miércoles, 25 de mayo de 2016

LA SUPREMACÍA DE LO SIMPLE



La NASA contrató en 1965 a la empresa Tycam Engineering Manufacturing, Inc., en Houston, para desarrollar 34 bolígrafos espaciales con un coste de 4.382’50 dólares, es decir, 128’89 dólares por bolígrafo. Muchos lo criticaron porque era un gasto innecesario. La NASA se echó para atrás y los astronautas usaron medios más baratos… lapiceros. Paul C. Fisher de la empresa Fisher Pen Co. decidió diseñar un bolígrafo capaz de funcionar en el espacio sin ningún tipo de financiación de la NASA. La compañía informó que había gastado alrededor de 1 millón de dólares de sus fondos propios para I+D y patentó su bolígrafo espacial AG-7.
Fisher le ofreció el bolígrafo a la NASA en 1965, pero la NASA no aceptó la oferta. En 1967, tras muchas pruebas, la NASA aceptó que los astronautas del programa Apollo utilizaran los bolígrafos espaciales AG-7. Aproximadamente 400 bolígrafos Fisher fueron comprados por la NASA con un precio de 6 dólares la unidad para el Proyecto Apollo. La Unión Soviética compró 100 bolígrafos Fisher y 1000 cartuchos de tinta en febrero de 1969 para su uso en los vuelos espaciales Soyuz. En la actualidad tanto rusos como americanos usan estos bolígrafos en sus misiones espaciales. Para la empresa Fisher fue una gran publicidad que sus bolígrafos espaciales fueran utilizados en la Luna por los astronautas y la empresa se dividió, siendo Fisher Space Pen Co. la que los fabrica en la actualidad.

Si la tecnología ha dado un enorme salto en su desarrollo con la digitalización, con avances fundamentales en las comunicaciones, la informática o la nanotecnología por citar algunas, no es menos cierto que la economía se ha vuelto más compleja y el ritmo de los negocios se ha acelerado sin parar, dando como resultado un entorno volátil y cambiante que está confundiendo a las personas a la hora de tomar decisiones. No es extraño que haya cada vez más compañías que hacen un peregrinaje de consultora en consultora en busca de ayuda o luz para resolver sus dificultades, y que tantos directivos estén volviendo a retomar una formación o lean libros de autoayuda, intentando encontrar el camino al éxito. Lamentablemente, tampoco faltan quienes estén dispuestos a aprovecharse de ellos, aprovechando dicha confusión.
Tal vez, una razón del aumento de la complicación haya que buscarlo en la exploración y búsqueda de explicaciones científicas a lo que ocurría con la aparición de una nueva disciplina o ciencia exacta: la física.  A partir del pensamiento cartesiano que proporciona la ciencia lleva al ser humano  a que cualquier hecho deba ser probado y que se rechace cualquier conocimiento que solo sea probable, instaurándose este principio en las mentes de las personas. Sin embargo la aplicación de estos planteamientos al estudio de asuntos relacionados con las personas es totalmente inadecuado y, por tanto, los resultados se han vuelto cada vez menos realistas y, al mismo tiempo, a veces tan complejos que nadie los comprende. Hace unos años el diario The Washington Post advertía en un editorial: “La ambición de los economistas les ha llevado a crear complejas soluciones matemáticas para los problemas teóricos, que pese a su elegante formulación tienen poca o ninguna importancia para los problemas sociales. “

Las grandes organizaciones empresariales como, multinacionales, medianas empresas o PYMES no son “conjuntos inflexibles”; son conexiones de personas con objetivos comunes, que a su vez se relacionan con otras conexiones de personas o stakeholders para proveer productos o servicios a sus clientes. La complejidad es un engendro que arrastra a la gente de las organizaciones empresariales hacia el despeñadero de la  la inoperancia pero sobre todo, a la desilusión y el descalabro empresarial.
El psicólogo John Collard, del Instituto de Relaciones Humanas de la Universidad de Yale, describe los siete tipos de temores más comunes en el ser humano (todos tenemos alguno de ellos):

1.     Temor al fracaso.
2.     Temor al sexo.
3.     Temor a la autodefensa.
4.     Temor a confiar en los demás.
5.     Temor a pensar.
6.     Temor a hablar.
7.     Temor a la soledad.
Según parece, el no ser simple, o no buscar soluciones sencillas, es consecuencia del quinto de estos temores, el “Temor a pensar”. Según el profesor Collard: “No sólo cuesta trabajo pensar, sino que muchas personas temen hacerlo. Son dóciles y obedientes y siguen fácilmente las sugerencias de los demás, porque les ahorra el trabajo de pensar por sí mismas. Se vuelven dependientes de otros para el trabajo mental y buscan un protector cuando tienen dificultades”. 

Una de las razones de nuestra complicación hay que buscarla en la obsesión que embarga al ser humano tratando de cubrir todas las opciones ante el temor de que alguien nos pueda poner en evidencia. El individuo piensa…“si se omite cualquier detalle nos puede costar un serio disgusto cuando no el puesto que desempeñamos, hagamos pues las cosas lo más complejas posibles, puesto que así habrá más dificultades para que nos pongan en evidencia". Es lo que se puede definir simplemente como TEMOR AL FRACASO. La complejidad no debe idolatrase, debe esquivarse aplicando el sentido común. El sentido común son los conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad y considerados como prudentes, lógicos o válidos. Se trata pues de la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable.
Para pensar en términos simples y sencillos, de sentido común, se deberían seguir los siguientes pasos.

