miércoles, 9 de diciembre de 2015

RETRIBUCIÓN LIGADA AL INCENTIVO DE SATISFACCIÓN DEL CLIENTE




Pahom es un personaje de Leon Tolstoi en una pequeña historia de este autor que se titula ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Pahom, pobre labrador que con muy duras penas se puede ganar la vida trabajando para otros, sueña y reza por tener un trozo de tierra que sea suficiente para mantenerlo a él y a su familia. Esto es todo lo que Pahom quiere: un trozo de tierra suficiente. Un día lo consigue: una parcela de tierra está en venta, y la puede comprar vendiendo algo que tiene y aplazando una parte del pago. Trabaja para poder hacerlo, y al final lo consigue. Después quiere más. Y compra más. Pero todavía quiere más. Y se entera de que en una tierra lejana le darán a un precio fijo muy razonable toda la tierra que sea capaz de rodear andando en un día. Cuando salga el sol, se podrá poner a andar, y toda la tierra que pueda rodear durante el día, hasta el momento en que se ponga el sol, será suya. Puede ir tan deprisa como sea capaz, puede correr: todo lo que haya rodeado será suyo. Eso sí, ha de llegar a su punto de partida; si no, pierde el dinero. Pahom está contento. Calcula que la tierra que necesita la puede rodear en un día con facilidad. Pero, claro está, puestos a hacer, quizá podría intentar tener más, e ir mejor después. De forma que intenta más. Conforme va corriendo, va creciendo su ambición, y va más y más lejos. Finalmente, cuando el sol se pone, ha rodeado una enorme cantidad de tierra, que le permitiría ser un rico terrateniente, y consigue llegar a su punto de partida. Pero ya no podrá vivir de la tierra que acaba de comprar: muere desfallecido justo al llegar. Y es que para el ser humano nada es nunca suficiente. Decían los filósofos griegos que el hombre es un ser lujoso de necesidades. Y puede perfectamente actuar en sus propios intereses reales (como el pobre Pahom) por querer más de la cuenta. En los últimos años se ha dado por supuesto que los incentivos económicos son clave en el desarrollo de las organizaciones para hacer que funcionen con alto rendimiento, esto no solamente suele ser causa de escándalos, sino que, además, no consigue a medio y largo plazo ninguno de los resultados que supuestamente se le atribuyen.

Es algo parecido al efecto Streisand. Ese fenómeno de internet que se produce cuando alguien pretende censurar u ocultar cierta información y en cambio consigue más repercusión mediática y que se hable más del tema. La definición sacada de la wikipedia dice que «ocurre cuando un intento de solución a un problema en realidad empeora el problema».
El estudio de los incentivos, iniciado por los chinos antiguos, fue continuado por los economistas clásicos, la administración científica, la psicología conductista y las teorías modernas de la agencia, del contrato, de la propiedad y de los costos de transacción, esta última ofrece una visión integral. 
Adam Smith profundizó en el estudio de los incentivos y decía, "los salarios del trabajo dependen del contrato que se celebra entre estas dos partes, cuyos intereses de ningún modo son idénticos. El trabajador desea recibir cuanto más sea posible y los patronos dar cuanto menos sea posible” (Smith, 1776, lib. 1, cap. 8, 110). “El hombre debe vivir siempre de su trabajo, y su salario debe ser al menos suficiente para mantenerlo. Su análisis del salario y de la relación entre el trabajador y el patrono contrasta con la cándida referencia a la situación del esclavo, que no es productivo porque carece de propiedad”. 
 
El concepto de incentivo tiene una historia interesante. De poco interés para la economía de los esclavos y feudal, se hizo importante en la economía capitalista. Este interés sigue en aumento a medida que la economía moderna abandona el modelo jerarquico estructurado en favor de alianzas y redes. A medida que crece el interés por los mismos se refinan los incentivos utilizados. Los trabajadores configuran el incentivo en base al trabajo que cuesta la obtención del objetivo, para lo cual elijen la forma de gobernanza, es decir, una combinación de la intensidad del incentivo, la intensidad de los controles y las características del contrato. Lo que motiva a los actores no es únicamente el pago por su desempeño sino la totalidad del marco institucional en que transcurre la transacción.
Para empezar, si quieres que un incentivo se acoja con entusiasmo y dé el resultado esperado hay que ponerse en la piel de los empleados (saber qué pasa por su cabeza, qué les motiva, con qué dificultades se encuentran) y plantearse si lo percibirán como justo y si el incentivo estimulará el comportamiento adecuado.
Vaya por delante que los planes de incentivos son un recurso para las empresas y que muchos de ellos crean valor y son muy rentables. Pero antes de implementarlos no hay que perder de vista los posibles efectos negativos así como las perversiones que se pueden buscar las personas que los reciben. Todas las personas no se mueven por los mismos patrones, no hay que poner precio a todo, a veces el reconocimiento o la posibilidad de tener más tiempo libre se valora más que el dinero.



