miércoles, 20 de enero de 2016

FINANZÁS Y ÉTICA UNA PAREJA...NO MUY BIEN AVENIDA EN ALGUNAS OCASIONES

El fiscal General de los Estados Unidos Eric Holder llegó a un acuerdo en agosto del 2014 dando carpetazo a uno de los capítulos más vergonzantes de la historia económica de Estados Unidos con una multa récord al gigante de Wall Street Bank of America, el segundo banco en activos del país, por el fiasco de las hipotecas basura (subprime), detonante del colapso financiero de 2008 que desembocó en la peor crisis de la economía occidental desde la crisis de 1929. El fiscal anunció un “histórico” acuerdo con la entidad bancaria para el pago de 16.650 millones de dólares (unos 12.600 millones de euros) por “mantener a sus clientes en la oscuridad”, según el comunicado de la Securities Exchange Commission (SEC), sobre los riesgos que entrañaban dichos productos financieros. Pese a esta admisión de culpas, el acuerdo alcanzado no recoge acción alguna contra los ejecutivos del banco. Se trata de la mayor sanción impuesta por las autoridades estadounidenses a una entidad financiera porque ningún otro banco contribuyó tanto al desastre para la economía mundial y para millones de inversores como Bank of America. El anterior récord, también por irregularidades con las hipotecas basura, lo estableció JP Morgan Chase, con 13.000 millones de dólares (unos 9.800 millones de euros), en 2013. Anteriormente el Departamento de Justicia cerró otro acuerdo, esta vez con Citigroup, por 7.000 millones (unos 5.300 millones de euros) por los mismos motivos. 



El día 6 de noviembre del 2015 hubo una conferencia con analistas de una gran multinacional de este país, dicha transcripción con los analistas esta subida a internet en la página web bit.ly/1PyTIhi
El 11/01/2016 el diario El Confidencial publicó la siguiente noticia “Merrill Lynch desnuda a Telefónica: no podrá pagar el dividendo prometido”, el enlace con la noticia es bit.ly/1RFKt3m , según relata el periodista en dicha noticia, el analista del banco de inversión Bank of America Merrill Lynch David Wright, que firma el informe junto a Parin Shah, cree que; “Telefónica se enfrenta a un trepidante 2016 por las dudas sobre la evolución de los ingresos en España ante la guerra del fútbol en televisión, la ralentización del crecimiento en Alemania y la incertidumbre sobre Latinoamérica, especialmente Brasil. Una coyuntura que se traducirá en un descenso del 5% del beneficio operativo por el impacto de las divisas. Según sus cálculos, Telefónica no podrá abonar los 0,75 euros en metálico en concepto de dividendo por acción a los que se comprometió con los inversores en su última junta general de accionistas”, según dicho diario. 
Previamente en el año 2012 la compañía había fichado a un técnico cualificado del Bank of America Merril Lynch según noticia que está en el siguiente enlace, bit.ly/1Pw9TMt .
 
Ante esta situación a una persona profana en estos temas le podrían surgir las siguientes preguntas: 

¿Es creíble la valoración de dicho banco de inversión sobre dicha compañía con los antecedentes que tiene después de la crisis del 2008?

¿Debería la compañía desmentir e informar para contrarrestar dichas informaciones ante las dudas que puedan surgir entre sus  stakeholders por la pérdida de confianza que puedan originar?
 





La ética en las finanzas es el conjunto de principios, normas y valores que deberían guiar las acciones de los agentes y las entidades financieras hacia objetivos relacionados con lo que es justo y correcto, además de eficiente y rentable. Pero en toda acción las personas se mueven por diversas motivaciones (pirámide de Maslow) y buscan una variedad de resultados, económicos (rentabilidad) o no económicos (adquisición de conocimientos y capacidades, desarrollo de valores, etc.). Desde el punto de vista del agente (directivo o analista), la valoración de la moralidad de una acción debe tener en cuenta todas dimensiones que lleva implícita la misma, sin limitarse a proyectar unos principios éticos abstractos sobre unas realidades cuyas múltiples dimensiones se nos escaparían. Por tanto, la conducta técnica y moralmente adecuada incluye la aplicación de principios éticos y de criterios económicos.

