viernes, 22 de septiembre de 2017

EMPLEADOS CON LAS MANOS ATADAS, UN MAL NEGOCIO PARA LAS COMPAÑÍAS





Érase una vez un hombre que vivía como todos los demás. Un hombre normal. Tenía cualidades positivas y negativas. No era diferente.
Un día, llamaron repentinamente a su puerta, cuando salió se encontró con sus amigos. Eran varios y habían venido juntos. Sus amigos después de mantener una larga y amistosa charla con él, le ataron los pies y las manos para que no pudiera hacer nada malo (pero se olvidaron de decirle que así tampoco podría hacer nada bueno). Y se fueron dejando un guardián a la puerta para que nadie pudiera desatarle.
Al principio se desesperó y trató de romper las ataduras. Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, intentó, poco a poco, acostumbrarse a su nueva situación.
Poco a poco consiguió valerse para seguir subsistiendo con las manos atadas. Inicialmente le costaba hasta quitarse los zapatos. Hubo un día en que consiguió liar y encenderse un cigarrillo, y empezó a olvidarse de que antes tenía las manos libres.
Pasaron muchos años, y el hombre comenzó a acostumbrarse a sus manos atadas. Mientras tanto su guardián le comunicaba, día tras día, las cosas malas que se hacían en el exterior los hombres con las manos libres (pero se le olvidaba decirle las cosas buenas que también hacían los hombres con las manos libres).
Siguieron pasando los años y el hombre llegó a acostumbrarse a sus manos atadas, y cuando, el guardián le señalaba que gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él, el hombre de las manos atadas no podía hacer nada malo, (pero se le olvidaba señalarle que tampoco podía hacer nada bueno).
El hombre comenzó a creer que era mejor vivir con las manos atadas. Además, ¡Estaba tan acostumbrado a las ligaduras...!
Pasaron muchos años, muchísimos años más..., un día sus amigos sorprendieron al guardián, entraron en la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos del hombre.
 “¡Ya eres libre!”, le dijeron.
Pero habían llegado demasiado tarde, las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas y, aunque así, con las manos libres ya no podía hacer cosas malas, tampoco podría ya hacer cosas buenas.

La palabra obedecer proviene del latín ob audire que representa la idea de escuchar lo que otro dice a partir de lo cual surge la idea de cumplir la orden que alguien da una vez oida. Sin embargo, su etimología no aparece del todo clara ya que hay varias versiones sobre el significado etimológico de esta palabra. Fue el psicólogo de la Universidad de Yale Stanley Milgram el que en 1963 publicó un artículo  en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology bajo el título Behavioral Study of Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia), en el cual afirmaba que: 
“Los aspectos legales  y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico http://bit.ly/2kntXfK La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio”. 

Los resultados del experimento de Milgram son aplicables a lo que sucede en el mundo corporativo actualmente, sirven para comprender la actitud de algunos trabajadores, mandos o directivos, cuando realizan acciones diariamente que conducen a resultados  económicos nefastos y perjudiciales para todos los stakeholders que integran las compañías. Estos empleados no actúan bajo coacción alguna, sino que sus acciones son por voluntad propia con una mezcla de una cultura perversa generada mediante una combinación de competitividad extrema y desmedida ambición a sus intereses, lo cual resulta más efectiva que cualquier sistema de órdenes directas. Muchas de las decisiones que afectan a multitud de personas se toman y ejecutan de manera cotidiana desde posiciones concretas dentro de las compañías. Estas decisiones tienen nombre y apellidos por lo que para potenciar una cultura de ética y valores dentro de las compañías es necesario conocer dichos nombres y exigir las responsabilidades a que den lugar las mismas cuando existen damnificados o perjudicados por las mismas. 


Más allá de que las personas se sometan sumisamente a obedecer a la autoridad o que opte por combatirla con violencia, existe un punto intermedio cada vez más adoptado por un mayor número de ciudadanos: la “desobediencia civil”. Su definición clásica, popularizada en 1849 por el filósofo Henry David Thoreau, alude al “acto de no acatar una norma de la que se tiene obligación de cumplimiento”. Esto es precisamente lo que hicieron precisamente los tres últimos grandes líderes del siglo XX: Mahatma Gan­dhi (a favor de la independencia de India de Gran Bretaña), Martin Luther King (en pro de los derechos civiles para los afroamericanos en Estados Unidos) y Nelson Mandela, quien dedicó su vida para abolir la segregación racial (apartheid) en Sudáfrica. La desobediencia civil consiste, por un lado, en tomar las riendas de nuestra vida emocional. Para lograrlo, es esencial que las personas se emancipen de las expectativas que el entorno social tiene puesto sobre él. Para ello la persona tiene que tomar las riendas de su vida, dejando de depender de las instituciones con las que se relaciona, llámese, empresa, gobierno, etc. Con ello conseguirá ser el verdadero autor de lo que le sucede en su vida, y por tanto, será la persona principal a la que tendrá que rendir cuentas cada vez que se mire en el espejo.  




Para las compañías, la obediencia debida cuando se instaura el ordeno y mando es muy perjudicial. Actualmente estamos en una época en la cual los intangibles como la pasión, iniciativa, creatividad, innovación, Clima Laboral, etc., son los que permiten la continuidad y permanencia de las compañías en los mercados donde compiten. Sin embargo estos no afloran en ambientes de obediencia “perruna”, sino que los mismos necesitan entornos de libertad, disenso y confrontación, con el fin de contrastar ideas, escenarios y acciones que muchas veces son contrapuestos.  En la sociedad en general, y en la empresa en particular, existe una verdadera epidemia que todo lo erosiona: la mediocridad. Actualmente parece que el camino elegido por algunos directivos en las compañías no es el correcto a tenor de los resultados que presentan trimestre tras trimestre. Un error que ha generado dicha situación es la no implantación de sistemas de "meritocracia" contrastados en las compañías, donde se premie el esfuerzo y al mejor. Frente a esta acción se ha optado por una "ineptocracia" que va desde el nepotismo (premio a “los fieles y obedientes”) hasta el régimen de miedo, el cual arraiga sus cimientos en hacer lo “políticamente correcto”.


Una consecuencia enormemente perjudicial para las compañías de esta obediencia debida es: el bajo desempeño.  Según un informe publicado en el año 2016 cuyo título es Pulse of the Profession: The High Cost of Low Performance” (El pulso de la profesión 2016: el alto coste del bajo rendimiento) del Project Management Institute (PMI), revela que las empresas malgastan a nivel mundial una media de 122 millones de dólares por cada 1.000 millones gastados en los proyectos como resultado de malas prácticas de gestión. Esto supone un incremento del 12% con respecto al año anterior.



Para terminar este post, quiero recordar que actualmente para las compañías no es posible ser competitivas y sobrevivir en el entorno actual con empleados con las manos atadas. Los directivos si quieren hacer progresar a las compañías tienen que entrar y fomentar un entorno laboral donde la libertad sea la guía que acompañe a las personas que luchan por la meta fijada. En esa libertad está incluido, el pensar de forma diferente, el confrontar con los mandos y directivos, el discrepar, el emprender caminos diferentes, etc. Si no lo hacen, se pueden encontrar con la situación de que cuando vayan a dar dicha libertad porque la compañía se encuentre al borde del precipicio… las personas como la del comienzo de este post, ya no sepan vivir en ese entorno tan necesario.   



Ya lo dijo Jean-Jacques Rousseau: “La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado”.













No hay comentarios:

Publicar un comentario