viernes, 6 de marzo de 2020

DIRECTIVOS EN LA NORIA...HACER SIN HACER NADA


El investigador estadounidense Andrew J. Smart escribió el libro “El arte y la ciencia de no hacer nada” (Tajamar Editores). Basado en la evidencia de múltiples investigaciones, Smart postula que lo mejor que nos puede pasar es dedicar, al menos, dos horas al día a hacer absolutamente nada. “Quienes disponen de demasiado tiempo libre, tienden a deprimirse o aburrirse. No obstante, el ocio puede constituir el único camino verdadero al autoconocimiento”, dice. Smart cuenta en su libro que el cerebro tiene una “red de estado de reposo” (RSN) o “red neural por defecto” (DMN, su sigla en inglés: default-mode-network), que se activa en nuestros momentos de ocio. Cuando el cerebro se encuentra en una condición de mínima demanda y no está concentrado en hacer una tarea específica, esta red se pone a trabajar a toda máquina. “Es la red que da sustento al autoconocimiento, los recuerdos autobiográficos, los procesos sociales y emocionales, y la creatividad”, señala. “Cuando holgazaneamos se establece una red amplia e inmensa en el cerebro que empieza a enviar y recibir información entre las regiones que lo constituyen. Es como las mariposas: salen a jugar cuando hay quietud y silencio, pero ante cualquier movimiento abrupto se esfuman”. El descubrimiento de la red neural por defecto fue un accidente de la ciencia. A mediados de los 90, un equipo dirigido por el neurocientífico Marcus Raichle, de la Universidad de Washington, en San Luis, hizo uno de los primeros estudios de mapeo cerebral mediante tomografía de emisión por positrones (PET). El estudio consistía en que varias personas debían leer en voz alta las palabras que aparecían en un monitor de televisión (es decir, tenían que cumplir con una tarea específica). Acto seguido, comparó sus escáneres con los de sujetos que solo observaban un monitor de televisión en blanco. “Para mi gran sorpresa, un grupo de áreas del cerebro, las que al final fueron bautizadas como red neural por defecto, parecían reducir su actividad durante las tareas de lectura”, cuenta Raichle. Hasta ese momento, los científicos creían que cuando el cerebro se encontraba en una condición de mínima demanda tenía un estado de poca actividad. Hoy se sabe que en nuestros momentos de ocio se genera una actividad muy singular, donde las regiones cerebrales se activan de manera sincrónica y dialogan entre sí. “Cuando uno está ocupado, haciendo una tarea o aprendiendo algo, el cerebro está con una demanda muy alta y no hay espacio como para producir asociaciones entre distintas regiones cerebrales”, señala José Luis Valdés, académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile e investigador del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICBM). “Cuando esa demanda desaparece, no es que el cerebro se apague, sino que entra en un modo distinto, que es lo que llamamos “red por defecto”. Esta pareciera ser superimportante para que las personas puedan desarrollar la creatividad y la imaginación”. En su libro, Smart cita estudios recientes que dicen que las generaciones más jóvenes muestran un alza en el coeficiente intelectual, pero que también su creatividad ha ido disminuyendo. ¿La razón? Todo apunta a que la extensión del horario laboral y de estudio, la sobrecarga de trabajo y las incontables horas destinadas a dispositivos digitales conspiran contra nuestros propios periodos de autorreflexión. “Al cerebro no le queda tiempo disponible para establecer nuevas conexiones entre cuestiones en apariencia inconexas, identificar patrones y elaborar nuevas ideas: en otras palabras, no le queda tiempo para ser creativo”, dice el autor.

