jueves, 21 de marzo de 2019

"OVERPROMISE"...UN ENGAÑO QUE SUCEDE EN MUCHOS ÁMBITOS DE UNA COMPAÑÍA


La necesidad de elevar el importe de las ayudas públicas a los países pobres y, singularmente, a África, es un asunto recurrente en las cumbres del G-8. Y también uno de los que más frustración genera. Los acuerdos para invertir más dinero en programas internacionales contra el hambre se saludan de forma pomposa por los diferentes mandatarios que participan en dicha cumbre. Al poco tiempo se comprueba que lo prometido se queda en mucho menos y el club de los países más ricos vuelve a perder credibilidad a chorros. "Para nosotros, lo importante es que el G-8 esté a la altura de sus compromisos", comentó el primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi, tras la aprobación del nuevo fondo de ayuda a los agricultores pobres, dotado con 20.000 millones de dólares. El hondo escepticismo africano puede elegir entre un amplio abanico de incumplimientos del G-8 para justificarse. El resultado del acuerdo final de la cumbre de Gleneagles (Escocia), que fue recibido con gran entusiasmo en 2005, es el más lacerante. Los siete países más ricos (Rusia no había entrado aun formalmente en el club) se comprometieron a elevar en 21.500 millones de dólares su aportación anual a la ayuda al desarrollo de África antes de 2010, casi el doble de lo que invertían entonces. En 2008, apenas habían sumado 7.000 millones, según un informe de la ONG británica One y el panel para el progreso de África, liderado por Kofi Annan, ex secretario general de la ONU.

“Prometer hasta vender, y una vez vendido nada de lo prometido”, este es el resumen de la técnica de marketing "overpromise".  Una forma más precisa de explicar este concepto es “vender más de lo que puedes dar”. Una cuestión importante es, ¿qué lugar ocupa la moral en la forma de vender de determinadas marcas?, ¿se vende con ética?, ¿estamos en un mundo en el que todo vale? Existen muchas dudas y miles de preguntas que giran alrededor de esta forma de vender,  que por cierto lleva ya bastantes años implantada en el mercado. Parece ser que hemos entrado en una época en la que todo vale. Algunas compañías engañan al cliente o stakeholders continuamente, resignándose algunos engañados a expresar una queja vía redes  sociales. Cada día la mentira tiene menos valor negativo y en según qué ámbito, comienza a ser socialmente aceptada. La creatividad de los anuncios y el entorno creado por las marcas idealizan el valor de los productos y servicios que prestan, con el fin de seducir a un público hasta hacer sentir  al cliente la necesidad de comprar. Esto es lícito, sin embargo en algunas ocasiones, este mundo paralelo creado por las marcas enaltece tanto los valores del producto que se alejan considerablemente de la realidad que viven sus compradores. Es aquí donde encontramos un problema de fondo sobre dicha moral que aplican

Las compañías se atreven a proyectar una imagen de desconfianza. Esta técnica de dudosa moralidad lleva unos años implantada en el mercado y afecta a las marca como arma de doble filo: enganchan al público hasta que consiguen vender el producto, pero una vez consumido, éste no cubre las necesidades prometidas inicialmente. Así que genera una mezcla de enfado-decepción-desapego del consumidor hacia la marca nada recomendable. No solo hablamos de compañías que venden productos, sino también  vendedoras de servicios. Sin embargo estas últimas tienen más fácil el desarrollo de esta técnica porque es más complicado reclamar algo. Esto nos lleva a demostrar la falta de confianza que se permiten generar ciertas marcas bien por su alcance o bien por la fe ciega de sus clientes. Pero algo positivo tenemos que sacar de esta táctica de marketing. Aprovechándonos de los avances tecnológicos de la era 4.0 o Cuarta Revolución Industrial, sólo se tiene que teclear en Google el nombre de una marca para conocer su historia y “modus operandi”. El concepto “overpromise está más presente en nuestras vidas cotidianas de lo que se piensa: trabajo, relaciones de pareja, amigos, política y algún que otro campo más en los que asumimos la mentira como forma de expresarnos. Al final, todos estos campos se ven afectados de la misma manera, con daño en la reputación.  