La falta de ética, la codicia de los banqueros, la multiplicación de los casos de fraude, la creación de incentivos perversos y las conductas imprudentes fueron algunas de sus consecuencias de la crisis del 2008, la más grave desde la crisis del 1929. Esta falta de ética vino determinada por unas decisiones de personas que lideraban dichas compañías, organismos reguladores, auditores, etc., las cuales tuvieron un fuerte impacto sobre todos los individuos en la sociedad donde se cometieron, al tener que poner fondos públicos para reflotar y rescatar dichas entidades. Todas las personas por naturaleza somos ambiciosas, unas obviamente más que otras, para eso la sociedad se dota e implementa mecanismos de control  como (leyes, regulaciones y jueces), no para evitar la codicia (la ley no trata de cambiar directamente el carácter de las personas, sino sus acciones o, al menos, las consecuencias de sus acciones), esto es una medida que pretende evitar que la codicia degenere en fraudes y corrupción en un grado que inquiete a la sociedad.

Pero toda la culpa de esta falta de ética no hay que echársela a las personas que carecen de ella, sino que la sociedad en su conjunto también ha contribuido a generar un escenario propicio para la falta de la misma, por ejemplo en la crisis del 2008 se dieron las siguientes situaciones:
  1. La crisis viene precedida de (tipos de interés bajos, abundancia de liquidez, rápido crecimiento del precio de algunos activos como por ejemplo la vivienda,…) que han permitido que los beneficios obtenidos con esas conductas  dolosas sean mucho mayores.
  2. La propia comunidad ha generado también situaciones de codicia inducida”, cuando ha premiado a los que han tenido éxito en sus conductas faltas de ética, cuando ha enseñado a actuar de ese modo y cuando ha hecho más difícil comportarse de una manera más ética. Esto quiere decir que la codicia de que hablamos aquí tiene un componente social importante, ha sido motivada, impulsada y, en ocasiones, exacerbada por las actitudes y conductas sociales (las “estructuras de pecado” como dice la encíclica de Juan Pablo II  Sollicitudo Rei Socialis (30 de diciembre de 1987) en la cual dice entre las opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo y las «estructuras» que conllevan, dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad”.  Esto nos lleva a la siguiente reflexión, ¿cómo luchar contra la falta de ética cuando la propia sociedad manifiesta un apoyo al triunfo y superación del individuo  obviando conductas que son poco gratificantes?
  3. Por último la falta de control y funcionamiento correcto de los mecanismos de lucha y control de los que se dota la sociedad como reguladores, agencias de valoración (rating), los bancos centrales, los organismos gubernamentales de supervisión, consejos de administración y los comités de auditoría dentro de las entidades financieras han obviado el cumplimiento correcto de sus funciones aumentando las consecuencias de su crisis financiera. Esto fallo del control por parte de las entidades de regulación y supervisoras que vigilaban las instituciones ha sido determinante en la generación de unas condiciones que hicieron posible una avaricia desmedida por el beneficio, y segundo, al no impedir las actuaciones demasiado arriesgadas (legales o no) y las conductas fraudulentas.

Esta situación generada como dije anteriormente viene precedida de medidas técnicas que resultaron fallidas en su aplicación por parte de individuos, pero son estos últimos los que tienen o se les presume un componente ético o moral que son los que manejaron dicha crisis financiera. Los cambios en la regulación y abolición de controles propiciaron que dicho problema se magnificara. Un ejemplo de esto último en Estados Unidos fue la abolición de la ley Glass-Steagall, que separaba los bancos comerciales de los bancos de inversiones; el fomento de las hipotecas subprime a cargo de empresas semipúblicas como Fannie Mae y Freedie Mac generando un fraude multimillonario sobre las mismas; la resistencia a la regulación de algunos derivados financieros, etc. Estos cambios probablemente no siempre estuvieron motivados por una conducta ética correcta sino que la codicia humana propicio dichas decisiones alimentando los problemas de dicha crisis financiera.


Algunas de los incentivos infames que se llevaron a cabo durante dicha crisis fueron los siguientes;

  1. En Estados Unidos, la remuneración de los brokers de hipotecas (las personas que buscaban clientes por cuenta de los bancos) se establecía en función del volumen de hipotecas concedidas, no de su solvencia probable. Esto fomentaba una concesión arriesgada de ese tipo de créditos, e incluso el falseamiento de la información en las solicitudes.
  2. Los bancos que concedían las hipotecas las “titulizaban” prontamente, es decir, las sacaban de su balance primero, y las utilizaban como garantía de productos derivados que vendían después a otros inversores, lo que suprimía su incentivo a controlar rigurosamente las condiciones de sus clientes y el seguimiento de la devolución de los préstamos.
  3. Algunos deudores compraban su vivienda con la intención de incumplir con los pagos al poco tiempo, para pasar a comprar una nueva casa a un precio más alto, con una hipoteca mayor (una práctica frecuente, por ejemplo, en Estados Unidos).
  4. Las instituciones financieras incurrieron a menudo en problemas del llamado “riesgo moral”, llevando a cabo operaciones demasiado arriesgadas gracias a la garantía explícita o implícita del gobierno o de las agencias reguladoras sobre los depósitos y otros pasivos.
  5. Los bancos de inversión, que habían sido compañías de responsabilidad ilimitada (private partnerships), pasaron a ser sociedades anónimas (public corporations), con la consiguiente reducción de su responsabilidad por las pérdidas, lo que alentaba estrategias más arriesgadas.
  6. El crecimiento de la remuneración de los directivos, basado a menudo en opciones sobre acciones (stock options), les llevó a buscar la rentabilidad a corto plazo, también a veces con operaciones arriesgadas o incluso con manipulaciones contables y fraudes.




