miércoles, 6 de mayo de 2015

EL OCASO DE LAS COMPAÑÍAS CUANDO NO APRENDEN CON EL TIEMPO QUE LES TOCA VIVIR


¿Por qué caen los imperios, empresas u otras instituciones y cómo se produce esta caída? Dichas cuestiones  han generado disputas  violentas entre historiadores, economistas y expertos de diversa índole durante siglos. Existen, según parece, tantas respuestas como juicios al respecto de dicha cuestión aunque se pueden identificar algunos juicios compartidos. El más importante de ellos afirma que la caída de un imperio viene precedida por su decadencia, cuando se ha vuelto frágil y decrépito, se necesita muy poco para que desaparezca. Desde el Renacimiento, la decadencia se ha considerado una condición más natural que la estabilidad: Maquiavelo observó que “la naturaleza no ha permitido a las cosas del mundo permanecer. Cuando llegan a su perfección final ya no tienen cómo ascender y por eso tienen que descender”. Edward Gibbon lo expresó de manera más concisa en su Historia de la decadencia y caída del imperio romano (1776): “Todo aquello que es humano debe retroceder si no avanza”.

Para algunos historiadores, la extensión o la demanda excesiva –militar, económica, territorial- es causa de decadencia. Cuando se distribuyen los recursos disponibles de manera demasiado superficial debilitan el poder, aceleran la decadencia y usualmente culminan en ruina. Según el punto de vista de algunos expertos, el ascenso de un estado o empresa presagia la decadencia de  los otros. En un mundo o mercado en el que existe un creciente número de aspirantes que compiten por una cantidad fija de poder o mercado global, el ascenso de un recién llegado presagia la declinación de aquellos que se encuentran en la cima. Otros expertos sostienen que la decadencia proviene de defectos internos que no se han resuelto, como son aquellos elementos que producen disfuncionalidades en el funcionamiento de los estados o empresas. Para el caso de los estados sería por ejemplo: la justicia, o las leyes que emanan de dichos gobernantes, en el caso de una empresas sería: la gestión alejada de la realidad sin la participación de los trabajadores, la pérdida de cuota de mercado, la perdida de los intangibles (compromiso, motivación, innovación, etc.). En el siglo XVI, Giovanni Botero señaló que “raramente ocurre que las fuerzas externas arruinen un estado que previamente no ha sido corrompido por otras internas”.


Hoy sin embargo, la empresa concebida por Alfred Sloan en la decada de 1920 se encuentra en retroceso, ya que se ha demostrado que es demasiado onerosa en lo que respecta al su coste administrativo así como excesivamente lenta e inflexible para adaptarse a los rápidos cambios del mercado. Algunas compañías exitosas (como Canon, Intel, 3M y ABB) han desechado la idea de que los directivos tienen el monopolio de la sabiduría y que los trabajadores atesoran un conocimiento que tienen que ponerlo en práctica. En las grandes corporaciones organizadas y estructuradas jerárquicamente en torno a funciones especializadas, el grueso de los empleados a menudo tienen muy poco contacto directo con los clientes externos y con el mercado. En este tipo de organizaciones el crecimiento llega con el desconocimiento de dicha relación por parte de los trabajadores, a los mismos no les resulta sencillo ver la relación directa entre su trabajo y el mercado donde compite la compañía, esto los aleja del sentido de la palabra valor en referencia al cliente. En consecuencia, no es sorprendente que dicha compañía pierda la ventaja competitiva de la que disfruta. Una organización exitosa necesita tener un flujo constante de información de mercado que llegue a todos sus trabajadores, y no sólo el que se comunica de arriba hacia abajo para poder dar las respuestas apropiadas. Si se le niega este tipo de información la empresa deja de aprender o, al menos, aprende y actúa alocadamente.

Muchas corporaciones actuales mantienen su obsesión sobre “la autoridad y el control” de los directivos sobre los recursos y personas que poseen las compañías, cuando son excesivamente grandes para su control, las mismas se dividen en divisiones o direcciones para poder ejercer dicho control. Los directivos que ocupan la más alta responsabilidad dentro de dichas divisiones son los que mantienen el control sobre toda la estrategia que se ejecuta dentro de las mismas.  Este tipo de organización alcanzó su cenit entre la década de  1920 y 1970, un período en el cual los empresarios estadounidenses y europeos dominaban los mercados mundiales con la ayuda de los cárteles, las estructuras de mercado oligopólicas, los derechos arancelarios y una relativa escasez de competencia global. 


El siglo XXI  viene con nuevas reglas que hacen inútil todo lo anterior en términos de competitividad empresarial. Ciclos de producto más cortos, mercados más globales y competitivos, barreras de entrada más frágiles, innovadores servicios replicados al instante, en definitiva transacciones comerciales cada vez más basadas en información, sujetas a la disrupción digital. Parece pues evidente que el caos y el cambio serán los únicos compañeros de viaje asegurados. Para hacer frente a este ajetreo, la innovación será el gran mantra repetido una y otra vez por los directivos de dichas compañías, pero bien es sabido que la innovación no suele habitar en el ADN de los equipos de trabajo. Si la compañía es de un cierto tamaño encontraremos el I+D+i en la burocracia de un departamento o en una partida presupuestaria, pero no en las personas de los equipos si no tienen un cierto nivel de compromiso.


La pregunta del millón de $ que se debería hacer cualquier directivo es, ¿considera que la motivación de sus empleados está directamente relacionada con la competitividad de su organización? Si ha llegado a la conclusión de que efectivamente así es, entonces deberíamos empezar a pensar de otra forma para fomentar ese motivación a través de aumentar el compromiso de dichos trabajadores. Una solución que parece abrirse camino últimamente es la autogestión. 



La autogestión es un largo camino que implica elementos que generan fuerte rechazo entre la élite directiva, acostumbrados a atesorar la posición de dominio obtenida a lo largo de la historia de la gestión empresarial. Transparencia informativa, disminución de diferencias y privilegios entre directivos y empleados, teletrabajo, reducción de normas y procedimientos, consenso en decisiones tácticas e incluso estratégicas, … La democracia, en suma, se cuela por las murallas de la empresa. Trata a los trabajadores como adultos, y a cambio ellos devuelven entrega, pasión, entusiasmo. Un jefe puede ordenar una tarea, pero no puede hacer nada sobre el compromiso, porque no existe compromiso real si no viene de la auto exigencia personal.


Crecer es desilusionarse, que dijo el filósofo. Igual que desaparecen los seres queridos y se marchita la belleza de la juventud, los negocios nacen, crecen y, en un 90% de los casos, acaban desapareciendo. Cuando desaparecen, no sólo desaparece la empresa, también aquello que simbolizaba. Así pues los directivos de las organizaciones deben de tener en cuenta que el adaptarse a los tiempos en que vivimos no es una cuestión de certidumbre sobre las personas que lideran, sino que los hechos que realizan son los que fomentan dicho compromiso, estos son mucho más valiosos para evitar el ocaso de la compañía que cualquiera de los mensajes que puedan emitir. 


Ya lo dijo Martin Luther King: "Nuestras vidas empiezan a terminar el día que guardamos silencio sobre las cosas que importan ."

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