Decía Nicolás Maquiavelo que, “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Esta frase sintetiza de forma muy precisa lo que sucede en compañías donde su primer directivo se pasa el tiempo tratando de aparentar la realización de una actividad para la cual, ni tiene el permiso de sus accionistas ni tiene las posibilidades de llevarlo a efecto por el rechazo que genera en los diferentes actores que le siguen de cerca en su gestión. Ante esta situación, el directivo puede tomar varias alternativas;
1º. Proponer un nuevo plan estratégico a sus accionistas de referencia con el fin de salir del deterioro por el que deambula la compañía, el mismo debe ser aceptado por los accionistas de referencia. Dicho plan nunca será una salida que busque atornillar al directivo a la silla que ocupa, sino que el mismo buscará de forma consensuada el bien mayor de los diferentes stakeholders que integran la compañía, accionistas, inversores, clientes, proveedores, gobierno, país, etc.
2º. Hacer como que hace, pero sin hacer nada. Esta solución es de corto recorrido ya que el accionista e inversor está atento a las métricas de la compañía y observará que las mismas cada vez son peores. El resultado será un castigo en el valor de la acción y un incremento de perdidas para los accionistas de la compañía. Es como el ratón que hace girar la noria, pero no va a ninguna parte, camina, camina, pero siempre está en el mismo sitio. Al final el ratón se cansa y para... El directivo termina saliendo de la compañía por la puerta de atrás.
3º. Coger la maleta y abandonar su puesto, el fracaso no es retirarse de la posición que ocupa uno, sino seguir luchando e insistiendo en una situación cuando uno sabe que no cuenta con el beneplácito de quien toma las decisiones.


Una de las cuestiones que se pone de manifiesto cuando el directivo está en el aire, es una búsqueda obsesiva de acciones que conduzcan a fomentar su credibilidad en la gestión que se esta llevando a cabo. Sin embargo, algunas de ellas pasan inexorablemente por acciones que no aportan nada al cliente, tales como la enajenación de patrimonio, segregaciones, constitución de nuevas sociedades, etc. Pero ninguna de ellas ahonda de verdad en el problema que suele acuciar a la compañía, es la falta de una estrategia centrada en el cliente, donde sitúe las necesidades del cliente como centro de todas las acciones que realiza la compañía. Un ejemplo de lo que digo lo obtenemos, por ejemplo, cuando la oferta comercial de una compañía se supedita no a las necesidades del cliente, sino a las necesidades de la compañía con el afán de ingresar más por los servicios que presta sin que el cliente haya manifestado ninguna necesidad de estos. Cuando esto sucede, la compañía ve aminorar sus ingresos ante la huida del cliente, actualmente los mismos suele tener muchas formas de enterarse de las calidades y prestaciones de los servicios con lo que eso representa de cara a tomar su decisión. El Modelo Kano es una herramienta muy ilustrativa de lo que es deleitar a un cliente con el fin de fidelizarlo a un servicio o producto. Es una herramienta analítica que relaciona las características de un producto con el nivel de satisfacción de sus clientes o compradores.

La enajenación de patrimonio, bien parcial o total, es comida para hoy y hambre para mañana. Si un directivo trata de poner en valor una división rentable de una compañía, vender una parte de ella lo único que hace es que los beneficios que genera deberán ser repartidos a esos inversores que tomaron dicha participación, pero la división en cuestión seguirá teniendo el mismo valor que tenía, a no ser que se haya hecho alguna acción que incremente las métricas o múltiplos de esta. Tampoco dicha acción sirve como carta de presentación de una buena gestión ante los accionistas en una Junta, ya que son un poco más pobres con respecto al patrimonio que tenían al ver menguado el mismo hacia otros dueños. En algunas ocasiones, dicha enajenación de patrimonio en compañías estratégicas de un país tiene la connotación de dificultar las relaciones económicas del mismo con otros países donde está implantada dicha compañía, a la vez que actúa como cortafuegos para que otras compañías que pretendan expandir su relación comercial a los mismos. El Covid-19 ha puesto de manifiesto estos días la debilidad extrema de algunas compañías, sus caídas en la bolsa han puesto de relieve la nula credibilidad que despiertan a los inversores la estrategia y gestión de las mismas. En algunas de ellas se ha desatado el “efecto rebaño”, los inversores comparten esta conducta como las ovejas de un rebaño: estas buscan el centro del grupo, porque es más fácil que un lobo ataque a la que está en la periferia o a la que se aleja del rebaño.

Ante esta situación, al directivo le queda poco tiempo y acciones que realizar cuando vive en un constante cuestionamiento por la gestión realizada. Aquí la famosa creatividad que Andrew J. Smart relató en su libro, quizás se ve presionada por ese afán de supervivencia en el puesto que se busca incansablemente, pero que dificulta la misma al no tener el sosiego que permite que la misma aflore.  Al final esa falta de credibilidad durante años de gestión es lo que llevará al directivo…A su salida de la compañía.

Ya lo dijo Jean-Luc Godard: ”No es de dónde tomas las cosas, es adónde las llevas”.




 

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