Una consecuencia del aumento de dicha codicia atribuye a la crisis las elevadas remuneraciones de los directivos y analistas financieros. Esto no es la causa de la crisis pero si su efecto, en los años de la misma se dispararon las operaciones financieras e inmobiliarias generando una burbuja de los activos. Allí donde va el dinero, suben los precios, generando rentas que los distintos agentes implicados tratan de capturar y los directivos tienen una ventaja comparativa a la hora de conocer cuáles son esas rentas, dónde se generan y cómo capturarlas. Y, del mismo modo, los analistas y otros expertos han participado de esa captura de rentas, porque su contribución técnica era necesaria para la creación de las mismas. Estas remuneraciones directivas exorbitantes (incluidos los bonus o compensaciones por despido) han generado nuevos incentivos perversos, fomentando en los directivos y analistas conductas dirigidas a maximizar su propia remuneración, no los beneficios de las compañías, manipulando, en algunos casos, los resultados. En todo caso, el diseño y la implementación de esos sistemas de remuneración ha sido también una conducta imprudente y una muestra de mal gobierno, precisamente porque no han sabido predecir aquellos incentivos perversos.


La asunción de un excesivo riesgo alimentada por una excesiva codicia y falta de moralidad ha formado un coctel explosivo cuyo resultado todo el mundo conoce. La falta de una gestión adecuada de los riesgos ha sido determinante para que desde los gobiernos, reguladores y supervisores, hasta muchas de las instituciones financieras y de sus clientes se vieran imbuidas por dicha crisis.  El riesgo en las finanzas es una variable que está en el todas las decisiones que se toman, pero la no realización de una gestión adecuada del mismo puede producir unos daños catastróficos. Cuando esto se produce son los organismos reguladores y supervisores quienes tienen que meter en cintura a aquellas instituciones que pueden dañar a sus stakeholders con su temeridad. 

Durante la crisis del 2008 la lista de valores conculcados  por las personas que dirigían dichas compañías son diversos, entre ellos se incluyen el autocontrol, la capacidad para frenar el deseo de éxito, riqueza o de reconocimiento social, cuando se convierten en obstáculos para el correcto desempeño profesional. Hay otros casos de individuos pusilánimes  y colaboradores con dicha crisis, ya que en la del 2008 se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo conducía a una grave crisis con consecuencias nefastas para su empresa, accionistas, clientes y toda la sociedad, pero no fueron capaces de tomar las decisiones difíciles que eran aconsejables para no poner en peligro su carrera o su bonus. O quizás pensando que, si la crisis ocurría, alguien cargaría con los costes del rescate de las instituciones en peligro. Esta situación también dieron lugar a comportamientos de orgullo, prepotencia y arrogancia, sobre todo en algunos financieros, pero también en economistas, en reguladores y autoridades: el convencimiento de que sus conocimientos eran superiores, que no tenían por qué someterse a la decisión o supervisión de otras personas, o que estaban por encima de la ley y de las normas morales.
Y todo ello desembocó en situaciones de injusticia. Muchas de estas pertenecen al ámbito de la justicia conmutativa (es la igualdad o equilibrio en el intercambio de bienes entre actores), incluyendo problemas de ocultación de información, publicidad engañosa, multiplicación innecesaria de operaciones para generar comisiones mayores, recomendaciones manipuladas sobre valores, etc. Y otras pertenecen a la justicia distributiva, sobre el reparto de los costes y beneficios en la sociedad. Se incluyen aquí, por ejemplo, los problemas éticos generados por el “riesgo moral”: las instituciones financieras se aprovecharon de la limitación de sus riesgos, gracias a la provisión legal de la responsabilidad limitada o a la existencia de garantías que limitaban sus pérdidas, incurriendo en niveles de riesgo superiores a los que aceptarían si ellos cargasen con todas sus pérdidas potenciales. Y esto se relaciona, a su vez, con otros problemas, como la remuneración de los directivos (especialmente con las generosas compensaciones por despido, independientemente de los daños provocados a la entidad durante su gestión).

