domingo, 27 de mayo de 2018

"MAL USO DEL PODER"... AUSENCIA DE CONCIENCIA


En el año 2017 la revista Harvard Business Review publicó el ranking de los CEO´s más importante del mundo, en los tres primeros puestos estaban las siguientes personas. En primer lugar el presidente de Inditex, Pablo Isla, en segundo lugar Martin Sorrell, presidente ejecutivo de la británica WPP, y en tercer lugar cerro el podium Jensen Huang, de la americana Nvidia.

Sir Martin Sorrell, considerado el “Cesar” de la publicidad, fue el fundador de la agencia WPP, la mayor y más importante del mundo. Recordando al legendario entrenador del Liverpool, Bill Shankly, Sorrell se despidió de sus empleados el sábado 14 de abril de este año con motivo de una supuesta malversación de los fondos de la compañía a cuenta del Consejo de Administración del imperio que fundó a mediados de los ochenta. Dicha acción fue consecuencia de una mala conducta personal debido a una investigación que inicio la multinacional los primeros días del mes de abril. Roberto Quarta, hasta ahora presidente del Grupo WPP, ha tomado las riendas temporalmente hasta encontrar un sucesor. Sorrell es un directivo muy particular, critica el Brexit y defiende las opas hostiles y los sueldos elevados: ha ganado más de 200 millones de libras en los últimos cinco años y sofocado varias revueltas de inversores descontentos con sus emonumentos. Por eso se ha labrado tantos enemigos como amigos dentro y fuera del imperio WPP. Sus rivales denuncian un talante negociador agresivo pese a que su carácter no lo sea. Los que le acompañaron cuentan que sabe cómo negociar y lo que quiere, y que no tiene miedo de abandonar un trato si no funciona para él. Sorrell lideró la compañía durante unas tres décadas, transformando la misma y convirtiéndola en un gigante presente en 112 países, con casi 200.000 empleados, En 2017, los ingresos de la multinacional cayeron un 0,3% respecto al año anterior, alcanzando los 14.400 millones de libras.


Estos días estamos asistiendo a un rosario de noticias que nos describen el mal uso del poder en la sociedad dentro de diferentes esferas sociales, ya sea la empresarial, política, etc. La sociedad actual, está constituida como la famosa teoría de vasos comunicantes, por personas del ámbito público (políticos) que acceden al ámbito privado a representar en una compañía al conjunto de stakeholders (accionistas, inversores, empleados, etc.). En algunos casos  su bagaje de mérito  consiste en los conocimientos y relaciones que traen de su paso por la vida pública. Si a esta ausencia de conocimiento especifico sobre la realidad de la compañía en la que aterrizan, añadimos que nadie comprueba la “mochila” que trae cada uno y que generalmente acceden a puestos de alta responsabilidad, tenemos un escenario donde la compañía que contrata a dichas personas corre un riesgo elevado si dicho directivo tiene un revés judicial por su tránsito en la vida pública. Las compañías y sus marcas, se ven sometidas a una búsqueda incansable de una ventaja competitiva que la haga dominadora del mercado donde compite, sin embargo esos planes se pueden ver truncados si sufre la mala imagen como consecuencia de la relacion que mantiene con alguno de sus altos directivos.  La imagología (ciencia que se encarga del estudio y desarrollo de la imagen) se vuelve especialmente crítica en una sociedad híper conectada como la nuestra, y los directivos y sus comportamientos son los espejos donde la sociedad escruta y mira también para decidir sobre sus decisiones de compra y adquisición de productos y servicios de una compañía.  Hay que reseñar también que el fenómeno de la imagen es como el de la confianza, una mala imagen no se tapa con una buena imagen o noticia. La mala imagen o acción significa como en la confianza, un largo peregrinaje hasta recuperar una parte de la misma… Pero nunca la original que se entregó. 

