jueves, 3 de mayo de 2018

SERVILISMO Y "OBEDIENCIA DEBIDA"... EL VIRUS DEL DESAFECTO




Hablar de la historia de la mafia es hablar de la creación de un reino del terror dentro del propio Estado italiano, donde los mafiosos hicieron y deshicieron sin oposición. Ciertamente ha habido algunos héroes, escasos pero a veces muy sonados, que se han enfrentado a la mafia y que generalmente han terminado siendo asesinados. Los casos más célebres son, cómo no, los de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, dos “cimarrones” en estado puro. Ambos murieron con apenas semanas de diferencia y ambos sabían que iban a ser asesinados. Especialmente Borsellino, quien no se hizo ilusiones tras ver el coche de Falcone salir por los aires: él era el siguiente. Incluso hizo preparativos y trató de mentalizar a su esposa para el momento inevitable en que la mafia lo ejecutase. Pero, cosa rara en Italia, ninguno de aquellos dos jueces —ni otros mártires de la causa— se rindió a la mafia ni siquiera sabiendo inminente su propia muerte, ni a causa del desánimo que les producía ver cómo sus propios compañeros y amigos los dejaban solos, e incluso los traicionaban. Este mes de mayo se cumplen 26 años del atentado de Cosa Nostra que acabó con la vida del juez Giovanni Falcone. Mientras Italia recuerda al magistrado, convertido hoy junto a Paolo Borsellino en un símbolo contra la mafia, la versión oficial sigue siendo cuestionada. El 23 de mayo de 1992 una bomba con 500 kilos de trinitrotolueno (TNT) colocados bajo el asfalto de la autopista que comunica el aeropuerto de Palermo con el centro de la ciudad, a la altura del desvío de Capaci, acabó con la vida del juez antimafia Giovanni Falcone, de 53 años, su mujer, Francesca Morvillo, también magistrado, y tres miembros de su escolta: Rocco Di Cillo, Vito Schifani y Antonio Montinaro. La explosión produjo un cráter de cuatro metros de profundidad e incluso el Instituto Nacional de Geofísica de Monte Cammarata (Sicilia) registró el temblor de la tierra como si se tratase de un pequeño terremoto.

                                 Izq. Giovanni Falcone y Paolo Borsellino

Estos días me leía un artículo sobre el desafecto en los equipos,https://bit.ly/1OiV0Db, hoy en este post quiero centrarme en ese desafecto en el mundo corporativo. Para lo cual uno tiene que pensar en los hechos que suceden dentro de ese ámbito, y que son causa raíz de que cada vez es un mal que se extiende más en aquellas compañías que no hacen sus deberes con respecto al principal activo que atesoran, las personas. La desafección se define con dos palabras en el diccionario, “mala voluntad”. El actual diccionario académico del español remite el término “afección” a uno de los significados de “afecto”, el relativo a las “pasiones del ánimo”; y cita entre ellas el amor y el cariño, pero también la ira y el odio. La “desafección” se ha desarrollado desde hace siglos con un sentido negativo, mientras que la “afección” y “afecto” se usan con ambivalencia en su origen, desde el latín affectus”; y han servido y sirven para referirse tanto a la furia como a la ternura. El más frecuente uso de “afecto” en su sentido positivo está referido a la percepción que tenemos hoy del término, pero “afección” no le acompañó en ese camino, y hasta vinculamos este término con algo malo como por ejemplo una enfermedad.


En el mundo corporativo la desafección hacia la compañía  llega en la mayoría de los casos por la utilización de una mala praxis en las relaciones entre personas que integran las compañías. Si existe un mal endémico dentro de las compañías que arrastran problemas actualmente, es la búsqueda de la uniformidad y de la “obediencia debida” con respecto a los superiores, a sabiendas por parte de todas las personas que integran las compañías de que algo no funciona o se está haciendo mal.  Esta cuestión es nefasta si se analiza y se valora las consecuencias que arrastra dicho hecho. La misma se manifiesta de dos formas, la primera con un silencio con respecto a lo que sucede dentro de las compañías (desafección), y la segunda  con un cierre de filas con respecto a los superiores jerárquicos en sus decisiones de forma activa. En el primer caso, la desafección, he de decir que tiene unas consecuencias devastadoras para cualquier organización empresarial, máxime si tenemos en cuenta que dicha desafección trae pareja una falta de compromiso por parte de los empleados. Esto se traduce en pérdidas económicas por un menor desempeño, por una falta de innovaciones en el trabajo que se realiza diariamente, por una falta de recorrido de la “milla extra” en cuanto al desempeño posible que puede realizar dicho empleado, etc.  En el segundo de los casos he de decir que se percibe todos los días cuando uno observa como ante dificultades económicas o problemas de gestión dentro de las compañías, existe una genuflexión crónica por parte de mandos jerárquicos, más allá de lo que debería ser una obligación moral de reclamar y requerir a sus responsables jerárquicos sobre aquellas cuestiones en las que tienen una responsabilidad. Obviamente, a esta situación no se llega por casualidad, en  los procesos de selección que se emprenden dentro de dichas compañías se castiga al que piensa diferente con el fin de conseguir súbditos o sicarios, más que posibles colaboradores con criterio propio. Esta situación empobrece y degrada dichas organizaciones empresariales hasta niveles impensables, máxime si tenemos en cuenta que muchas veces son aquellas personas que se arrinconan las que pueden tener conocimiento, ideas, liderazgo, etc., que permitan salir a dichas organizaciones empresariales del agujero en el que se encuentran.




Esta situación cuando se prolonga en el tiempo en una compañía, lleva a la misma inexorablemente a la irrelevancia a través de indicadores de gestión mediocres, como son la pérdida de; ingresos, clientes, cuota de mercado, empleados, etc. Para salir de dicha espiral, no existe recetas mágicas sino existe una regeneración de valores, tanto en el pensamiento como en las acciones que se tienen que llevar a cabo por parte de las personas que integran dichas organizaciones. Este es uno de los mayores problemas a los que se tienen que enfrentar actualmente algunas compañías y más en concreto sus directivos. Sin embargo, en algunas compañías con este tipo de dolencias sus directivos viven más de cara a la galería u opinión pública que en solucionar dichos problemas.  Al final lo que se crea es un tipo de organización “acartonada” e irreal en cuanto a su funcionamiento, donde las vías de agua se generan en muchas áreas de la misma como, comercial, operaciones, etc., pero sobre todo en un lugar que incide decisivamente sobre las anteriores… En las personas.




Para terminar este post, decir que la mafia existe y penetra en la sociedad y el Estado cuando ambos miran hacia otro lado. El dramaturgo austriaco Bertolt Brecht decía que era una gran desgracia “aquel país que necesita héroes” y, de ser cierto, entonces hay héroes necesarios. Héroes que nos demuestran con sus acciones, de forma universal y ahistórica, que los honestos y los buenos son la misma cosa. Un ejemplo de dichos héroes son Falcone y Borsellino —sin olvidar a otros muchos como; Chinnici, Giuliano, Basile, D’Aleo, Terranova, el general Dalla Chiesa, Cassarà y otros tantos nombres de una larga lista— que siguieron adelante sin mirar atrás ni acomodarse a ese servilismo enfermo y pernicioso que existe actualmente en la sociedad… Conociendo con certeza su destino (la muerte), nunca perdieron la cara ni agacharon su cabeza frente a la verdad y la realidad… Cuanto de esto se echa en falta en el día a día dentro las organizaciones empresariales.




Ya lo dijo Mahatma Ghandi: “Podrán golpearme, romperme los huesos, matarme, tendrán mi cadáver, pero no mi obediencia”.


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