1. Sacar el ego del problema: El buen juicio se basa en la realidad. Cuanto más se filtran las cosas a través del ego, más se alejan de la realidad.
2. Evitar las ilusiones. Todos queremos que las cosas salgan de cierta manera. Pero las cosas se desarrollan con bastante frecuencia fuera de nuestro control. El buen sentido común, tiende a sintonizar con el rumbo que siguen las cosas.
3. Practicar una escucha activa. El sentido común, por definición, se basa en lo que piensan los demás. Es el pensamiento que comparten muchos. La gente que no tiene sus oídos alerta, pierde el contacto con el sentido común.
4. Ser prudente. Las cosas a veces, parecen lo contrario de cómo son realmente. Esto es porque algunos intentan adaptarlas a sus intereses personales.
Las ideas sencillas tienden a ser evidentes porque están basadas en la objetividad, sin embargo las personas no se fían de esa simplicidad porque piensan que detrás de esta sencillez se esconde algo que no se percibe. Es un grave error, ya que lo obvio para uno muchas veces es obvio para él resto. Por eso, seguir el instinto o intuición de lo simple ha dado un gran resultado a los visionarios del emprendimiento, si no fijémonos en… Apple.
La buena comunicación entre los miembros de los equipos es fundamental, los mensajes no pueden ser confusos, tienen que ser claros y comprensibles, y cuanto más cortos, mejor. En comunicación, “lo simple y breve, dos veces bueno”. Jack Welch, el conocido y legendario expresidente de General Electric, lo describió muy bien cuando dijo en una entrevista en la Harvard Business Review:
”Los directivos inseguros crean la complejidad. Los directivos asustados y nerviosos utilizan libros de planificación muy gruesos y complicados, y diapositivas llenas de todo lo que han aprendido desde su infancia. Los líderes de verdad no necesitan confundir. La gente debe tener la confianza en sí misma para ser clara, precisa y estar segura de que cada persona en su organización, desde la más importante al menos, entiende cuál es el objetivo básico del negocio. Pero no es fácil. Es increíble lo difícil que es ser simple para la gente; cuánto miedo le da ser sencilla. Les preocupa el hecho de que si son simples, los demás pueden pensar que son tontos. En realidad, claro está, es justo al revés. La gente con la mente más clara y preparada es la más simple”.

Hay que fomentar un lenguaje sencillo y directo, y prohibir el uso de palabras complicadas; no sólo en la escritura, sino también en la conversación. Pero, más que eso, hay que fomentar lo sencillo como una forma de escuchar mejor. La habilidad de escuchar pasa por tiempos difíciles hay estudios que demuestran que la gente recuerda sólo el 20% de lo que ha oído en los últimos días. Es decir, oyen; pero no escuchan. El diario The Wall Street Journal publicó un artículo hace unos años que afirmaba que los seres humanos sé estaban convirtiendo en charlatanes que no escuchan en absoluto, sólo estamos esperando nuestra oportunidad para hablar. En el mismo artículo se explicaba que, por si no fuera suficiente, la biología trabaja en contra del acto de escuchar con atención. La mayoría de las personas habla a un ritmo de 120 a 150 palabras por minuto; en cambio, el cerebro humano puede procesar fácilmente 500 palabras por minuto, dejando, por tanto, tiempo para evadirnos mentalmente. No se debe permitir que una palabra o concepto confuso quede sin cuestionar sea quien sea el que lo pronuncie. Si no se hace el error está casi garantizado.  Nunca hay que tener miedo de decir “no lo entiendo”, hay que luchar contra la prepotencia intelectual. No se debe desconfiar de las primeras impresiones. Las primeras impresiones son casi siempre las más acertadas. Hay que superar el “temor a hablar”. Algunas veces, las preguntas más ingenuas son las más profundas.

Los avances en la tecnología han vuelto más autistas a los directivos en las compañías debido a que dicha tecnología está siendo empleada en sus informes y reportes perdiendo el contacto con las personas que forman parte de la organización al no ser necesario ya la interacción que se utilizaba antiguamente para saber que estaba sucediendo. Esto hace que muchos directivos permanezcan en una burbuja con respecto a lo que está sucediendo en su compañía en cuanto al sentir y pensar de las personas que integran la misma. El filósofo español José Luis López Aranguren lo define magníficamente; “somos informativamente obesos y con poca musculatura informativa”. Así pues, estamos sobrecargados de información lo cual va en contra de la simplificación, hay que identificar lo que es más importante y deshacerse de lo urgente y marginal. Una de los mayores problemas que nos consume es el correo electrónico, el valor de nuestra comunicación no está sólo en lo que emitimos sino que también está en lo que omitimos ya que hacemos la vida más fácil a nuestros interlocutores. A la larga, con la tecnología si no se filtra la información, nos hará que la ventaja competitiva que aporta se disuelva como un azucarillo por la complejidad y volumen de información que recibimos. Saber lo que se necesita y eliminar lo que no merece la pena es esencial para ser simples.  Unos hábitos que nos facilitarían dicha situación para ser sencillos en las compañías son los siguientes;
  • Hay una enorme diferencia entre datos e información.
  • Existen multitud de fuentes de información, tanto en papel como electrónica.
  • La mayoría de los mensajes no son tan urgentes como el remitente cree.
  • Separar siempre los mensajes urgentes de los que no lo son.
  • Responder siempre de forma breve y directa. No conviene incluir más ruido que señal.




Para terminar este post me pregunto lo siguiente, sí todo el mundo comprende lo útil y poderoso que es lo sencillo, ¿Por qué nos complicamos tanto la vida?, la respuesta está en el interior de cada una de las personas que lea este post…


Ya lo dijo John Sculley: “Todo lo que hemos aprendido en la era industrial se ha orientado a crear más y más complicaciones. Pienso que ahora, cada vez más personas están aprendiendo que es necesario simplificar, no complicar. La simplicidad es la máxima sofisticación”.
 

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