Pero sin lugar a duda, el elemento central sobre el que giran dichas acciones y comportamientos reprobables de las personas es uno: el poder. Según Max Weber, “poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad”. El poder se puede encontrar con infinitas formas en las sociedades, es por eso que Weber desarrollo el concepto de dominación, una forma de poder más precisa y especializada. El poder es una fuerza que se ejerce contra algo para algún fin, mientras que la dominación es el control que se tiene de una cosa para un fin, sin ejercer ninguna fuerza. La dominación crea disciplina, obediencia por parte de las personas sin resistencia ni críticas. Fue Michel Foucault, el que dijo que, “el poder es una relación asimétrica que está constituida por dos entes: la autoridad y la obediencia”. El poder incita, suscita y produce un intangible que obliga a aquellas personas que lo sufren, bien sea de forma justificada o injustificada.  Por lo tanto, el poder es la capacidad de controlar, modificar o influir en el comportamiento de otra persona. En la formación del poder existen dos elementos, los cuáles son originales e interdependientes, son los dominados y los dominantes, que más que poseer el poder lo ejercen, ya que éste no se puede adquirir, compartir ni perder, debido a que no es un elemento físico. Estos factores son consustanciales a lo largo de la historia y están presenten en la actualidad, dominados y dominantes se manifiestan en todos los ámbitos de la sociedad, la política, la empresa, la familia, etc., son la base de toda relación y de toda acción, y permiten “guiar la posibilidad de conducta y poner en orden sus efectos posibles”. A pesar de que dominados y dominantes son la raíz de todo vínculo, tanto los primeros como los segundos pueden ejecutar algún tipo de resistencia al poder, ya sea para no ser “conducidos” o para no “liderar”, resistencia que está presente en todos los actos del poder y que no lo daña, sino que constituye una parte más de éste, al igual como lo hace la libertad, subordinación e insurgencia.



En su obra cumbre sobre moral, Inmmanuel Kant reconoció cuatro “condiciones subjetivas” presentes en todos los seres humanos sin las cuales no podríamos considerarnos siquiera “afectados por los conceptos del deber”. Son las siguientes; “el sentimiento moral, la conciencia moral, la benevolencia y el respeto” . Para Kant, la conciencia moral no se puede adquirir, “sino que todo hombre, como ser moral, la tiene originalmente en sí” (Kant 1989: 155). Esta conciencia moral no es sino la razón práctica misma, “que muestra al hombre su deber en cada caso concreto”, y constituye “un hecho inevitable” . Puesto que es inconcebible un “deber de reconocer deberes”, Kant afirma que el único deber respecto de la propia conciencia moral es el de cultivarla, “agudizar la atención a la voz del juez interior y emplear todos los medios para prestarle oído”.


El valor más importante de la ética en la vida pública es la justicia, la cual está ligada con el principio de igualdad y respeto hacia los demás, en el que las personas se reconocen y se saben iguales ante la ley. En tal sentido, la corrupción supone un acto de injusticia dado que quiebra ese principio de igualdad y establece privilegios  de unas personas sobre otras sin razones objetivas que justifiquen y amparen dichos comportamientos. La corrupción nunca es un acto casual o que está fuera del dominio de su autor. Tampoco la corrupción es un fenómeno de la naturaleza ni tiene que ver con una suerte de característica inherente de determinadas sociedades o culturas propensas históricamente a su realización. La corrupción es un acto intencionado, nadie puede predecir un seísmo, o una catástrofe natural ni sus consecuencias reales, por lo cual las fatalidades no nos cuestionan éticamente. Sin embargo las injusticias sí, en tanto son acciones humanas porque forman parte de nuestra responsabilidad como personas.


En 1887 el historiador británico Lord Acton escribió una frase que pasó a la historia: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En 2011 un grupo de investigadores estadounidenses, liderado por Nathanael Fast, profesor de la Escuela Marshall de Negocios de la Universidad de California del Sur, llegó a la conclusión de que el poder hace a las personas menos justas, y empuja a cometer actos inmorales, sólo cuando cae en manos de gente que estaba acostumbrada con anterioridad a puestos sin ninguna responsabilidad. Sin embargo, un estudio efectuado más recientemente por la Universidad de Toronto dio un paso más para comprender y entender cómo el poder influye en el comportamiento de las personas. En opinión de los investigadores, liderados por la profesora de management Katherine A. DeCelles, el poder sólo corrompe a la gente que, de antemano, tiene una moral laxa. Por el contrario, enfatiza los buenos valores de la gente que previamente tiene fuertes convicciones morales.
Para terminar este post, decir que me pregunto, ¿Que le puede faltar a un directivo como Martin Sorell, segundo mejor CEO del mundo,  para tener que salir por la puerta de atrás en su compañía?...Dinero, poder, influencia, no lo sé. Lo que parece bastante coherente y con sentido es que no puede haber tregua ni cuartel con todo aquello que degrada y separa al individuo de los principios y la ética que debe regir cualquier ámbito o esfera de la sociedad… Porque cuando eso ocurre las consecuencias se extienden a todo lo que rodea a la persona que se ve inmersa en dicha situación, ya sean individuos o instituciones.


Ya lo dijo Oscar Wilde: “Aunque vivamos en las cloacas, alguien tiene que mirar a las estrellas”.

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