lunes, 16 de noviembre de 2015

EL AUTOENGAÑO, UN PRECIO EXCESIVO EN LA GESTIÓN EMPRESARIAL




Las fábulas son un magnífico recurso para ilustrar y aprender sobre el comportamiento humano de forma indirecta (lo curioso es que suelen estar protagonizadas por animales). Se han ido transmitiendo a lo largo de los siglos con gran éxito. Existe una muy famosa que es la de La Fontaine, “La zorra y las uvas”. Esta nos dice lo siguiente:

“Había una vez una zorra hambrienta que se paseaba por el campo buscando algo de comer cuando justamente encontró una parra repleta de uvas. Éstas se veían bien maduras, muy rojas, apetitosas y con abundante carne para calmar tanto hambre como sed. Así es que la zorra se puso a saltar y saltar intentando alcanzar las uvas pero no había manera de llegar a morder la preciada fruta. La parra estaba tan alta que la zorra cesó en su empeño. Mientras se iba sin las uvas se decía para sí misma: “De todas formas no merecía la pena el esfuerzo, esas uvas estaban verdes, incomestibles, ¡puag!, sólo eran buenas para los miserables”.

El autoengaño es una serie de procedimientos sesgados que afectan la adquisición y el análisis de la información en todos los aspectos posibles. Se trata de una deformación sistemática de la verdad en cada etapa del proceso psicológico del individuo. Los seres humanos nos engañamos a nosotros mismos frecuentemente, se engañan autoridades, directivos, inversores, periodistas, políticos… etc. El autoengaño es una práctica común y peligrosa porque nos reconforta con la construcción de escenarios ficticios que hace que eludamos los problemas cuando surgen, esto hace que sufraguemos peajes muy altos por vivir en la mentira.


A veces cuando el ser humano se autoengaña lo hace por desprecio hacia las opiniones de los demás que no coinciden con el diagnostico emitido, así el autoengaño se convierte en un mecanismo de defensa de aquel que no sabe cómo abordar la realidad cuando le supera y no puede impedir lo inevitable, que no es otra cosa que la existencia de un escenario, opinión o situación que la persona no sabe cómo abordar. Esto sirve para ocultar y enmascarar esa dura realidad que el individuo no quiere que otros contemplen.

En las organizaciones empresariales se persigue y castiga al diferente en sus expresiones, al que no se alinea con lo establecido, ya que cuestiona una de las características principales de las compañías, la uniformidad. El miedo es y será una de las herramientas que más ha funcionado dentro de las organizaciones empresariales, esto ha producido un gap o perdida importantísima ya que ha habido y habrá muchas veces personas que pudiendo aportar y contribuir a las metas de la compañía no lo hagan. Si en las compañías hoy en día la enfermedad que provoca más muertes es la obsolescencia directiva, la incapacidad de cambiar, uno de los peores virus que la provoca se llama la autocomplacencia o autoengaño.


En las organizaciones el hecho de luchar por la supervivencia todos los días ha hecho que el corto plazo sea en lo que se concentran la mayoría de los esfuerzos, para lo cual se exige seguir unos patrones de comportamiento establecidos que a la larga suponen la muerte por parálisis del directivo y la compañía. Peter Senge en su libro The Dance of Change (El baile del Cambio), lo expone de forma contundente, para Senge el miedo y ansiedad matan todas aquellas conductas que conducen a un liderazgo de transformación, como por ejemplo; la creatividad, la innovación, el talento, la iniciativa, etc.  
El autoengaño es también una forma de inteligencia, cuando realizamos dicha acción lo hacemos como mecanismo de defensa que nos tranquiliza y nos permite creer que no sucede nada, con ello reducimos la incertidumbre a la vez que  nos brinda una ilusoria sensación de control. Pero al mismo tiempo genera disfunciones como; la incapacidad para reconocer errores, objetivos poco realistas, necesidad de parecer perfecto,...etc. La gente que observa estos comportamientos, lo nota y sufre sus consecuencias, un ejemplo típico de dicha situación es, cuando se dice: “a ese se le ha subido el cargo a la cabeza” o “no hay quien le diga nada”. Hay un desorden narcisista de la personalidad en cuya causa existe ese síndrome de autoengaño. Por eso en el mundo empresarial es necesario la renovación en los puestos de responsabilidad, ya que el acomodo genera pleitesía y servilismo y esto no es bueno para observar y tomar decisiones que afectan a las compañías en un mundo tan cambiante. Las personas subordinadas evitan muchas veces dar esas opiniones que permiten corregir aquellas situaciones que se producen y no se contemplan, debido al miedo a las reacciones de aquel que se autoengaña. 

Estos directivos autoengañados en la empresa parecen poner más empeño en aparentar que en ser, esto conduce a que se acaben creyendo sus manifestaciones, magnificando sus logros y capacidades de tanto repetirlos, esto los aleja de la realidad. Sin duda, existen otros muchos directivos plenamente confiables y conscientes de sus capacidades, muy profesionales y responsables, a los que llamaremos “rigurosos”; pero en verdad los que exageran con desmesura sus logros pasados y futuros que luego no llegan, son los los más proclives al autoengaño. 
  
Los líderes o directivos que toman decisiones deben de escuchar y observar atentamente lo que se comunica, indiferentemente de la persona que lo haga, sea director o el último empleado, ya que por suerte para ellos, ni lo saben todo y pueden crecer en base a lo que aprendan de otras personas. El directivo que no realiza esta escucha obedece al perfil de individuo que está por encima del bien y del mal, que se niega a informarse y preguntar, ese generalmente es el que comete más errores. Estos se caracterizan precisamente por estos rasgos de torpeza emocional, hacen del autoengaño una herramienta, tienen una equivocada noción de sí mismos, y su gestión está contaminada por la necesidad de poder. En estos casos cuando sucede este hecho no hay que buscar exculpaciones a su comportamiento, si ocupan un cargo hay que juzgar su gestión con criterios estrictos de eficiencia y consecución de objetivos. En las compañías no existe ninguna obligación de presentarse a un cargo dentro de las mismas, pero quien lo hace, tiene que actuar con la mayor transparencia en pos del beneficio de sus grupos de interés (stakeholders). Por el contrario, el buen directivo está atento a los cambios de la realidad, evalúa continuamente sus conocimientos y se detiene a reflexionar si las metas que establece son realistas.

La moraleja de la fábula del comienzo de dicho post es que, mientras el uso del autoengaño de manera ocasional es algo común y funcional porque nos protege del malestar a corto plazo, excedernos en su práctica, nos hace débiles o poco preparados ante las dificultades de la vida, ya que no nos permite desarrollar recursos psicológicos y emocionales para asumir una actitud responsable y superar  adversidades.



Ya lo dijo Daniel Goleman: “La facilidad con que una sociedad desprecia, y hasta sepulta, las visiones discrepantes depende evidentemente del conjunto de lagunas compartidas por sus ciudadanos. No nos damos cuenta de lo que nos desagrada ver y tampoco nos damos cuenta de que no nos damos cuenta.”




  


 
 

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