Idealmente, pues, los "intereses" de las personas concretas (y en especial de los directivos de la organización) y los de la organización en su conjunto deberán coincidir o, al menos, estar alineados; y estos "intereses" harían falta entenderlos de manera amplia. En la práctica, sin embargo, cuando se piensa en los "intereses" a menudo se reducen, implícita o explícitamente, a los que son estrictamente económicos y a corto plazo: es decir, los beneficios trimestrales por el lado de la organización, y los incentivos materiales (posiblemente anuales) por parte de las personas.
La función de un sistema de control sobre incentivos siempre ha sido la de cambiar el comportamiento de las personas, el mismo tiene siempre un cierto elemento de manipulación, que intenta alinear los intereses de las personas con los intereses de las organizaciones. Con este objetivo se establecen medidas de resultados de la actuación de las personas y se ligan a sistemas de incentivos. Lo cual se hace en parte de manera formal (es decir, mediante procedimientos preestablecidos y aplicados de manera prácticamente mecánica a través de indicadores), y en parte de manera informal (es decir, mediante una evaluación directa y subjetiva de las personas con poder dentro de la organización. Pero a veces surge el problema,  si el incentivo es lo suficiente fuerte (y en tiempos recientes lo ha sido bastante, por ejemplo las famosas stock options o la retribución en acciones), no debería ser sorprendente que el directivo haga cualquier cosa a su alcance por mejorar sus indicadores, tanto si esto tiene consecuencias positivas con respecto a los objetivos de la organización como si las tiene negativas, incluso llegando al fraude. Si, además, tenemos en cuenta lo que hemos denominado el síndrome de Pahom, no es nada extraño que cuanto más altos son los incentivos o la remuneración en general, más posibilidades hay de escándalos.
 
Hoy en día ya existen muchas compañías que vinculan los resultados de las encuestas de satisfacción de los clientes al programa de incentivos de los empleados. Esto en compañías donde una parte sustancial de su actividad esta externalizada a compañías externas es de difícil aplicación, ya que si la política de incentivos no llega a toda la estructura empresarial (interna y externa) podría poner en serias dificultades a la parte incentivada al no confluir sus intereses y objetivos con la parte no incentivada.

Por otro lado existe una lectura interesante de la implantación de dichos incentivos, si bien transmiten a la opinión pública un mensaje según el cual el cliente está en el centro de la estrategia empresarial, no es menos cierto que dichos directivos no pueden solo articular este elemento como pieza central del compromiso de los empleados con sus clientes, ya que el incentivo genera también efectos perversos como he dicho anteriormente en el post. Existe otro elemento central de la generación del compromiso que si bien consume recursos (trabajo, tiempo, dinero, etc.) dentro de una compañía hace que el compromiso tenga una salud más duradera y sana que los propios incentivos, es el Clima Laboral. Cuando los directivos de una compañía vuelcan su esfuerzo solamente en los incentivos y se olvidan del Clima Laboral obedece principalmente a dos causas:

1º. Incapacidad (falta de conocimientos, medios, recursos, etc.), para  poder revertir dicho parámetro a unos estándares aceptables dentro de la compañía.

2º. Obedece a una posición de comodidad, los directivos se acomodan y resignan a trabajar por las personas que tienen que conseguir los objetivos dentro de la compañía. 

Así pues los sistemas de incentivos solo harán que el interés de un trabajador coincida con los objetivos de la organización (sea con o sin incentivos explícitos) por la convergencia de las siguientes causas: una coincidencia entre los intereses personales en términos de gusto por el trabajo, los incentivos explícitos e implícitos, y el grado de interés que la propia organización suscita en el individuo. Los objetivos de los sistemas de control e incentivos deben ser, pues, por su propia naturaleza, más bien modestos: que no "enreden" y desmotiven, con preferencia a que motiven positivamente.

Ya lo dijo James Allen: “Una persona no puede directamente escoger sus circunstancias, pero si puede escoger sus pensamientos e indirectamente -y con seguridad- darle forma a sus circunstancias”.
 



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