales para hacer una propuesta a
Amancio Ortega, fundador de Inditex: ¿por qué no fabricar
equipos seguros para los que nos cuidan? La doctora Belén utiliza un
chubasquero, comprado en Zara, para dar instrucciones precisas a los
diseñadores de Inditex. Podría incluir una goma en la capucha para estar
totalmente protegidos y una bolsa de zapatos se podría utilizar como
mascarilla. Con un plástico para guardar folios improvisa una máscara que
protegería de cualquier secreción, esto último, es una aportación de los
sanitarios del centro de salud de Armilla. http://bit.ly/396WY4N
Dicho y hecho por parte del fundador del
grupo textil. El dueño de Inditex, Amancio
Ortega, ha vuelto a dar un paso al frente para poner a disposición
del Gobierno español y de sus ciudadanos las capacidades de su compañía, tanto logística como fabril. La compañía ha afirmado en una nota de prensa que: “Estamos
explorando la capacidad de convertir parte de nuestra capacidad de fabricación
textil a producción de material sanitario, para cuyo objetivo se ha involucrado
al equipo de producción de Inditex”. En este sentido, se ha
identificado la posibilidad de fabricación de batas protectoras en España para
lo que es necesario realizar una serie de ajustes sanitarios y confirmar la
disponibilidad de materia prima. Asimismo, para tranquilizar a los
trabajadores, el Grupo Inditex ha anunciado que preservará todos los puestos de
trabajo, pese a que todas sus tiendas en el país se encuentran cerradas por el
momento ante la situación generada por el coronavirus. En concreto, el
presidente de Inditex, Pablo Isla, ha dado instrucciones para
preservar todo el empleo, como “objetivo prioritario de la compañía”,
complementando la retribución en caso necesario durante este periodo.
A lo largo de la historia, y
prácticamente durante todas las épocas, ha existido el concepto de mecenas. Ya
fuera con ese término o no, los mecenas han sido encargados de proteger las
artes, las letras y las ciencias. La Real Academia Española
define mecenas como persona que patrocina las letras o las artes, pero
reiteramos que no solo se han dedicado históricamente a estos dos ámbitos, sino
también al de las ciencias. La palabra “mecenazgo” tiene su origen
de
un nombre propio, el de Cayo Cilnio Mecenas, consejero político
del primer emperador de Roma: César Augusto. Fue un relevante
defensor e impulsor de las artes, especialmente de aquellos jóvenes talentos de
la época que destacaban en campos como la poesía. De hecho, se puede considerar
a un mecenas como una persona que no solo ayuda a un artista o científico
de manera económica o monetaria. Comprenden también la obra que realiza
para las personas a las que brinda su apoyo, —habitualmente, muy
desfavorecidos— esta acción les permite conocer a otras personas de su tiempo que
realizan trabajos similares. De manera que, un mecenas puede terminar
siendo un amigo o aliado, una persona que entiende de aquellas personas
desfavorecidas a las que ayuda más allá de unos resultados. En este
punto cabe muy bien distinguir dos conceptos, que hoy en día parecen asociados.
Por un lado, encontramos a los mecenas, que son personas que suelen tener un
gran patrimonio o ingresos elevados, y esto les permite ayudar a artistas,
escritores o científicos. A lo largo de la historia ha habido mecenas que
protegían a determinados artistas porque valoraban su obra y les pedían
encargos concretos para ellos mismos; pero también otros que han protegido a
científicos simplemente porque consideraban que su trabajo merecía la pena, y
debían poder hacerlo con las máximas garantías. Y por otro lado tenemos a los
patrocinadores, un concepto mucho más actual. Lo ejercen instituciones o
empresas que apoyan un determinado proyecto a cambio de una visibilidad
publicitaria. En cualquier caso, ambas figuras, la de los mecenas y la de
los patrocinadores, están íntimamente relacionadas porque permiten la evolución
de proyectos, eventos o creaciones que, de otra manera, sería muy difícil
lograrlas. Una de las épocas doradas del mecenazgo es el Renacimiento. Gracias
a ellos, como los Uffici, los Sforza o los Médici pero también autoridades
religiosas como el Papa, muchos artistas como Rafael Sanzio, Miguel Ángel o
Leonardo da Vinci pudieron realizar obras que han llegado hasta nuestros días
como auténticas joyas del arte occidental.
Así pues, el origen etimológico de la palabra
“filantropía” nos arroja ya bastantes pistas acerca de su significado.
El término, procedente del griego antiguo, aparece compuesto por la
palabra “philia”, que designa un sentimiento de amor o amistad, y la palabra “ánthrōpos”,
que hace referencia al hombre o al ser humano en general. De esta
manera, “filantropía” vendría a significar, literalmente, “amor a la
humanidad, a los hombres “. Y filántropo sería aquel que profesa esos sentimientos
de amor hacia sus semejantes, los seres humanos. En el contexto en
el que nos encontramos, el término “filantropía“ es utilizado en
sentido amplio para referirse a “la totalidad de actividades que se
realizan sin ánimo de lucro, incluyendo las donaciones privadas de recursos,
pero también el activismo cívico, las actividades de voluntariado en entidades
sin ánimo de lucro y hasta el trabajo remunerado en dichas entidades” (López
Novo, 2008; 25). Se trata pues, con independencia de las formas
que pueda adoptar, de un tipo de acción sin ánimo de lucro, de una forma de don
que se lleva a cabo para mejorar el estado de la comunidad en la que se vive.
En lo que hoy conocemos como
sociedad moderna, los principios del liberalismo y el proceso de secularización
fueron provocando una progresiva erosión del ideario normativo compartido hasta
entonces. Va definiéndose un clima cultural en el que “el consenso de
las mentes acerca de lo que sea el bien se va difuminando [...] sustituido por
un modus vivendi entre diferentes visiones del bien que, cada vez más, se
supone que son inconmensurables” (Pérez-Díaz, 2008; 15).