Actualmente conseguir una buena imagen de marca es complicado, tanto como generar feedback o fidelización de clientes. Podríamos decir que se debe a la saturación del consumidor y el nivel de profesionalidad con el que se trabaja. Es por ello que cuando una marca tiende a utilizar el “overpromise” ve afectada su reputación. Una vez que la marca esté señalada con mala reputación, entrará en una esfera negativa en cuanto a e-commerce. Es complicado que el público vuelva a confiar en ella porque sabe que en cualquier momento puede volver a fallarle. Del mismo modo que recibimos información nosotros, es conveniente contar al mundo nuestras experiencias. De este modo se podría corroborar otros comentarios, o por el contrario contrarrestar opiniones. El caso es estar luchar y unirse contra el “overpromise”. Existe una línea fina que separa el “overpromise” emocional, que ensalza e idealiza la verdad del producto, de la mentira, por lo que se debe luchar por  una publicidad comprometida y que cumpla lo que nos prometen. Pero sobretodo, que se haga responsable de los fallos que cometa.
El marketing tradicional está perdiendo eficacia y credibilidad, y la comunicación aún no termina de ocupar un lugar suficiente en la dirección estratégica de las organizaciones. Están quedando obsoletos los mensajes emitidos desde posiciones unilaterales o pretendidamente manipuladoras. Actualmente es imprescindible escuchar a los diferentes públicos, pero no desde un voluntarismo moralista, ni suponiendo que puede hacerse con recetas nuevas tecnológicamente y gratuitas. Estamos en una época de cambios profundos en los campos de la comunicación y del marketing. El marketing, y en particular las comunicaciones de marketing, están atravesando un momento de duda o cambio. Todos son conscientes de que hay un desgaste de las fórmulas tradicionales, y la publicidad está teniendo dificultad en mantener su eficacia. Las limitaciones de la eficacia publicitaria no se deben solamente a la saturación, ni a la disgregación de las audiencias, ni a la proliferación de medios, ni al impacto de las nuevas tecnologías y la aparición de nuevos tipos de medios y soportes, sino también, en muy buena medida, a un problema grave de credibilidad.
El problema de credibilidad se relaciona con una importante transformación cultural que se está produciendo en la sociedad en los últimos veinte años. Las personas están más informados, tienen amplia experiencia como receptores de mensajes publicitarios y promesas promocionales, son más intolerantes con los fallos de calidad en productos y servicios, son más selectivos, más sensibles a las cuestiones de ética, rechazan malas prácticas y “overpromise” en las campañas, exigen a las compañías una mayor responsabilidad social y medioambiental, están más predispuestos a comparar, a cambiar de marca, etc. Tienen gran inteligencia, nivel de información y experiencia. A pesar de lo dicho, en muchos ámbitos empresariales se mantienen inercias de un estilo de marketing y publicidad que antes funcionaba aceptablemente y hoy ya no interesa ni co
nvence. Lo que falla de base es más que una cuestión de eficacia técnica: es una concepción de comunicación unilateral, que existía en escenarios y mercados más inmaduros, menos informados y exigentes. Hoy, para poder sustentarse, la comunicación debe basarse en otras reglas de juego.
 
El esquema tradicional, que algunos llaman manipulador, por el que las compañías han estado presionando al mercado para intentar perseguir sus propias ambiciones, responde a características estructurales del ser humano, y de las compañías. Se trata de paradigmas culturales etnocéntricos muy arraigados en las creencias de las personas. Por algo las ideas disparatadas de Ptolomeo se impusieron durante mil cuatrocientos años, a pesar de que ya en el año 280 antes de Cristo se había descubierto que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés. Muchos siglos después, Copérnico volvió a descubrir que la Tierra y los demás planetas giran alrededor del Sol, y nuevamente  se produjeron el repudio y el escándalo: Copérnico fue tratado de advenedizo. La Iglesia católica prohibió su libro y Lutero dijo de él: “Este estúpido quiere trastocar toda la ciencia astronómica”. Un siglo después, Galileo volvió a defender estas ideas y la Inquisición lo obligó a retractarse de rodillas. Está en la naturaleza humana, y en las estructuras culturales de las compañías, la tendencia a considerarse el centro del mundo, teniendo en cuenta solo sus propios puntos de vista  e intereses.   
Actualmente algunos directivos que nunca habían tenido interés por escuchar a los diferentes stakeholders de forma suficiente y verdadera, invirtiendo esfuerzo y dinero para hacer investigaciones de consulta, ahora son predicadores de una supuesta buena nueva: según ellos, ya no hace falta invertir trabajo y dinero en hacer investigaciones profesionales ni es necesario escuchar a los clientes, porque supuestamente ahora se puede observar de manera fácil, rápida y gratuita lo que se dice en las redes sociales. Estos apóstoles aparentemente que están en la vanguardia declaran superada la investigación de marketing y de comunicación, y una vez más sustituyen la necesidad de escuchar a los diferentes stakeholders por la acumulación de informaciones muchas veces caóticas, inconsistentes y sin representatividad alguna, es decir, sin capacidad para aprovechar la inteligencia y la experiencia de los públicos para la eficacia en las estrategias de marketing y comunicación de las compañías. El etnocentrismo de las compañías no se resuelve con la aparición tumultuosa de la web 2.0. Una vez más, es necesario insistir en la necesidad de abandonar el pensar que uno es el ombligo del mundo y escuchar profesionalmente a los diferentes stakeholders de las compañías, es decir, creer en ellos, tomarlos en serio, y aplicar trabajo coherente e inteligente para capitalizar su inteligencia. Desgraciadamente si uno lee los medios y observa lo que sucede en algunas compañías, uno verá que el "overpromise" está en muchos ámbitos de las compañías; directivos mediocres, sindicalistas de pesebre, gestiones mediocres... pero sobre todo prometer lo que nunca se va a cumplir, todo un despropósito.

Ya lo dijo François de La Rochefoucauld:”Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores.”
 



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