El juicio que se debe hacer sobre las estructuras y actuaciones de las instituciones financieras no se puede separar su dimensión moral de la económica, un buen banco desempeña su función con calidad técnica y ética, y no cabe la excelencia técnica sin la ética, y viceversa, aunque los criterios con que se valoren una y otra sean diferentes. Hoy en día la RSC (Responsabilidad Social Corporativa) es un valor fundamental de cara a la sociedad donde operan las compañías, prescindir o mancillar el mismo ha dejado de ser una opción. Esto es debido a que las compañías trabajan dentro de un sistema más amplio, lo que implica que hay que tener en cuenta que sus acciones impactan en otras entidades, mercados y la sociedad en general. Esto les obliga a contribuir al funcionamiento ordenado de los mercados, que son los mecanismos que coordinan las acciones de todos. Esos deberes incluyen el respeto al marco normativo y la conservación de las instituciones que promueven las conductas adecuadas y de los mecanismos de difusión de información, incentivos y competencia en el mercado.






En esta crisis, relacionada con las conductas de complacencia y pánico de directivos, reguladores, auditores, etc., se dieron también en la sociedad conductas gregarias o de manada: comprar, por ejemplo, cuando todos compran y vender cuando todos venden. Esta puede ser una manera racional de actuar, que minimiza las pérdidas cuando caen los mercados, pero que acentúa esa caída, la extiende a otros mercados y puede desembocar en pánico. Esto debería hacer reflexionar a aquellas personas que tienen información privilegiada y toman las decisiones que influyen en la sociedad, ¿deben olvidar al colectivo de personas que integra la sociedad cuando todos están tomando decisiones temerarias?

La crisis del 2008 ha puesto de manifiesto, que por sí solo, el mercado no está en condiciones de salvaguardar el bien general cuando se producen “fallos de mercado”, (la confianza es un bien público, y su pérdida produce un daño a todos), los acontecimientos en otros lugares (como la caída de precios de un activo provocada por las ventas en otro mercado), la existencia de mercados incompletos o los sesgos de conducta (como el exceso de optimismo). Entonces el estado tiene que intervenir con la ley y la regulación, que es el candidato tradicional a asumir ese papel de promoción del bien común, especialmente mediante la consideración de todas las variables relevantes en el corto y en el largo plazo: es decir, planteándose una amplia gama de efectos posibles de las acciones de los distintos agentes y de las regulaciones en vigor. Pero lo que hemos presenciado en los últimos años ha sido un conjunto de fallos también de los reguladores y de los supervisores, por causas conocidas y también porque poseían una concepción atrofiada de lo que es el bien común, sólo les importaban aspectos como, resultados económicos (crecimiento, eficiencia) en el corto plazo y los intereses de las corporaciones que generaron dicha crisis.
Los individuos reclamamos saber lo que está sucediendo en nuestro presente para poder saber cómo acometer nuestro futuro, no es mucho lo que se pide a quienes disponen de dicha información. No hacerlo lo único que genera es desconfianza y descredito hacia el sistema y sus miembros como, reguladores, supervisores, empresas, etc. Así pues todavía se está a tiempo de corregir algo que es muy sencillo, lo único que hace falta es voluntad. Como vimos en la descripción de la crisis de  2008, la ley no pudo crear confianza por su falta de eficacia. Cuando las leyes fallan el individuo deja de confiar en el sistema, volvemos a algo muy primitivo, las relaciones personales, donde la estrella de dichas relaciones es, LA CONFIANZA. La confianza entre dos personas tiene dos componentes, ambos necesarios: uno funcional (también llamado técnico, o basado en las competencias) y otro personal (o ético, o basado en la benevolencia). La confianza funcional tiene que ver con las capacidades y conocimientos técnicos de aquel en quien se confía: por ejemplo, los directivos y empleados de un banco deben ser técnicamente capaces de gestionar su negocio, de modo que el dinero del depositante esté seguro y que pueda retirarlo cuando lo desee. La confianza personal hace referencia a lo que mueve a esas personas a actuar: si, llegado el momento, estarán dispuestas a poner los intereses legítimos del depositante por encima de los intereses de la institución o del propio decisor, es decir, si harán honor a su compromiso con el depositante, a pesar de que tengan intereses para comportarse de otro modo.


Así pues aprendamos del pasado para no cometer errores en el futuro.Ya lo dijo Milan Kundera en su libro “la insoportable levedad del ser”: "...Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza...".



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