El nuevo paradigma liberal asume que en cada sociedad conviven al mismo tiempo
distintas propuestas felicitarias (expresar el deseo de que una persona sea
feliz) pero, para lograr la integración y la convivencia entre todas ellas,
se ve obligado a reducir el ámbito político a su mínima expresión. Cualesquiera
opinión y creencia tienen cabida en la sociedad, siempre y cuando no pretendan erigirse
como principio rector de la vida comunitaria: “No cabe componerlas ni agregarlas
en una función de utilidad colectiva; sino reconocer las diferencias,
tolerarlas y aprender a vivir con ellas” (Pérez-Díaz, 2008; 15).
La adopción por parte del
Estado de este papel mínimo supone, al mismo tiempo, que el tipo de filantropía
de la que es capaz tendrá, a su vez, el mismo carácter minimalista.
La reducción de las experiencias de la mutualidad y comunidad tienen dos
consecuencias claras de cara a la práctica de la filantropía. La primera es que
su ejercicio será mediatizado por el Estado –germen del moderno Estado de
bienestar–, pues solo él es garante y cauce del frágil consenso entre la miríada
de sociedades civiles que conforman el nuevo espacio político. La segunda es que,
ante la imposibilidad de establecer un principio normativo fuerte, el Estado
tenderá a “evacuar los conceptos de caridad y beneficencia del centro
del paisaje; y relegarlos a los márgenes, para desempeñar, en ellos, el papel de
valores de referencias de instituciones especializadas en la solución de
necesidades específicas”. Es decir, la ausencia de un “ethos” comunitario
fuerte llevará al Estado a adoptar una acción de beneficencia de tipo
minimalista, de atención a necesidades generalmente reconocidas como básicas y
perentorias, cuya satisfacción suscita la aprobación de todos o casi todos.
Este será el caldo de
cultivo para el desarrollo, en paralelo, de la filantropía en Europa y Estados Unidos.
Las diferencias entre la forma de pensar europea y la norteamericana dieron lugar
a distintas formas de filantropía, una asumida en su práctica totalidad
por el Estado y otra impulsada por el voluntarismo y el profundo sentimiento
cívico –de tintes inicialmente religiosos– de los ciudadanos como es el caso
norteamericano. Es en ese escenario de sociedad minimalista con
grandes necesidades y carencias que tiene la actualmente por ejemplo la sociedad
española, es dónde surgen figuras como Amancio Ortega.
Personas con una gran fortuna que destinan parte de sus bienes a cubrir
necesidades que la sociedad no tiene cubiertas, ya sea por escasez de
recursos o por una mala administración de los mimos. Una
de las cosas que no es discutible por parte de nadie es que dicha persona puede
caer mejor o peor, ahora lo que tampoco se puede obviar es que acciones como
las que acaba de realizar con respecto al COVID-19 es de alabar y elogiar en un
momento en que la sociedad se encuentra en una situación límite. Hoy
en día, la filantropía entronca en las compañías directamente con lo que es la Responsabilidad
Social Corporativa (RSC). Desde el año 1930 hasta finales de la década de
los años 70, la filantropía fue la práctica más asociada con la RSC de
una organización. Durante este tiempo, ser socialmente responsable significaba,
en la práctica, contribuir económicamente con alguna causa social, ya fuera en el
ámbito cultural, educativo o de desarrollo. Así, la expansión de la RSC
durante estas décadas se tradujo, sobre todo, en un aumento de las donaciones al
sector cultural, educativo, artístico, sanitario, u otro. Sin embargo, hoy
en día ha salido del ámbito corporativo y se ha extendido a la sociedad civil
dentro de las grandes fortunas.
Actualmente hay un claro debate
dentro de la sociedad sobre si la filantropía contribuye al desempeño económico
o si, por el contrario, constituye una distribución de los beneficios empresariales
en base a toda una serie de desgravaciones fiscales que arrastran detrás de sí.
Si se demuestra que la filantropía contribuye al desempeño económico,
entonces las donaciones realizadas por una empresa poseen una justificación
económica y pueden ser consideradas como un gasto similar al de la I+D, marketing,
etc. Si, por el contrario, las actividades filantrópicas no guardan relación
alguna con el desempeño económico de una empresa (es decir, son un gasto económico
de rentabilidad nula), entonces los criterios empleados para decidir sobre este
tipo de donaciones deben ser, a su vez, distintos a los estrictamente
económicos.
Para terminar este post, quiero
decir que la filantropía tiene un amplio camino por recorrer en la sociedad actual,
existen en nuestra sociedad causas que no ofrecen ningún atractivo
empresarial y que, de concebir la filantropía solo en clave estratégica,
quedarían completamente desatendidas. No cabe duda de que la
filantropía, posee un papel que es susceptible de que adquiera una mayor
relevancia en el futuro. En este contexto, contar con un sólido entendimiento
de la naturaleza de la filantropía es la mejor garantía para hacer de esta una
herramienta útil y eficaz, a la vez que generosa y atenta, para el desarrollo
conjunto de compañías y sociedad en general, permitiendo que se subsanen
necesidades que a veces el Estado no llega a cubrir para sus ciudadanos. El
ejemplo de Amancio Ortega es cuando menos digno de elogio…Sobre todo
cuando la persona que lo realiza se sitúa en un segundo plano, facilitando que
las personas que reciben dicha regalía no se sientan incomodos al recibir algo
que no pueden alcanzar.
Ya lo dijo Frédéric
Bastiat: “La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas
muy diferentes: el egoísmo carente de inteligencia y la falsa filantropía”.
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